V. Acariciando la oscuridad

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Una vez los cuerpos de los animales fueron retirados, los jornaleros se dispersaron, aún temerosos

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Una vez los cuerpos de los animales fueron retirados, los jornaleros se dispersaron, aún temerosos.

Dionisio fue el último en marcharse. Enderezó la espalda, sintiendo a esa criatura, que podría desollarlo vivo si lo importunaba.

Dos kilómetros más adelante, tras unos árboles frutales, apareció el hogar del patrón.

Dionisio contempló la residencia de hito en hito. Un remolino compuesto de oscuras emociones se formó dentro de él.

Retiró la vista, esa casa era el recordatorio de su antiguo poderío y de una gran infelicidad.

Continuó hacia el extremo de la plantación, la morada en que vivía quedaba lejos y el peso se volvió insoportable. Entonces, impulsado por el agotamiento, bramó colérico:

—¡¡Quieres bajarte, no soy tu maldito burro de carga!!

La criatura descendió, levantando polvo al caer.

Cuando notó el suelo estremecerse se dio cuenta de lo que había hecho. Tembló, esa cosa debía estarlo observando desde algún punto indeterminado.

—¿Qué pasa Dionisio?, te noto preocupado —interrogó un jinete deteniéndose a un costado, sobresaltándolo.

El aludido no ocultó su fastidio cuando identificó al sujeto.

—¿Se te perdió algo, Néstor?

—Lo mismo te pregunto a ti. ¿Se te perdió algo en mi casa? Te vi mirándola.

A Dionisio le irritó el tono posesivo.

—Te recuerdo que fue mía antes que tuya...

—Pero ya no —lo interrumpió—. Tu padre vendió la Hacienda a mi familia. La venta fue legal —dijo, adelantándose al contraataque de Dionisio.

—¡No me vengas con estupideces! Mi padre estaba mal de la cabeza, ¡ustedes se aprovecharon de ello!

—Ten cuidado como me hablas —exclamó Néstor bajándose del caballo—. Soy tu patrón, ¡respétame!

—¡No lo haré!—gritó iracundo—. Tú me quitaste todo lo que era mío.

—¿Lo dices por la Hacienda o por Endira?  —preguntó—. Deja el rencor, hombre. Una oportunidad de negocio y una mujer hermosa no se pueden desaprovechar. —Le palmeó el hombro, riendo—: Mañana tienes una cita con el cañaveral, procura llegar temprano.

Dionisio miró con impotente rabia como Néstor se alejaba.

No lo dejes ir. Una voz se abrió paso en la congestionada mente de Dionisio. Él te puede ayudar, solo pídeselo. No se detuvo a reflexionar, el odio que lo embargaba era más fuerte que la razón.

—¡Mátalo!

Néstor volteó, alarmado. El ataque llegó sin demora.

Ojos de un carmesí infernal lo examinaban con una gracia aterradora. Retrocedió, el horror dibujándose en la cara masculina.

Tropezó con la raíz de un árbol, cayendo al suelo. Los orbes sangrientos como el fuego del infierno fue lo último que vio.

Dionisio se acercó a mirar, azuzado por el morbo.

Las manos agarrotadas, la cara arrugada y la boca expandida en un grito silencioso, lo complacieron profundamente.

Néstor estaba tieso como una carne al sol.

En la boca abierta se posó una mosca grande y verduzca. Entró por la cavidad, explorando lo que sería la morada perfecta para albergar a su descendencia.

Dionisio retomó el camino como si nada hubiera pasado. El ente volvió a treparse sobre él y esa vez ya no le molestó cargarlo.







Continuará...

Palabras: 499

Al caer la noche  ©Where stories live. Discover now