Capítulo 31.

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Evelyn, mi madre, colgó el teléfono. Acababa de llamar a Ezra. Aún le temblaban las manos cuando dejó caer el aparato en la mesa del salón. Ella también temía por su vida. ¿Y si Ezra la culpaba de ser una sombra? Porque obviamente, la culpa era suya. Y a nadie le gustaba estar muerto en vida. La última vez que habló con él, fue hace tanto tiempo, que se sorprendió al reconocer el sonido de su voz al otro lado de la línea.

—¿Diga?

—Soy yo — dijo mi madre, aclarándose la garganta. Evelyn.

—Oh — parecía realmente sorprendido. Ese era uno de los principales objetivos del plan: dejarle anonadado, tanto que le costara reaccionar —. ¿Quieres algo?

Quizás fue el tono que usó con ella, quizás fue enfrentarse a él después de tanto tiempo, pero notó que algo se rompía en su interior. Todo aquel tiempo de añoranza, de melancolía, había explotado de repente, y no sabía si podría soportar los daños.

—Quiero hablar contigo — consiguió articular —. Hace mucho que no nos vemos...

—Y no quiero que nos veamos — cortó Ezra, tajante —. Ni tú tampoco.

Notó que las lágrimas empezaban a recorrer sus mejillas. No estaba preparada para esa conversación, desde luego que no lo estaba.

—Creo que discrepamos — le temblaba irremediablemente la voz, pero no podía hacer nada para evitarlo —. Tengo que hablar contigo. Quizás tenga algo que pueda interesarte.

—Todo lo que tú tenías que pudiera interesarme desapareció hace mucho tiempo. Hazte un favor a ti misma, y déjame en paz.

—En una hora — dijo Evelyn, repentinamente serena —. Nos vemos en el café París, está cerca de tu hotel. Adiós.

Colgó justo después de decir aquello. No admitió ninguna réplica del otro, y Ezra no volvió a llamar. Había dejado las cosas claras. Ahora solo quedaba esperar y confiar en que hubiera picado lo suficiente la curiosidad de Ezra como para que acudiese al encuentro.

Mientras que se secaba la cara húmeda con la manga de su camisa, Nate se acercó a ella por detrás y le puso una mano en el hombro.

—Lo has hecho bien. De verdad — añadió, conciliador —. No te preocupes. Todo saldrá bien.

—No — se quitó la mano de Nate con un movimiento brusco —. No va a salir todo bien. Seguro que...

No pudo decir nada más. Ahora que ella se había dado la vuelta, quedaba enfrente de Nate, que en seguida la miró a los ojos, dispuesto a usar su poder de persuasión.

—Vas a olvidar la conversación con Ezra. Vas a olvidar todo el plan. Vas a quedarte aquí, en casa, creyendo que es un día como otro cualquiera, confiando en que esté cuidando de tu hija — se quedó atónita un momento, pero en seguida, sonrió.

—¡Nate! ¿Cuándo has llegado? ¿Quieres que vaya a visitar a Kate? Seguro que se siente muy sola, allí, contigo. Además, no creo que debas entrar en casa sin llamar antes. Que haya confiado en ti no significa que...

—Adiós, Evelyn.

—¡Eh, espera! ¿Dónde vas? ¿Y por qué has venido?

Y allí, sin comprender nada, mi madre se quedó en la puerta, mirando a aquel misterioso chico que se había presentado en su casa y se había ido al instante. Cerró la puerta y se sentó en el sofá, dispuesta a empezar a hacer la comida para cuando llegara su marido del trabajo, mientras que Nate bajaba las escaleras en silencio, después de haber pensado que era mejor ahorrarle más dolor a aquella mujer que ya había pasado por tanto.

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