Capítulo 16.

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La noticia de que mi madre se había despertado fue probablemente lo que hizo que estuviera feliz el resto del día. Cuando llegué a casa, estaba tan contenta que no podía dormir, así que llamé a mi padré y le pedí que viniera a recogerme. Mientras que esperaba, me acordé de que mi querido amigo Ezra (ironía) había destrozado mi habitación, y dediqué una gran parte del tiempo a ponerlo todo en su lugar.

Había algunas prendas de ropa que no estaban destrozadas, y las pueda salvar; pero otras estaban tan hechas pedazos que no sabía si pertenecían a una camiseta o a unos pantalones. Lo que más me dolió fue ver como casi todos los libros que había ido coleccionando a lo largo de todas los años de mi vida estaban con las páginas arrancadas. Un montón de historias, de vidas, de mundos... Todo por el suelo. Me dieron ganas de echarme a llorar. Pero llorar no solucionaría nada — en esos días comprendí aún mejor el significado de esa frase.

Me resigné y comencé a recoger los libros uno a uno. A los que le faltaban pocas hojas me limitaba a guardarlos de nuevo en la estantería, aunque ya difícilmente me volerían a sevir para algo; pero con los que estaban destrozados no me quedaba más remedio que tirarlos. Justo cuando iba a coger una bolsa de basura, se me ocurrió una idea. Recogí todos los libros inservibles y comencé a arrancarlos las pastas y las hojas una a una, con delicadeza. Cuando terminé, tenía tres montones tan altos como yo. Fui a la cocina y busqué un bote de cola blanca; y empecé a darles con ellas a las pastas y a las hojas y los pegué en la pared desnuda de al lado de mi cama. Poco a poco, empecé a hacer un bonito collage con las historias que me habían acompañado durante mi vida. Cuando llevaba un rato, oi el sonido de la puerta abriéndose.

Fui corriendo el salón y allí estaba mi padre, con cara de cansancio pero notablemente feliz. No pude hacer otra cosa que abrazarle. Estaba muy feliz (como para no estarlo).

—Bueno... ¿A qué esperamos? ¡Vámonos! — dije cogiendo el abrigo.

—Sí, claro... — noté como la preocupación inundaba su rostro —. Pero antes, tengo que preguntarte algo.

Le miré extrañada. ¿Preguntarme algo? ¿Ahora?

—Pues pregúntamelo en el coche, ¡andando! — repliqué cogiendo de nuevo el camino hacia la puerta.

Entonces el me cortó el paso colocando la mano en el marco de la puerta. Casi me caigo al suelo.

—No. Siéntate — me ordenó.

Lo dijo con un tono de voz tan autoritario que le obedecí.

—Papá, ¿pasa algo? Pensaba que mamá se había puesto bien — él se sentó a mi lado y enterró la cara entre las manos. Parecía agobiado.

—Sí, mamá está perfectamente. Es solo que... 

—¿Qué? — Me dirigió una mirada penetrante.

—Kate, ¿has pagado a... — titubeó — a algún tipo de brujo vudú?

La pregunta me cogió por sorpresa. Pensaba que iba a ser algo serio, y la verdad, reaccioné mal ante aquello: me eché a reír. Supongo que a mi padre no le hacía tanta gracia, porque su expresión se endureció y pasó de la preocupación al enfado.

—No es una broma.

—Ya — dije entre risas — ya. ¿A un brujo vudú? ¿De dónde te sacas esas ideas?

Suspiró.

—Bueno, al menos es un alivio. Pensaba que algo iba mal.

—Pero, ¿por qué lo preguntas?

—Porque — contestó —, el otro día, cuando te llamé, un chico vino a nuestra habitación. De alguna manera, creo que hizo que mamá se curara. O como se diga. Y me dijo algo que me resultó... siniestro.

Sombras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora