Capítulo I

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<<A veces, ni siquiera yo sé quién soy, ni qué me trajo aquí. El tiempo pasa a mi alrededor como un velo de lluvia llevado por el viento, como un susurro gritado a la nada. Pero estoy aquí, guardando un secreto que nadie quiere conocer, que a nadie le interesa. Estoy sola, completamente aislada en la negrura y, sin embargo... continuo esperando. ¿Qué espero? No lo sé. ¿A quién? Tampoco. Solo tengo la certeza de que, al final, tras los días que escapan por mi ventana llegará algo, y ese algo, cambiará mi vida>>.

Ara releyó las líneas que estaban escritas en la pared. Tras dos largas semanas de búsqueda, había encontrado la puerta que daba a esa habitación. Por fin. Apenas se había fijado si algo era diferente a la primera vez que había entrado, pues lo único que le interesaba era saber si aquellas frases seguían allí.

Suspiró profundamente y las acarició con la yema de los dedos, con dulzura. A pesar del tiempo que había empleado en investigar sobre ellas, no había encontrado nada que arrojara un poco de luz sobre su misterio. Incluso había buscado más letras en su habitación, aún sabiendo que en esas cuatro paredes no había nada de interés. Era frustrante y, a la vez, emocionante. De hecho, era lo único emocionante que había allí.

—¿Quién demonios eras? —preguntó, en un susurro y arrastrando las sílabas, como si le costara vocalizar.

Carraspeó, sacudió la cabeza y dejó su voz escondida en un rincón, apartada para otro momento. Después se sentó en el suelo y apoyó la espalda en la pared, justo al lado del párrafo.

Sus ojos violetas se entrecerraron, mientras luchaban contra el polvo que ella misma había levantado. Intentó no toser pero, tras un incómodo momento, su pecho se contrajo dolorosamente en una serie de espasmos. Poco a poco, el polvo se asentó y Ara consiguió tomar un poco de aire, pese a que éste no era el mejor.

Efectivamente, la habitación seguía tal y como ella recordaba: más pequeña que el resto, pintada en un brillante tono azul y decorado con pequeños elefantes amarillos. Aparentemente, la habitación de un niño. Pero ¿por qué parecía que ese niño nunca había nacido? Todo estaba sin usar, impecable... salvo por la gruesa capa de polvo que cubría todo a su alrededor.

Tras unos segundos de completo silencio, en los que ni siquiera ella se atrevió a pensar, Ara se levantó y deambuló por la habitación, como si fuera la primera vez que lo hacía. Observó cada detalle, cada minúscula partícula que conformaba ese pequeño y extraño universo. Acarició los juguetes pulcramente colocados en la estantería, y sonrió cuando notó en ella una inesperada ola de cariño y esperanza. Ignoraba por qué, pero aquellos sencillos elementos llenaban su mente de música, de risas y de un incontrolable anhelo. No era la primera vez que le pasaba, así que desechó como pudo los sentimientos y continuó con su escrutinio, esta vez, para acercarse a la cuna. Nunca antes lo había hecho pero, como de costumbre, ignoraba por qué. Quizá fuera porque las letras la habían llamado más la atención o, simplemente, porque le daba miedo encontrarse algo allí que no quisiera ver. Esa vez, sin embargo, impulsada por esa repentina necesidad de saber más, se acercó y apartó el cobertor de seda azul con toda la lentitud del mundo.

Y la vio... Y gritó. Como si la poca voz que le quedaba quisiera escapar.

En la cuna había una muñeca, una pequeña, desnuda y con los ojos abiertos. Y en su frente, bajo el pelo rubio, había dos palabras escritas, dos palabras que a ella se le tornaron eternas, hermosas y siniestramente vacías. Porque, ¿quién se atrevía a decir <<te quiero>> a alguien que, en realidad, no existía?

***

Ignoraba cuánto tiempo había pasado desde que cerró los ojos. ¿Una, dos horas? ¿Quizá más? La oscuridad rodeaba todo lo que tenía al alcance de la mano, incluso el reloj que marcaba las cinco y media de la mañana.

La muñeca tatuada (COMPLETA----- Historia Destacada Abril 2018)Where stories live. Discover now