VI. Al caer la noche

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Cuando la ira se desvaneció, la magnitud del acto cometido cayó sobre Dionisio como una pesada losa. Ya en el hogar comenzó una improvisada limpieza, no quería pensar que la oscuridad lo estaba envolviendo.

El escaso sosiego desapareció al hallar en un baúl, propiedad de su madre, un traje infantil. Esa vestimenta era la que iba a usar en su bautizo, evento que no llegó a celebrarse porque su padre se negó.

Despedazó el conjunto, rabioso. La tela no puso resistencia, veintisiete años habían hecho mella en la prenda.
Por cada jirón una blasfemia era arrojada al revivir las burlas de su niñez, siendo Néstor el líder del grupo que lo molestaba.

Indignado recordó cómo esa información salió a la luz.

Dionisio se había acercado al altar y el sacerdote reveló frente a todos que él no podía recibir la hostia consagrada porque no era bautizado.

Aquello provocó que las murmuraciones aumentaran acerca de cómo Rómulo se volvió rico. Incluso él llegó a plantearse ciertas hipótesis.

Apartó esos recuerdos y se dejó caer en una de las sillas del comedor. Examinó la estancia, preguntándose en qué lugar podría encontrarse su tenebroso huésped.

La criatura estaba a la izquierda de Dionisio, observándolo con oscura fascinación

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La criatura estaba a la izquierda de Dionisio, observándolo con oscura fascinación. La boca se desfiguró en una pestilente sonrisa.

Dionisio arrugó la nariz por el aroma a huevos podridos que le llegó desde su siniestra.

—¿Estás ahí?

La silla a lado suyo se movió y esa fue la confirmación.

Iba a formular otra pregunta cuando oyó un golpe enérgico en la puerta. Miró el reloj, era casi medianoche.

—Dionisio... —lo llamó la misma voz cavernosa y sibilante de hace días atrás.

Dionisio palideció. Pero, ampárandose en el crimen del que fue cómplice, halló la entereza para enfrentar al desconocido.

Mas al abrir la puerta la seguridad lo abandonó.

Un individuo vestido de blanco con un sombrero cubriendo parcialmente su rostro, se mostró ante él. Éste cabalgaba sobre un caballo cuyo cuerpo estaba cosido por secciones.

De las crines surgían una multitud de serpientes, contoneándose en un baile peligroso. El corcel deforme emulaba a medusa y lo tenía petrificado.

—¿Ya tienes lo que te pedí, Dionisio? —interrogó el sujeto de traje albo. La voz sonó amenazante.

El aludido no consiguió vocalizar respuesta.

—Se te acaba el tiempo.

—No... hay ningún niño... sin bautizar en el pueblo —contestó Dionisio con palabras atropelladas.

—Te equivocas. Aquí habita un niño sin bautizar, y está más cerca de lo que crees.

Dionisio evaluó las palabras. Se agarró las sienes con ferocidad. Entonces, una luz surgió en la bruma.

—¡El hijo de Néstor!

El visitante esbozó una sonrisa ladina.

—Te queda un día. El miércoles, al caer la noche, volveré.

Espoleó a su montura. Ésta se elevó en dos patas, exhibiendo parte de sus intestinos que parecían escurrirse por el vientre.
El animal relinchó, las serpientes lo acompañaron en su maléfica tonada. Amo y bestia se perdieron en la oscuridad de la noche.

Dionisio los vio partir, tieso sobre sus pies.










Continuará...

Palabras: 499





Al caer la noche  ©Where stories live. Discover now