Monika

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Rusia era fría, eso lo sabía, pero la última vez que estuvo allí era verano, y no se había podido jamás imaginar que en un lugar hiciera más frío que en los Alpes. Al menos iba abrigada. Se atavió con abrigos de pieles ahí mismo, para no parecer más extranjera de lo que ya era.

"... así que solo nos quedas tú." le había dicho. "Ludwig está limpiando Francia, Freyja anda jugando a los aviones y se desvive en el mundo del espionaje, Gilbert estaba a kilómetros en el desierto, así que de las únicas cuatro personas que sé que no van a traicionarse a sí mismos, sólo quedas tú".

Y ella le había dicho que no era la persona correcta, que no sabía de asuntos políticos, ni de como manejar a la gente, pero eran esas mismas cosas las que la hacían sentirse mal. Los rusos iban a sentirse insultados cuando vieran que en lugar de un embajador, el gran tercer imperio alemán les había enviado a una niña que intentaba jugar a la guerra.

Con esas premisas esperaba a que la recibiera Iván. Al parecer los jefes de las naciones les encantaba juntar a sus naciones, a ver qué pasaba.

Debió haberse visto más pálida de lo que ya era al verlo: era alto, su nariz era enorme, y todo en su contextura física señalaba tosquedad, pero su impresión de decepción al verla se esfumó al par de segundos.

-Buenos días -la saludó de la mano.

-Buenos días -respondió ella intentando que no se le desarmara la voz de la impresión que le causaba aquella montaña.

-Pasa, por favor -la invitó, una oficina como cualquier otra, pero mucho más hermosa. Se deslumbró enseguida con los finos tallados en los marcos de las puertas, ventanas y muebles, que le recordaban a los que había visto en los palacios de sus reyes y emperadores, y las catedrales que se habían erigido antes de que ella abriera los ojos.

-Monika, cierto? No me esperaba verte por aquí. Creí que vendría tu hermano -añadió, y le pareció ver la sombra de una sonrisa-. Toma asiento.

Le indicó la percha para quitarse sus pesados abrigos. Adentro, estaba bien calefaccionado. Ambos se sentaron en la esquina, donde había un estante de libros viejos, y dos sillas dispuestas para una amigable conversación.

Los militares siempre iban vestidos de militares, estuvieran donde estuvieran, y todos sus hermanos eran militares, Gilbert más que ninguno, así que desde siempre había estado rodeada de personas de aspecto imponente con sus uniformes que destacaban cada logro, cada batalla, cada gota de sudor o sangre... y aún así el uniforme soviético le infundía más miedo.

-Está demasiado ocupado. Los franceses son gente problemática, y los británicos, testarudos. Pero no tardarán en caer.

"Demuéstrate poderosa, con confianza. Que no dude de tu grandeza. Que no dude que estás manejando bien tus conflicto".

-Así me doy cuenta. Con otros países no tuvo ningún problema. Me extraña. Qué es lo complicado? -le preguntó él.

"Intentará sacarte información. Primero de manera directa, pensando que dentro de tu inexperticia se lo dirás. Si todo sale bien, comenzará a disfrazar sus palabras, ahí es donde debes tener cuidado, nunca te distraigas".

-Ah, casi lo olvido. Soy un pésimo anfitrión -dijo levantándose-. Puedo ofrecerte algo? Té?

"Y sin embargo no olvides. Mantén a tus amigos cerca, y a tus enemigos, aún más".

-Sí, por favor -infló su pecho dándose algo de tiempo-. No hay complicación alguna. Es solo que el Führer prefiere ganar el Reino Unido con la menor cantidad de bajas posibles. Una batalla por mar no es problema, mucho menos con nuestros submarinos, pero contra la inmensa Royal Navy no sería más que un desgaste innecesario.

"Demuestra algo de autoridad. Te van a comer viva si no te haces respetar. Eres mujer, te va a costar el doble".

El eslavo trajo su encargo, una pequeña tasa para cada uno, ambas del mismo juego. Blancas, con hermosos diseños azules pintados a mano, muy de aquellas regiones heladas, se dio el tiempo de admirarlos, y agradeció, como dictaba la norma.

-Pero usted no es mi aliado en esta guerra -aclaró haciendo hincapié en "mi" y "esta", porque no podía aguantar que le hablaran como si ella fuera una espectadora-. No tengo por qué darle más explicaciones sobre ella.

-No, no. Claro que no -dijo él antes de beber un sorbo, inhalando el vapor que desprendía la tasa. No parecía ofendido-. Somos amigos. Y por eso había invitado a su hermano aquí: el mundo ansía el día en que rompamos nuestra amistad, tanto que nos pueden hacer a nosotros mismos dudar. Pero son vísperas de Navidad, y qué mejor momento para esfumar cualquier duda al respecto? -ahora sí le vio sonreír de verdad, una sonrisa que hasta le inspiraba honestidad.

Tanta honestidad traía desconfianza. Fue esa sonrisa la que la hizo entrar verdaderamente en el juego. No entendía, porque no se había parado a analizarlo, porque no le incumbía, ella solo cocinaba, surcía, leía, veía las noticias... Ahora recién comenzaba a entender lo que significaba jugar a ser nación. Ahora recién comenzaba a entender que ella no tenía que ser la víctima.

Su jefe había desistido con el Reino Unido para comenzar una guerra relámpago contra la URSS.

Era un suicidio... o no?

Al menos, su rostro no la traicionó.

-Es verdad -dijo esbozando una falsa sonrisa, tal como le había hecho él recién-. Y me complacería mucho si me permite devolverle el favor. Mis tierras son más que conocidas por sus antiguas tradiciones navideñas.

De alguna manera sostuvo tan bien aquella conversación que la invitó a dar un paseo por algunos lugares remarcables, y luego la invitó a cenar algo de su curiosa gastronomía, todo por pura cortesía, y bien sabía, porque se había ganado aunque sea algo de respeto.

Pero definitivamente la Monika que volvía no era la misma que se fue. Esta tampoco sonreía, pero ya no tenía cara de polluelo asustado, y estaba lista para jugar al juego de las ratas en Berlín.

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⏰ Last updated: Dec 13, 2017 ⏰

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Entre Relámpagos (otro FanFic Hetalia WWII)Where stories live. Discover now