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Después del primer par de días, conservar la noción del tiempo se volvió difícil. Se nos mantenía esposadas a nuestras camas, éramos rociadas una vez al día y se nos ofrecía los desperdicios cada vez más repugnantes como única fuente de comida. Logré resistir por un tiempo, pero me encontraba débil y hambrienta, y finalmente le di un bocado a lo que apenas pasaba como una hamburguesa de pavo.

El olor a carne podrida hizo que mi cabeza ya mareada diera vueltas y el sabor me hizo atragantarme, propagándose al reverso de mi lengua como un castigo extendido. Me lo tragué con lágrimas en los ojos y bebí desesperadamente el agua de la cubeta como si eso pudiera ayudar a enjuagar el sabor y el recuerdo.

—¡Aw, qué bien, cariño! —dijo Ashley—. ¿No es un sentimiento muy genial el solo comer cuando debes hacerlo? ¡Tener ese nivel de autocontrol es muy importante! ¡Estoy orgullosa de ti, señorita Natalie!

A Gloria no le había ido muy bien. Cuando intentó tragarse el pescado —el cual olía como vertedero ahumado—, tuvo arcadas y luego vomitó bilis espumosa sobre el piso entre nosotras.

—Cielo Santo, ¡mira qué cerdita tan desastrosa eres, señorita Gloria! Bueno, supongo que no tenías tanta hambre después de todo.

Gloria gruñó y alejó su mirada de Ashley. Había estado tan llena de ferocidad al principio, pero mientras más tiempo permanecíamos cautivas ahí, más se desvanecía. Ya no seguíamos discutiendo planes de escape ni lo que les queríamos hacer al personal del campamento una vez que estuviéramos libres. Hablar requería energía que carecíamos severamente. Tan solo el tratar de mantener coherencia en mis pensamientos se estaba volviendo más difícil.

Mis brazos siempre dolían, flotando entre un entumecimiento frío y un ardor que me sacaba una mueca de dolor siempre que me movía. Me encontraba pegajosa por sudor viejo y desperdicios corporales, y el colchón húmedo debajo de mí apestaba a ambas cosas. Insectos, atraídos por el hedor, zumbaban por todos lados a mi alrededor y cada parte de mi cuerpo me picaba bajo la capa de mugre. Quería mudar mi piel, arrastrarme por debajo de ella y quemarla, con la certeza de que nunca estaría verdaderamente limpia de nuevo.

Debimos de haber pasado más o menos la primera semana de esta forma; inmóviles y miserables. Comencé a pensar que quizá eso iba a constituir la totalidad del campamento, y casi me resigné ante un mes y medio completo de no hacer nada más que fermentarme en mi propio excremento. «Has de estar tan orgullosa, mamá», pensé una noche cuando no podía dormir porque no había comido en un tiempo. Quería sentirme molesta, pero sentir cualquier cosa más allá de la desesperanza y el hambre constante y corrosiva requerían simplemente demasiado esfuerzo.

—¡Ya amaneció, mis cerditas! —Se precipitó Ashley en la cabaña una mañana, aplaudiendo y gritando con voz cantarina—. ¿Quién quiere ir a nadar?

Cuando Ashley le quitó el seguro a las esposas y se cayeron de mis muñecas, pensé que quizá estaba soñando. La sangre acelerándose dolorosamente hacia mis manos pálidas disipó esa idea. Me obligué a mí misma a sentarme, tiesa y adolorida, y miré a las otras chicas a medida que se levantaban también. Había un humor de renuencia suspendido en la habitación, como si estuviéramos esperando al remate de un chiste que solo Ashley podría pensar que era gracioso.

Pero se quedó parada en el marco de la puerta con su postura favorita de manos sobre caderas, sonriente. Siempre sonriente.

—¡Ustedes en verdad tienen una manera extraña para demostrar su emoción! ¡Vamos, mis cerditas, andando! —Cuando nadie se movió de sus catres, ella suspiró y rodó sus ojos teatralmente—. ¿No quieren ir? ¡Sé que tener que levantarse de sus culos inmensos es algo aterrador! ¡Sé que ejercitarse más allá de desenvolver una barra de caramelo es arduo! ¡Pero ese es el motivo por el cual están aquí: para aprender que ser holgazanes no es aceptable! ¡Última oportunidad, cerditas, andando!

CAMPAMENTO PARA GORDAS | S. H. COOPERWhere stories live. Discover now