Capítulo XII

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Tic-tac.

Tic-tac.

Así sonaba el rumbo del tiempo. O, al menos eso es lo que todos querían creer. A veces, el tiempo venía de la mano de una caricia, de un beso, de un gemido ahogado. Y, simplemente, pasaba sin hacer ruido hasta perderse en su propio reloj.

Eso era lo que les ocurría a ellos.

Ara dejó escapar un suspiro, lleno de ternura y desolación, llena de paciencia y poco tiempo.

— ¿Un coma?

Él asintió, mientras luchaba por no dejarse llevar por los temblores que, interiormente, le sacudían. Era algo difícil, porque llevaba tanto tiempo peleando que sus fuerzas estaban dolorosamente mermadas.

— Necesito que despiertes, Ara. Hay tantas cosas que has dejado atrás... —Sacudió la cabeza, agotado. Sintió las manos de su mujer acariciarle y pensó que, al menos, allí estaría tranquilo.

Ara asintió, completamente segura. A pesar de que apenas recordaba nada y de que su memoria estaba llena de bruma, sabía que era así. No podía ser de otro modo. Al menos... Enzo estaba con ella.

— Me gustaría poder hacerlo. Créeme... es lo que más ansío, pero no es nada fácil. —Sacudió la cabeza, contrita, desolada—. Aún no entiendo cómo funciona este mundo. Me paso el día vagando de un lado a otro, descubriendo recuerdos que solo... me joden. Porque no puedo volver a ellos.

— Esos recuerdos no importan, Ara. —Enzo se incorporó y besó su hombro desnudo—. Podemos crear nuevos. Aún...Dios, aún tenemos toda la vida por delante.

— ¿De verdad? ¿Incluso ahora me esperas?

Enzo asintió y subió los labios hasta su cuello. Cada gesto era tranquilo, pero irradiaba una honda desesperación. Necesitaba que volviera. Fuera como fuera.

— ¿Cómo no iba a hacerlo, eh? —Sonrió cariñosamente y tiró de ella hasta que sus cuerpos volvieron a estar piel con piel—. Lo eres todo para mí.

Se hizo el silencio, uno que solo compartían ellos dos y que estaba pleno de sentimientos encontrados: amor, pasión, la dulce esperanza de quienes no tenían nada en qué creer. Y, aún así, era un silencio de espera, de comprensión.

— ¿Éramos felices, Enzo?

Él asintió y se recostó en las almohadas. Después cerró los ojos.

— ¿Quieres que te lo cuente, ragazza?

— ¿Sería mucho pedir?

Una risotada, dulce y cariñosa. Una que Ara había echado de menos durante mucho, mucho tiempo. Una que apenas recordaba y que, ahora, le era tan vital como respirar.

— Nos conocimos en clase de Arte, en la universidad —susurró, mientras sus manos deambulaban por la tierna piel de la cadera de Ara—. Mis padres se enfadaron conmigo porque... últimamente estaba gastando más de lo que debía, creo. Me cortaron el grifo y me vi con una mano delante y una detrás. Así que busqué algún curro fácil y en el que pagaran bien. Luca, ¿te acuerdas de él? fue quien lo recomendó.

— Luca... —susurró ella, pacientemente. Sus recuerdos sobre él estaban muy distorsionados pero, la sola mención de su nombre era una llamada llena de luz que los iluminaba. Como un faro en un día de niebla—. Creo que... le recuerdo —dijo, mucho más animada—. ¿Luca fue el testigo en....?

— Nuestra boda, sí. —Enzo sonrió mucho más ampliamente. Su corazón, su maltrecho corazón, se alzó latiendo presuroso y con fuerza—. Y el padrino en el bautizo de Adriana.

La muñeca tatuada (COMPLETA----- Historia Destacada Abril 2018)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora