Capitulo 31: Un deseo

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-Estoy bien, tranquila -beso su pelo -solo fue un rasguño.


-¡Como se te ocurre pelar con...! -y el le tapo la boca con la mano


-Baja la voz -le miro con el ceño fruncido -¿Quieres que todos sepan que estas aquí?-ella dijo algo, pero amortiguado por su mano, no se entendió -¿Qué? -y el aparto la mano.


-Que no me importa -y lo miro a los ojos


-A mi tampoco -y el la beso, apretándola contra él. Se deleito con sus labios, ansioso por recordar aquel dulce sabor. Se aparto unos centímetros y la miro -Te he necesitado tanto.


-Alexander -ella bajo la vista -¿Estas desnudo?


-No me gusta dormir vestido -el sonrió divertido


-Y...¿es cómodo? -ella se aparto un poco


-Bastante -Alexander frunció el ceño y la miro confundido cuando ella se incorporo y parada ante el, deslizo los tirantes de su camisola y esta resbaló por su cuerpo hasta quedar en el suelo. -Dios mío -la observo maravillado, recorrió cada poro de su piel y al mirarla a los ojos alzo la mano y tomo la suya, tirando de ella -Vas a casarte conmigo.


-Si -respondió sobre sus labios, cuando el la beso.


Con suma delicadeza, Alexander la tumbo sobre la cama y apartando las sabanas se tumbo a su lado, beso cada rincón de su piel, deleitándose con los gemidos de ella, que llenaban la habitación. Se situó entre sus piernas y la beso con devoción, aparto su rostro, para mirarla a los ojos y acaricio su cara, apartando el pelo de ella.


-Quisiera no tener que causarte daño -y beso su nariz, su mejilla, su cuello. Y poco a poco se introdujo en ella, sintiendo su resistencia. Eara se mordió el labio y se tenso ante la invasión en su cuerpo, sus manos retorcieron las sabanas y cerró los ojos con fuerza -Te quiero mi princesa -le hablo al oído y la beso, conteniendo el pequeño grito de dolor que salió de su garganta cuando finalmente, fueron uno solo.


Durante unos minutos permanecieron quietos, uno en brazos del otro. Alexander alargo los brazos y entrelazo sus manos con las de ella y poco a poco comenzó a moverse. Ella contuvo el aliento, esperando que el dolor regresara, pero no volvió. En su lugar estaba la plenitud, una inmensa plenitud y la maravillosa sensación que recorría su cuerpo y que cada vez se hacía más grande.


-Alexander -gimió su nombre, mientras se agarraba a su espalda.


Y juntos llegaron al final de aquel maravilloso viaje, anidiando sus bocas en un beso, mirándose a los ojos. Conscientes de que todo acababa de cambiar.






Estaba amaneciendo, era muy temprano y lo sabía.


El CondeWhere stories live. Discover now