Resolución -Memorias Nuevas-

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Desperté abruptamente, porque alguien tocaba con insistencia la ventana del coche donde me había encerrado para dormir. Me tallé los ojos para disiparme los restos de lagañas, y las pesadillas de la noche anterior. Miré el reloj, eran las ocho y media de la mañana. Entonces, bajé el vidrio para escuchar los cuestionamientos de mi padre. No llevábamos ni tres días de renovada convivencia, cuando ya estaba tratando nuevamente de imponérseme.

De tajo, corté sus aspiraciones; le dije que me iría a bañar, porque tenía planeada una diligencia a la ciudad más cercana, que me llevaría todo el día. "Quiero comprar ropa", algo así le comenté. Él pronto se anexó a mi plan, pero de inmediato lo rebatí; "quiero ir solo, después iremos juntos a otra parte". No se opuso, ni se escandalizó como acostumbraba. Quizás me permitía ganar unas cuantas batallas para hacer que me confiara; sin embargo, yo no estaba dispuesto a darle la revancha.

Después de un meticuloso aseo y arreglo, salí y los encontré a todos reunidos en el patio. Rápido me convertí en el centro de las miradas, unos boquiabiertos, y otros asomaban un dejo de envidia; me observaban embelesados como si estuvieran frente a una escultura grecorromana de Marte o Atenea. Me había preparado para la guerra, y estaba armado con la actitud conquistadora de Cortés y Pizarro. La tía Constanza fue la primera en halagarme, luego Prosperidad y Teresa; Gonzo y Varo pretendían no darme la atención que los demás me demostraban sin reparos; lo cual no me importó, pues no me había ajuarado para ellos; aunque Licho y su mujer no dejaron de expresarme, a través de la mirada, su deseo de volverme compañero de sus juegos de alcoba. Incluso Elena, quien trataba de permanecer indiferente, parecía verse afectada por mi porte.

Neto no estaba entre los reunidos, no hizo falta preguntar por él, la tía Constanza lo hizo; la versión que dio a su esposa fue: que unos asuntos impostergables, con respecto al trabajo, lo habían llevado a Durango. Yo también utilizaría lo laboral para eludir el compromiso del almuerzo. La mayoría había asistido porque intuían que aquella reunión sería la última que los congregaría. Por ejemplo, tras la muerte del abuelo, mi padre no volvería al Paso del Norte con tanta regularidad; quizás si buscara la herencia, que no era sustanciosa; pero conociéndolo, supuse que no tendría interés, y la dejaría al resto de los hermanos.

Lo observé todo para grabarme los detalles más minuciosos del ambiente, las casas, los muebles, las plantas, las caras; porque como el abuelo, esa era mi despedida. Aunque les había dicho que pensaba quedarme unos días para descansar y vacacionar, la verdad me preparaba para desaparecer del mapa de nuevo, y esta vez para siempre. Finalmente el círculo se había cerrado, los hilos ya no estaban sueltos, y nada me impedía levantar el vuelo, ni el cariño ni las memorias. Cuando el amor por Neto empezó a latir y respirar dentro de mí, supe que no tendría cavidad para otro afecto igual de grande y poderoso. Ya lo dijo el maestro Lara: solamente una vez se ama en la vida.

Era un sacrificio que nadie me había solicitado, pero tarde o temprano, sería necesario. Por esa razón siempre me mantuve ajeno y extraño a ellos, tenía miedo de aceptarlo porque la norma social dictaba, que al menos debía tenerles un mínimo aprecio por aquella sangre que compartíamos. Pero desde el principio la ignoré, porque lo elegí a él; haberla siquiera considerado, me hubiera hecho darle la espalda a él. Y antes y ahora, siempre sería él. Mi corazón ya estaba empecinado en amarlo en exclusiva. Además, ellos nunca nos hubieran acogido con tales sentimientos, yo estaba seguro de eso, y luego de conocer la fatídica historia del tío Clementino, no me quedaron dudas. Ellos, los que decían querernos, nos hubiesen destruido; nos habrían impuesto un castigo más severo por los crímenes contra el género y el lazo.

Y con la misma frialdad del que jala el gatillo de la pistola, o cercena con instrumento cortante la garganta con vida, subí al automóvil pretendiendo un "hasta pronto", cuando en realidad era un "hasta nunca". Aún podía arrepentirme, pero las despedidas se caracterizan por su innata melancolía. Suspiré, di vuelta a la llave, el motor resonó y las llantas provocaron una estela de polvo. Con ella sepulté a todos los Duarte, incluido Alberto Duarte. Ahora sólo sería Alberto, porque el árbol o la piedra no dejan de serlo por no tener un adjetivo que los acompañe. Determinado y sin remordimientos, seguí la ruta para dar con la polvorienta carretera. Sintonicé la radio y pensé en Neto, en qué le iba a decir y cómo se lo iba a decir. Sería mi primera declaración, nunca antes hice una. Sentí nervios y un ligero pánico.

Recuerdo -Paso Del Norte-Where stories live. Discover now