Capítulo 13.

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Había algo en la forma de andar de Víctor que hacía que me resultara natural. Esa manera de destacar, de andar, de comportarse... Me recordaba a alguien, ¿pero a quién? Decidí descartar la idea y seguimos a Víctor a la puerta del pub. Había aparcado un elegante Mustang rojo en la entrada (y afortunadamente sin ninguna marca de sombra en el asiento). Daniel se sentó en el asiento del copiloto junto a Víctor, y yo atrás. Víctor arrancó el motor y empezó a sonar una canción en la radio: Fix you de Coldplay. 

—Es curioso que me pidáis ayuda — dijo — hace unos días vino vuestro amiguito Ezra a pedirme un lugar de alojamiento.

Él sonreía, pero yo me quedé con la boca abierta. ¿De qué bando estaba ese tipo? Daniel me miró por el espejo retrovisor e hizo un gesto para indicarme que no dijera nada. Así que cerré la boca.

—Es increíble lo que eres capaz de hacer por un precio justo — dijo Daniel — aunque el precio sea un beso.

Víctor sonrió.

—En realidad no he hecho nada malo. Ezra me pagó para que le diera alojamiento en uno de mis hoteles, no para que mantuviera secretos. Tú — continuó dirigiéndose a mí — me has pagado para que te diga dónde está Ezra. Son tratos. No hay letra pequeña.

—Pero... eh... Víctor...

—Llámame V.

—Está bien, V — dije asintiendo —. No te parece que es algo un poco... ¿inmoral?

Víctor soltó una sonora carcajada a modo de respuesta y nadie dijo nada más en todo el trayecto. Condujo a través de calles que me resultaban familiares, hasta que llegó al elegante hotel Blackbird. Suspiré. 

—Gracias por no servirnos de nada, vinimos aquí hace menos de dos horas.

Víctor siguió adelante en vez de pararse delante del hotel. Giró la esquina y me di la vuelta para ver como el hotel Blackbird desaparecía a medida que íbamos adentrándonos en el callejón. Era lo que en las películas llaman "un callejón sin salida". Es decir, un lugar donde había contenedores con escaleras de incendios a los lados y terminaba en una pared de ladrillo un tanto mugrienta. Cuando aparcó, los faros del coché iluminaban la pared. Víctor (digo V) se pusó a inspeccionar la pared por todas partes buscando algo. ¿Ladrillos? Era un pared.   

—Si lo que buscas es la entrada al Callejón Diagón, creo que te estás equivocando — dije con sorna.  

Pero ante mi mirada estupefacta, V sacó una llave que no se parecía a ninguna llave que hubiera visto yo antes: era de cristal, pero de forma redondeada. Tenía pinchos. Creo que se hubiera podido usar como instrumento de tortura. La introdujo en un hueco de la pared de ladrillo, que al mirar más de cerca, tenía un curioso parecido con la marca que dejó Ezra en el coche de mi amigo. No se abrieron pasillos a nuestro paso ni nada, simplemente, donde antes estaba el hueco, ahora estaba un picaporte. Un picaporte en una pared de ladrillo. Creo que ya podía considerarme loca. V-Víctor lo agarró y giro, y abrió la pared como si fuera de plástico. Daba paso a un túnel. Pero no un túnel mugriento iluminado por antorchas ni nada parecido, sino que una rica alfombra roja con dibujos dorados cubría el suelo, y conforme ibas avanzando podías ver citas de grandes autores a lo largo que ibas avanzando. V nos invitó a entrar con un gesto y cerró la puerta detrás de nosotros. Al instante que la cerró, la habitación se quedó momentáneamente a oscuras. Reprimí un gritito, pero en seguida una luz invadió el túnel (que más bien parecía el pasillo de una mansión).  Avanzamos poco a poco y me entretuve leyendo algunas citas, creo que estaban ordenadas por orden cronológico, porque cuando llegamos al final reconocí algunas que me sonaban de libros que había leído hace poco, como: «Amar es destruir y ser amado es ser destruido.» y también «No podemos elegir si nos van a hacer daño en este mundo, pero si elegimos quién nos lo hace. Y a mí me gustan mis decisiones.»    Un escalofrío me recorrió la espalda. Todo era tan... extraño. Era una mezcla de un pasillo de una mansión victoriana con las paredes de una galería de arte moderno. Llegamos al final del pasillo.   

—Tengo que irme, chicos — dijo Víctor —. Aunque parezca increíble, tengo más cosas que hacer que besar jovencitas — dijo mirándome mientras notaba como se me subían los colores — hasta pronto.  

Le dio la mano a Daniel y a mí me besó la mano (aunque no pude verlo porque seguía un poco avergonzada por el comentario anterior). Así que mientras veíamos como desaparecía en dirección contraria mientras seguíamos avanzando. El pasillo daba a una amplia habitación llena de sofás, televisiones y estanterías llenas de libros. Estaba prácticamente vacía excepto por una pareja de chicos pequeños, de unos seis años, que lloraban desconsoladamente en uno de los sofás. Quería acercarme a decirlos algo, pero Daniel me agarró por el brazo.  

—¿Qué es este lugar? — pregunté con un tono de tristeza en la voz.

—Es una especie de refugio — contestó Daniel — para sombras.  

Desconcertante.

—Pero esa pareja de niños... parecen hermanos, ¿cómo es que pueden verse?

—Porque sus sombras están "fusionadas" o como quieras llamarlo. No es algo que suceda a menudo, pero es un embrollo. Dos personas mueren el mismo día, a la misma hora, y si tienen la misma sangre, quedan para siempre juntos. Por un lado puere parecer bueno, pero no lo es. Si a uno de los dos le hacen daño, el otro lo sufre también. Es como si fueran una misma persona — explicó —. Seguramente esos niños murieron en un accidente de coche, o algo parecido.  

Asentí. ¿Por qué era todo tan jodidamente complicado? No podía más. Decidí no hacer más preguntas hasta que mi mente no fuera capaz de asimilar respuestas como esa. Así que me sequé las lágrimas y seguí a Daniel. En la habitación había una única puerta. En ella había una especie de pizarra colgada. Fui a abrirla pero Daniel me detuvo, cogió una tiza que colgaba de un cordel de la pizarra y escribió con letra clara "Ezra Duchannes". Esperó un momento y las palabras desaparecieron. Se oyó un click y la puerta se abrió un poco.  

—Qué poco glamuroso para ser un sitio de sombras — dije intentando parecer sonriente.   Daniel me dedicó una sonrisa que enseguida desapareció. La puerta de la habitación de Ezra del maldito refugio de sombras estaba abierta.   

—Espera un momento, vamos a hacer una cosa. Entraré yo, y cuando diga "¡Kate!" entras tú. Si tengo un cuchillo clavado o algo parecido corre — añadió.  

Le contesté con una mirada sarcástica y el sonrió intentado ocultar el miedo - pero no fue capaz de hacerlo. Entró. La puerta seguía entreabierta detrás suya. No oía nada. Nada. Esperé un minuto.

  —¡KAAAAAAAAAAAATE!  

Me preparé para lo peor y abrí la puerta de un portazo. Dentro estaba Daniel, de pie frente a la puerta.  

—Llama al servicio de habitaciones. Nuestra amiga quiere desayunar — y diciendo esto Alice se levantó de la cama como quién se levanta después de un día de resaca.    

Sombras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora