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Se llevaron a Grace unos días después. Una mujer presentada como la enfermera Bianca abrió la puerta, pretendió examinar el tobillo hinchado y morado, y luego hizo que Ashley y Carolyn la ayudaran a ponerla en una silla de ruedas que trajo consigo. Grace lloriqueó por el dolor y estuvo flácida cuando la alzaron, con sus ojos rodando y vidriosos.

—Va a estar de maravilla —nos aseguró la enfermera Bianca cuando iba saliendo—. ¡Unos días en la enfermería y podrá volver con ustedes!

Pero no regresó, y, mientras más tiempo permanecía ausente, más inquietas nos poníamos las demás. Susurrábamos nuestras teorías en plena noche: que Grace había sido abandonada en algún lugar para que alguien más la encontrara; que había sido encadenada y desatendida para que sufriera en confinamiento, donde no podríamos ver que fue asesinada.

—Cualquiera de nosotras puede ser la siguiente —dijo Gloria una noche.

Después de presenciar las profundidades a las que las consejeras estaban dispuestas a llegar, algo en Gloria estalló. Actuaba temperamental, retraída, enojada y estaba obsesionada con la idea de que solo era cuestión de tiempo antes de que todas compartiéramos el mismo destino. O peor. Yo no lo negaba.

—¡Pero yo sigo las reglas! —chilló Diana.

—¿Y? Van a cambiar las reglas. No seas estúpida, no quieren que tengamos éxito. Quieren rompernos.

Inez empezó a sollozar silenciosamente en la oscuridad. No había estado haciendo mucho más en los últimos días. Yo comprendía su miedo, lo compartía, y quería llorar también, pero no ayudaría, así que solo me mantenía callada, arrugándome entre mis esposas.

—¿Cuánto tiempo hemos estado aquí? —preguntó Gloria.

—¿Dos semanas? ¿Un poco más? —calculó Morgan con incertidumbre. Era difícil llevar la cuenta del tiempo, y era aún más difícil cuando la privación de comida y sueño hacían que nuestros pensamientos fueran resbaladizos.

—Ni siquiera la mitad de lo que dura el campamento...

Gloria se ensimismó y la habitación se acopló a un silencio intranquilo. Faltaba un mes. Un mes de actividades e insultos y hambruna. Un mes con un grupo de psicópatas encaprichadas con sacarnos la grasa a raíz de torturas. No podría hacerlo, sabía que no podría. Ya me encontraba muy débil, con tanto dolor... El pensamiento de ser obligada a resistir más me hacía tiritar.

El día que llegó la lluvia, todos los ojos estaban fijados en la puerta. El aire se sentía tenso, asfixiante, y tenía la sensación de que un gran peso estaba sentado sobre mi pecho, dificultando mi respiración. Cada crujido de rama afuera de la cabaña tenía mi corazón acelerado, cada ráfaga de viento que estremecía la puerta me hacía encogerme contra mi almohada manchada, segura de que Ashley había venido por nosotras. Mientras más tiempo teníamos que esperar, más ansiosa me ponía. Pero no fue hasta que la lluvia se calmó y las nubes se partieron que Ashley y Carolyn dieron la cara, puras sonrisas dentro de sus impermeables amarillos y botas.

—¿Quién está lista para la actividad? —preguntó Carolyn con las manos juntas a modo de anticipación.

Ashley sostuvo un contenedor de metal grande en una mano, abollado y oxidado por años de uso.

—¿Alguien tiene una idea de qué podría ser esto? ¿Nadie?

Presioné mis labios partidos en la forma de una línea delgada para evitar que mi mentón temblara. Fuera lo que fuera que tuvieran preparado para nosotras, sería, sin duda, degradante, exhaustivo y no sabía de dónde iba a recolectar las fuerzas para completarlo. Los miembros de mi cuerpo se sentían como plomo, el solo levantarlos se estaba convirtiendo en un desafío, y cualquier movimiento enviaba ondas de dolor agudo por mi cabeza, nublándome la visión y dejándome mareada. Si no podía hacerlo, si era demasiado lenta o demasiado débil, ¿qué me obligarían a hacer?

CAMPAMENTO PARA GORDAS | S. H. COOPERWhere stories live. Discover now