Capítulo V.

12 0 0
                                    

Al día siguiente, cuando entro por la puerta del salón para impartir su clase, muchos de los estudiantes no lo reconocieron. Sus ojos hinchados y su encorvamiento debelaban que no había dormido en toda la noche, por lo que no falto el supervisor del plantel llamándole la atención, platica que él oyó a fuerza de grito.

-Esto ira a su registro, ¡no lo dude!

Pero en sí, no escuchó la verborrea, puesto que tenía cosas más importantes de las que preocuparse.

-No creo ser tan brillante...

¿Qué misterios pueden revelarme?

¿Por qué a mí...?

¿Qué quieren de mí?

Balbuceaba, mientras veía transcurrir los días, siempre rodeando la colina por las dudas.

Sin embargo hay cosas que no se pueden evitar, ya que una noche, cuando regresó de la universidad, vio desde el portón de la casa como en su sala, la luz de la chimenea iluminaba tenuemente una seductora figura de gabardina roja que fumaba un cigarrillo, sentada en el sillón principal.

Entonces, tan sigilosamente como pudo, entró en la casa y tomando rápidamente el atizador de la chimenea, ¿Quién eres? -preguntó- a lo que dicha mujer después de arrojar el cigarro al fuego le dijo:


No tienes que atormentarte más,
yo soy la oscuridad que asecha en la soledad.

Alma solitaria, en tu desdicha
he venido para hacerte compañía.
Necesitas descansar para olvidar...

¿Qué crees que conseguirás
apartándote de la codicia y lo carnal?


No tienes que soportar más pesar,
solo rompe las ataduras de tus reglas
y entonces seras libre de verdad.


Ven peregrino, mi manto te cobijara,
estoy aquí para ofrecerte libertad real.

¿Acaso persigues filosofía?
La humilde pureza, ilusión tan efímera...
Necesitas olvidar para descansar...

Yo te ofrezco una salida
que nadie más te puede dar.


El placer debe ser tu única doctrina.
y ni siquiera el cielo te podrá alcanzar...
Allí en el borde espero tu respuesta...


Nicolás bajo el brazo y lentamente como si el reloj de péndulo de la habitación fuera deteniendo el tiempo, dejo caer el frio hierro del atizador sobre el piso, dudando, con el beso en la mejilla que le dio aquel ser espectral, mismo que cual neblina fría de montaña, se difumino en el aire.

Y si así consiguiera
apaciguar mis tormentas.

Y si tomara su oferta,
si tuviera una noche serena..
.

Él se quedó allí, inmóvil como una estaca, con su mente en movimiento, tratando de hilar los acontecimientos que le estaban suscitando y hallar un porque, recapitulando cada aspecto de su vida hasta aquel instante.

IKRÄTHA:  Cuentos de Soledad -Trygdall-Where stories live. Discover now