Capítulo 8: Un año que termina.

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Estamos sentados sobre la arena, de hecho, sobre un sillón tipo Puf inmenso, donde estamos cómodamente los dos, Tom con sus largas piernas estiradas y los pies desnudos sobre la arena, mientras que yo estoy a su lado, mis piernas sobre sus muslos y usando su brazo izquierdo como almohada mientras vemos el espectáculo de fuego frente a nosotros.

En la mano derecha sus largos dedos sostienen una curiosa copa en forma de piña, la bebida alcohólica ya va a la mitad. Mientras que yo sostengo un dulce preparado, libre de alcohol.

Cuando Tom toma un trago de su vaso, veo su cuello moverse, ese movimiento adquiere un aura misteriosa gracias a las llamas danzarinas. Las sombras son más intensas en ciertos puntos, círculos irregulares que parecen... ¡Oh vaya! Chupetones. Le he hecho chupetones. Me obligo a cerrar la boca aunque sigo hipnotizada.

—¿Qué tengo? —me pregunta cuando baja el vaso, me ha estado mirando de reojo, ahora me mira de lleno con la mirada curiosa. Niego con la cabeza.

—Yo... he, tienes mordidas y chupetones —susurro intentando que nadie más me escuche.

—Ah sí, ya los había visto —se encoje de hombros—, son poco sutiles —sonríe divertido, yo entrecierro los ojos.

—¿No crees que es un poco guarro? Traer marcas de... eso —susurro eso como si fuese una enfermedad vergonzosa y contagiosa, lo que hace que él se ría, todo el Puf se mueve mientras él se parte la espalda de la risa.

Un momento después cuando se ha calmado bajo mi mirada irritada, sonríe como el gato que se comió al canario.

—Recuérdalo la próxima vez —tiene el descaro de guiñarme el ojo, le enseño la lengua como haría una persona sensata y madura. Él se vuelve a reír y aprieta su mano en mis tobillos, los cuales, seguramente al terminar la noche, estarán muy hinchados.

Él me acaricia las piernas mientras seguimos observando el espectáculo, no creo que sea muy consciente de lo que hace, está mirando con gran atención hacia enfrente. Hay un gran atractivo en estar viendo a personas apenas vestidas manipulando llamas y haciendo figuras en el aire con estas.

Un rato después que ha terminado el espectáculo y la gente se dispersa un poco, algunos han regresado al interior por bebidas o a bailar en la pista, algunos otros, como nosotros, continúan en la arena, disfrutando de la música baja, o las vistas, las cuales son impresionantes.

—¿Has venido antes a aquí? —le pregunto para luego tomar un sorbo de mi bebida, tiene un gusto a coco y piña con alguna otra cosa. Él se rasca la barbilla mientras su otra mano sostiene mis piernas en las suyas.

—¿Estás coqueteando? —me mira de reojo, tengo que rodar los ojos.

—Noo, es una pregunta seria, sé que vienen de vacaciones por estos lugares —le digo, preguntarle por sus vacaciones me parece un buen tema de conversación como cualquier otro.

—Eh sí, a las Malvidas, pero no a esta isla, esta es más... privada.

Miro alrededor a las más de cincuenta personas que tenemos alrededor, entre turistas y trabajadores—. No me parece muy privada —Tom sigue mi mirada alrededor, incluso levanto una ceja.

—¿No, verdad? —sonríe divertido—, es por las fechas —se encoge de hombros—, nosotros solemos escoger islas de buen tamaño donde hay cualquier tipo de diversión y podemos perdernos entre la gente.

—Pero... ¿realmente nunca nadie te... reconoce? O bueno, ¿los reconoce?

—Sí, sucede, pero no es como que estén encima de nosotros, como pasaría en otros lados, la seguridad es muy estricta con famosos —hace las comillas en el aire con la última palabra—, si arman alboroto pueden sacarlos de la isla. Hay personas que solo quieren fotos, y a veces las damos —se encoge de hombros como si fuera algo normal.

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