Capítulo VIII

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Había cosas banales que importaban. Otras no tanto. Y había detalles que no parecían servir de nada y que, en realidad, lo significaban todo.

Uno de estos últimos fue el que trastocó parte de su mundo y del que les rodeaba. Lo hizo con fuerza, de imprevisto, con arrojo y violencia.

Ocurrió a mediodía, sorprendentemente. Rocky estaba segura de que las desgracias siempre llegaban de noche, con el manto oscuro y frío de la oscuridad. Sin embargo, pronto descubrió que, a veces, el mundo era más impredecible de lo que imaginaba. Más cruel. Más odioso.

Como cada día, estaba en el hospital, desviviéndose por personas a quien, realmente, no importaba. ¿Le molestaba ese detalle? No, por supuesto que no. Estar allí era lo que siempre había querido hacer, desde que tenía pocos años y pocas luces. Quiso cuidar, mimar y curar a los que caían, a los que no se levantaban y a esos que, como su madre, se recuperaban. Después, a media carrera, llegó el accidente. Su vocación se disparó y creció tan bruscamente que, a final de año, era considerada una de las grandes promesas de Milán.

Pero ¿acaso le servía eso para lidiar con el día a día? ¿Con lo que se escondía tras los muros de su casa?

A veces, quizá. En un día como aquél, no había nada que pudiera evitar.

El móvil sonó con fuerza, con intensidad. Rocky parpadeó, regresó de estado de reflexión y lo cogió, sin apenas mirar quién era.

—¿Diga?

— ¿¡Dónde mierdas está?!

— ¿Qué quieres decir? —contestó ella, entre susurros. Vio que dos pacientes la miraban con curiosidad así que les sonrió y echó a andar por los pasillos, blancos y perfectamente limpios—. ¡Tranquilízate!

Se hizo un silencio y después, se oyó el amargo sonido de un sollozo, apenas contenido.

— ¡¿Dónde está?! —repitió, entre desesperados sollozos.

— Anna, Anna... está en Roma. Se me olvidó decírtelo ayer. Se marchó por no sé qué de trabajo. —Se detuvo y parpadeó, confusa—. ¿Cómo sabes que no está en Milán?

El incómodo silencio volvió a asentarse entre ellas. Fue interrumpido solo por el sonido de una cremallera al cerrarse y de algo al ser removido.

—¿Anna? —Rocky salió del hospital a toda prisa, lejos de miradas curiosas. Se dirigió a los bancos que coronaban el parque de la parte delantera y allí, se dejó caer.

La inquietud que sentía iba creciendo rápidamente, porque no entendía qué podía pasar ahora, ni cómo iba a reaccionar su hermana.

— ¡¡Tendrías que habérmelo dicho!! —aulló Anna, con la voz repentinamente apagada. Se oyó un crujido, uno leve y confuso, como si apretaran con demasiada fuerza el teléfono. Después, su voz volvió a sonar nítida—. ¡Vuelve a casa, joder! ¡Necesito que vengas!

La muñeca tatuada (COMPLETA----- Historia Destacada Abril 2018)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora