La Princesa

19 0 0
                                    


No notó que se había quemado hasta que vio el pedazo de piel pegado a la asadera de metal, sin embargo por el olor ya sabía que se le había quemado el guiso. Lo sacó del horno para dejarlo sobre la mesa mientras mascullaba un par de maldiciones. Estaba tan torpe estas últimas semanas... Y eso que todo marchaba bien. Todo salió bien en Francia, la Unión Soviética aún no rompía el pacto de no-agresión, las alimañas estaban siendo deportadas... Entonces por qué estaba tan torpe? Concéntrate, Monika. Vas a arruinar el Glühwein.

El timbre del teléfono la hizo saltar, tanto que se le cayó la cuchara de palo que tenias en la mano. Lavó sus manos y se las secó en el delantal para ir a atender, yendo a paso rápido.

—Hol–...

—Monika! –le interrumpió la voz de su hermana–. Mi niña preciosa. Echaba de menos tu voz. Cómo estás? 

—Bien, bien... Freyja, no te oigo. Suena un ruido...

 — Sí! Son los motores de los aviones. No te parece genial?

Era eso. Sus hermanos estaban afuera, y con la única que se llevaba bien era Freyja. Ludwig era demasiado... correcto, y a decir verdad, a ninguno de los dos prusianos les cayó bien cuando ella y su mellizo decidieron tomar el control de las cosas en 1919. Por supuesto solo eran unos mocosos inexpertos, y todo era un desastre.

Aún recordaba como si fuera ayer cuando Ludwig llegaba a casa hablando con la boca del partido que el día de hoy estaba en el poder. Parecía muy entusiasmado, muy feliz, y eso la ponía feliz a ella. Y cómo no estarlo después de haber ido a pasar hambre a un matadero? Pero con el tiempo su hermano se puso cada vez más y más sombrío. Al parecer él había madurado, y ella no. Los hombres se unieron, y las mujeres, también.

—Freyja... Por qué nunca me cuentas qué pasa? Acá siempre dicen que todo está bien, pero yo sé que no lo está.

A la albina enseguida se le esfumó el ánimo. Las naciones sentían como naciones. Era cierto, el pueblo alemán era ignorante, el gobierno se encargó de ello, pero no así sus soldados en las afueras.

— No puedo decirte nada. No puedo decirlo en voz alta, ni por carta. Pero vas a enterarte pronto, lo prometo.

—Freyja, por favor. El otro día escuché unos gritos y por el ojal de la puerta vi cómo los de la Gestapo se llevaban a rastras a un hombre. Ocurre todos los días, en todas partes, a cualquier hora y lugar, y a cualquier persona. Nadie pregunta nada, nadie se atreve -no se alcanzó a dar ni cuenta de cómo le latía el corazón al hablar de eso, al evocar las imágenes, como si supiera que estaba mal.

  —Shh!! Cállate! No vuelvas a...

La rubia cortó el teléfono en el acto. Alguien llamaba a su puerta.

Tal vez eran los hombres de negro, que ahora venían a llevársela a ella.


Monika se quitó el delantal y lo dejó colgado en una silla. Alcanzó a mirarse a un espejo, donde solo vio a una niña de expresión temerosa. No podía permitirse eso, no podía, o la iban a devorar viva en esos ambientes. Se soltó el cabello y lo arregló un poco detrás de sus orejas para ir a abrir la puerta algo presentable.

—Buenas tardes -saludó un hombre alto y apuesto, enseguida destacaban sus ojos fríos, se parecían mucho a los de ella, pero en él contrastaban con su cabello negro cual carbón-. Es usted Monika Beilschmidt?

Se acababa de prometer verse algo más que asustada, pero la expresión corporal le salía natural. Pegó sus manos a las propias caderas, para evitar que temblaran. Las siglas SS podían verse claramente en el uniforme.

—Sí -respondió ella asintiendo con la cabeza.
—Mi nombre es Klaus Schultz. El Führer me ordenó que la escoltara a su oficina en el Reichstag.

—Okay. Voy enseguida, espéreme un segundo por favor, debo ponerme más presentable.

El hombre asintió, y ella cerró la puerta para correr (sin hacer demasiado ruido con sus pies) a ponerse su mejor ropa, sus mejores joyas, y maquillarse un poco la cara para no parecer un pollo desplumado. Sentía que se le iba a salir el corazón, por qué? 

Entre Relámpagos (otro FanFic Hetalia WWII)Where stories live. Discover now