Tu leías tu libro mientras el resto terminaba la tarea que les habías dado. Ni si quiera me moleste en anotarlos sabía que debería quedarme hasta tarde contigo, de todos modos, no tendría tiempo de hacerlo.
El timbre sonó y todos salieron, nos quedamos solos los dos, como aquel día en donde te ofreciste en ser mi tutor de literatura y terminamos los dos en la cama de mis padres, tú con los labios hinchados y la espalda arañada mientras que yo tenía marcas en mi cuello y en otras zonas. Todo había comenzado ahí y ambos sabíamos que no iba a ser la única vez.
Cada vez que entrabas al salón con tu aura de profesor sentía como cada organismo de mi cuerpo pedía a gritos que me tocaras.
Tu mimo habías dicho que los humanos nos tropezábamos con la misma piedra dos veces. En nuestro caso habían sido tatas que habíamos perdido la cuenta.
No tenía claro quien era más débil ante el otro, pero era claro que ambos teníamos una debilidad por el otro. Al verte mis piernas temblaban, mi corazón latía tan rápido que quería salir volando, mi piel se erizaba y lo único en lo que podía pensar era en nosotros dos en algún rincón de la escuela sentido como el tiempo pasaba y nuestros cuerpos temblaban al tocarse.
Tú te mantuviste en tu lagar mientras yo seguía sentada. Ahora estábamos cara a cara y mi corazón latía rápidamente, sé que te gusta, ni si quiera tienes que ocultarlo.
Me sacaste del salón por la puerta trasera y me condujiste a tu despacho. Los pasillos estaban vacíos, lo único que se escuchaba eran nuestros pasos acelerados para poder volver a sentirnos el uno al otro.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
