.。.:*☆ 30 - Parte 2 ☆*:.。.

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¿De quién estaba hablando?  

—¿A quién, Ethan? —intervine, mirándolo con conmiseración; con dolor al pensar que podría tratarse de alguna mujer especial para él, alguien como una novia o tal vez una esposa, a pesar de que el pelinegro es muy joven aún para estar casado. Sé que está mal preocuparse por algo como eso justamente ahora, pero, me inquietaba, me acongojaba de una forma que odiaba. 

Ethan negó con la cabeza, llevándose las manos hacia sus cabellos y jalándolos bruscamente.

—¡Detente! —grité, al ver cómo se lastimaba. 

¡A mi madre! —respondió, ahogándose en un mar de lágrimas —. ¡Extraño a mi mamá! —bramó, como si aquello hubiese sido algo muy profundo y que finalmente liberó, pues se lo llevaba guardando para sus adentros desde hacía mucho tiempo —. La extraño demasiado —bajó radicalmente el volumen de su voz —. Todo fue mi culpa —ladeó la cabeza, junto a su melancólica mirada, perdiéndose en un punto de la habitación.

¿Su madre? 

¿Qué es lo que le sucedió?  

Todos mis sentidos se pusieron en alerta al verlo acercarse a mí, con pasos vacilantes. 

Retrocedí un paso por instinto, pero al percatarme de que se dejó caer de rodillas al estar a tan sólo unos centímetros de mí, permanecí quieta. 

Ethan enroscó sus dos brazos alrededor de mi cadera, así abrazándome, y escondió su rostro contra mi vientre. Me sorprendió al principio, sin embargo me quedé inmóvil, con los brazos arriba como si me estuvieran apuntando con una pistola.

Podía escuchar los sollozos ahogados de Ethan, además de su respiración entrecortada y dificultosa. Verlo en tal estado, tan demacrado, me hacían querer ponerme a llorar junto a él. 

—Ethan, por favor, párate... —dije, un poco incómoda. 

El chico sólo apretó más el agarre, provocando que volviera a perder un poco el equilibrio con mis zapatos de tacón.

—Perdóname —escuché que murmuró, aún entre sollozos —, perdóname, perdóname, perdóname... 

—Ethan... —murmuré, afligida. 

Dejé que sollozara sobre mi vestido. Podía sentir la humedad de sus lágrimas traspasar la tela. No quería ser un sedicente amigo de Ethan, pero quería llegar a serlo, eso y algo más, tal vez. Alguien a quien le pueda hablar de sus problemas, alguien en quien pueda confiar plenamente.

Indecisa, me debatí mentalmente si pasar mis dedos entre sus oscuros cabellos. Al final, la tentación ganó. Mis dedos pasearon por su cabellera, deleitándose por su sedosidad. 

El pelinegro había parado de llorar y yo continué con mi labor. Después de un rato, y sin darme cuenta, ya lo había despeinado por completo. Sus cabellos eran tan suaves, que anhelaba tener una siesta sobre ellos.  

—¿Estás mejor? —murmuré, al no escuchar ningún otro sollozo proveniente de él. 

Ethan asintió, recargando todo un lado de su cara sobre mi vientre, con los ojos cerrados, como si mi cuerpo fuera alguna clase de almohada. 

Estaba más calmado, y no sé si se debían a mis caricias o a que simplemente se secó de tanto llorar. 

—Vayámonos de aquí, ¿sí? —tomé su cara entre mis manos, haciendo que me viera a los ojos.

Éste asintió, callado, pero mucho más tranquilo. 

Aquella actitud sumisa era algo nuevo. Seguramente también eran efectos secundarios del alcohol. 

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