Elisa escuchó a Caliel tomar aire, seguramente para decirle algo, pero se vieron interrumpidos por los gritos amortiguados que venían del pasillo.

—Y ahí van de nuevo —dijo resignada la chica. Se puso de pie para tomar un cambio de ropa y miró por encima de su hombro. El dolor estaba ahí, grabado en sus pupilas—. Voy a darme una ducha.

—Aquí te espero —avisó su guardián.

Quince minutos después, cuando la puerta del cuarto fue abierta de nuevo y Elisa entró saltando, Caliel se sintió aliviado. La tristeza se había ido de sus ojos y volvía a ser esa chica de siempre, la alegre que sabía cómo hacerlo reír.

—Hay que hacer algo hoy, Chispita. No quiero estar más encerrada. —Se dejó caer al lado del ángel y cruzó sus piernas al tiempo que él negaba con la cabeza.

—Pensé que habías olvidado ese apodo tan infantil.

Elisa frunció el ceño al escucharlo y asintió con lentitud.

—Tienes razón, es demasiado infantil... —Caliel sonrió aliviado—. Así que de ahora en adelante simplemente serás Chispa. —Asintió conforme con el cambio y Caliel volvió a suspirar, resignado.

—Como sea. ¿Qué quieres hacer hoy?

—No lo sé. El otro día venía caminando del colegio y vi el aparador de la pastelería, esa que queda a dos manzanas de la escuela. ¡Había un pastel que lucía delicioso! —Abrió los brazos dejándose caer hacia atrás y el ángel rio—. Quiero ir por uno así. ¿Qué dices?

—¿Acaso tengo opción?

Elisa se incorporó sobre sus codos y ladeó la cabeza sonriendo.

—Supongo que no. Vamos entonces.

***

Iban ya de regreso a casa cuando el sol estaba a punto de ocultarse por completo. Elisa había comprado un trozo de pastel y unas cuantas galletas, las cuales llevaba en una pequeña bolsa café que colgaba de sus dedos. Había estado dentro de la panadería contemplando todo el surtido y mirando de vez en cuando a Caliel a su lado para bromear, olvidando que era su ángel de la guarda y que nadie más que ella podía verlo.

Le pasaba bastante seguido. Hablaba con él sin reparar en quien estuviera a su alrededor, y aquello la había privado de tener muchas amistades. La creían loca. Los vecinos, sus compañeros de escuela, incluso sus padres pensaban que había algo mal con ella. Y Elisa... Ella ya ni siquiera intentaba encajar, solo se sentía cercana a su ángel, quien era su mejor amigo.

—Creo que deberíamos rodear la cuadra —escuchó que decía Caliel.

Elisa despegó la vista de la acera bajo sus pies y observó al grupo de chicos que se reunían un poco más adelante. Prácticamente ya era de noche. Las calles estaban oscuras y en la vecindad donde vivía no todos los faros servían, lo que dejaba gran parte del camino en las sombras.

Estuvo a punto de negarse a la sugerencia de su ángel —la verdad es que no tenía ganas de rodear—, pero entonces recordó que él, de alguna extraña manera, podía oler el peligro, y terminó por asentir.

—Está bien —dijo con voz queda.

Giró sobre sus talones para comenzar a darse la vuelta, cuando escuchó a uno de ellos llamarla. Casi como por acto reflejo tomó entre sus dedos el pequeño dije con forma de ángel que descansaba sobre su pecho. Su abuela se lo había regalado siendo apenas una nenita y le había prometido que la protegería siempre, y en aquel momento necesitaba sentirse protegida, aunque contara con Caliel también.

—Sigue caminando —la instó Caliel.

Elisa obedeció sin chistar, pero entonces la voz del chico que la había llamado se elevó... y se le unieron un par más. Le gritaban cosas obscenas, supuestos cumplidos que a ella la asqueaban. Si tan solo ellos hubieran podido ver al ángel que la acompañaba, estaba segura de que se lo habrían pensado dos veces antes de ser tan groseros.

Lamentablemente, la única que podía verlo era Elisa; los demás veían a una linda adolescente caminando sola en la calle durante la noche.

Un nudo se le formó en la garganta al escuchar que las voces se volvían más claras. Habían comenzado a avanzar y se acercaban con rapidez. Elisa estaba asustada. Caminaba aprisa con Caliel a su lado, pero él no parecía que fuera a hacer o decir nada.

—Ven, preciosa. Solo queremos conversar —dijo uno de ellos ya demasiado cerca.

Podía oír la burla en su voz. Podía notar el conocimiento que tenía él de que la estaba asustando... y el placer que esto le producía. Seguramente el generarle terror lo hacía sentir con más poder, y aquello era peligroso.

La chica apretó el paso y aferró con más fuerza la bolsa entre sus dedos. Ya estaba a punto de doblar la esquina y llegar al bulevar iluminado, donde era más que seguro; donde ellos no se atreverían a dañarla.

Escuchó los autos pasar a pocos metros y el alivio comenzó a bañar su interior como un bálsamo, a apagar el temor. Empezó a saborear la sensación de saberse segura, liberada, pero entonces unos fuertes dedos encadenaron su muñeca e hicieron que el pánico congelara su sangre.

Sueños de CristalWhere stories live. Discover now