Capítulo 3

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—Tú y yo debemos hablar de algunas cosas, nene

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—Tú y yo debemos hablar de algunas cosas, nene.

Era sábado al mediodía. Todavía estaba en pijama y con el pelo revuelto. Ni siquiera me había levantado cuando sentí que alguien me tiraba la puerta abajo. Cuando abrí, mi sorpresa fue mayúscula al encontrarme con Gigi del otro lado.

La noche anterior, cuando me atreví a salir del baño, Santiago ya se había ido. Gigi me dijo que se despidió de todos con su característica amabilidad y luego se marchó sin dar demasiadas explicaciones. Apenas pude disimular mi molestia durante el resto de la velada; estaba tan enojado y confundido que ni siquiera disfruté de la compañía de mis amigos.

—¿Qué pasó? —dije bostezando y desperezándome—. ¿Quieres un café o algo?

Ella se sentó en el sofá y dejó su bolso sobre la mesa ratona.

—Es lo que yo me pregunto. ¿Qué es lo que está pasando con el barman, eh?

Un escalofrío me recorrió la espalda mientras mi cabeza empezaba a maquinar toda clase de excusas y posibles respuestas a las preguntas incómodas de Gigi.

—¿Qué pasa de qué? —pregunté, haciéndome el tonto.

—Bueno, a ver cómo te explico: los vi entrar al baño juntos, y luego lo vi salir arreglándose la ropa.

—No, espera, espera... —me atajé—. No es lo que estás pensando. Estábamos hablando.

—¿Encerrados en el baño?, ¿desde cuándo a uno se le desarregla la ropa cuando habla?

Bufé, luego me pasé la mano por la cara.

—Estábamos discutiendo. Lo golpeé y forcejeamos, nada más. Tú sabes que yo no...

—Sí, ya sé todo lo que vas a decirme, pero siento que hay algo que no me estás contando y quiero una explicación. No me iré de aquí hasta que no me cuentes qué es lo que está pasando, se supone que somos amigos, ¿no?

—Sí, es que... —Me llevé las dos manos a la cara cuando me sentí descubierto. Se me hizo un nudo en el pecho y tuve que tragar saliva varias veces para no largarme a llorar allí mismo—. Santiago y yo... el día que me llevó a su casa... él... y yo...

—Lucas, ¿qué pasó?, ¿te hizo algo malo? —Extendió la mano para correrme los mechones despeinados que caían sobre mi frente.

—No, no hizo nada malo, creo que yo fui el que hice las cosas mal. Nosotros... —sentía que me temblaban los labios—, tuvimos sexo.

Gigi se quedó perpleja. Por más que lo intentó, no pudo ocultar su cara de sorpresa. Se mantuvo en silencio durante unos instantes para permitirme un momento antes de contestar.

—Jamás creí escucharte decir que tuviste sexo con un hombre. ¿Fue a conciencia o solo un producto de la borrachera?

—La primera vez supongo que el alcohol me ayudó a deshinibirme, o al menos eso es lo que quiero creer. Él no quiso hacerlo al principio, pero yo insistí y... —Cuando el nudo en la garganta ahogó mis palabras, decidí que lo mejor era dejarlo salir y soltar toda la angustia y la culpa que llevaba acumulando en el pecho—. Y lo hicimos... Pero la segunda vez... Yo fui a buscarlo, fui a su casa porque quería hacerlo de nuevo, porque sí, me gustó, y no te imaginas lo mal que me siento por eso. No soy un maldito maricón, yo no puedo serlo, no puedo...

Gigi se levantó rápidamente del asiento y me abrazó, apoyando mi cabeza en su estómago. Me acarició el pelo, y me apretó los hombros con suavidad, tratando de consolarme.

—Estás pensando demasiado en eso. Ya está, fue algo que sucedió, y tampoco es un pecado capital si te gustó. El sexo suele gustarle a la gente. Deja de mortificarte tanto.

—Si mis padres se enteran estarán decepcionados de mí. Me odiarán, se culparán por haber criado un hijo torcido. Metí la pata hasta el fondo, Gi, y no sé cómo remediarlo. No puedo controlar lo que siento.

—A ver, escúchame. Si todo esto es por tus padres, es una tontería. Tú no debes ser una extensión de ellos, sus creencias no deben ser las tuyas, y sus ideales tampoco. Si tú sientes atracción hacia Santiago es tu problema, algo que tú mismo debes resolver, pero no metas los ideales de tus padres en esto, porque si vas a ponerte en ese plan, comienza a ir a la iglesia todos los domingos y reza un padre nuestro antes de dormir.

Ambos reímos. Me limpié la cara con la manga y me sorbí los mocos, como cuando era niño. Exactamente así me sentía en ese momento, como un niño que acababa de cometer una travesura y temía que sus padres lo regañaran.

—No puedo evitarlo. Cada vez que pienso en eso la voz de mi padre me atormenta, siento que lo estoy defraudando, me siento sucio y enfermo.

—Lo único que me preocupa es que se hayan cuidado. No quiero saber quién estuvo arriba y quién abajo, aunque lo asumo. —Puso los ojos en blanco—. Lo que me interesa saber es si usaron condón.

—Sí, usó condón. Estaría todavía más aterrado si no lo hubiera hecho.

Gigi suspiró aliviada.

—Bien, entonces lo demás no tiene por qué preocuparte. Deja de estar metiendo a tus padres en todo, tú no naciste para ser todo lo que ellos quieren, no puedes dejar que te controlen la vida de esa manera, Lucas. Independizate, corta el cordón umbilical y deja de fingir que eres homofóbico.

—Yo no finjo —me atajé—. No me gustan los gay, los prefiero lejos, a ellos y a su mundo rosadito y... afeminado. Pero Santiago es diferente. Él me gusta aunque sea varonil, aunque se sienta y huela como un hombre, porque cuando lo hicimos yo no sentí asco, no me imaginé estando con una mujer, disfruté mucho más que con una, de hecho. Dios, me siento tan asqueroso por admitir eso...

—Mientras sigas haciendo chocar lo que sientes con lo que crees que es correcto, vas a estar en un problema. Te gusta, ya está. El amor es así, llega cuando uno menos lo espera y con quién uno menos lo espera.

—Espera, ¿quién habló de amor? A duras penas estoy aceptando que me acosté con él dos veces y me hablas de amor.

Ella soltó una carcajada y me revolvió el pelo.

—Bueno, como digas. Ve a darte una ducha y salgamos por ahí. Sebas y Clau están libres.

—Por favor, no les menciones nada de esto aún. No me siento preparado para responder más preguntas. Quizá más adelante...

—Tu sucio secreto está a salvo conmigo. 

El chico del vestido rojoWhere stories live. Discover now