Ese mayordomo, primer juego I

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Capítulo IX: Ese mayordomo, primer juego

Parte I

o.o.o

 
Di mi nombre y sálvame de la oscuridad 
Despiértame 
Ordena a mi sangre que corra 
No puede despertar 
Antes de terminar incompleta 
Sálvame 
Sálvame de la nada en la que me he convertido"

Bring me to life- Evanescence

o.o.o.o

— Natasha... —me susurraban.

¿Quién es?

—     Natasha... —susurros.

¿Quién está allí? ¿Quién me habla?

—     Alisson... Despierta... Abre tus ojos... —me susurraba aquella voz desconocida para mí.

¿Quién es? ¿Cómo sabe mi nombre?

—     Ya... n-n-no me llaman... así —mi voz se entrecortaba y obedecí a lo dicho anteriormente.

Mí alrededor estaba cubierto por una oscuridad espesa, acostada en el suelo desnudo y frío.  

—     ¿Dónde estoy? —dije confundida.

Creí haber escuchado la voz de alguien que me susurraba.  

Intenté levantarme del suelo. La oscuridad era tan espesa y fuerte que me mareaba.

—     ¡Hay alguien aquí! —grité y solo mi voz hacía eco— ¡Alguien, por favor, responda!

No comprendía si lo que estaba viviendo era un sueño, un recuerdo o simplemente una pesadilla.

De algo sí estoy segura, sea lo que sea que me haya llamado, conoce mi nombre.

Los llantos de una infantil niña arroparon la oscuridad, lloraba desconsoladamente.

¿Una niña? ¿Qué hace aquí?

Me sentí atraída por su llanto, que lo seguí entre el medio de esa oscuridad tan espesa. Una oscuridad abrazadora e intensa, capaz de volver loco a cualquier ser humano.

Caminaba lentamente dejándome guiar solo por el llanto, que me atraía más y más. Mis pies desnudos tocaban el frío suelo, colándose entre mis dedos que ya estaban fríos y mis pasos dudosos me impedían pensar.

El llanto infantil se acercaba, no solo era eso, una neblina se esparcía lentamente, percibiéndolo por mis fríos y descalzos pies.

Hacia el final, lejos, yacía encendida una luz, una muy pequeña luz entre la niebla. El llanto se escuchaba cerca. No dudé en ningún segundo en acercarme.

Para mi sorpresa, era una vela, una vela color blanca que ya casi estaba por acabarse, a unos metros divisé unos pies, quise mirar de cerca.

Una niña que lloraba, una pequeña niña no más de cinco años de edad. Estaba de cuclillas, con su cabeza enterrada entre sus rodillas y abrazando sus piernas. Su aspecto era de un cabello largo color marrón que varios mechones reposaban sobre el suelo, una piel un tanto blanca, con rasguños y sucio por sus brazos, rodillas, piernas.

La niña continuaba llorando, yo me coloqué en frente de ella.

—     Hey... Pequeña, no llores. ¿Estás perdida? —interrogué amable. Esta solo asintió con su cabeza aún metida entre sus rodillas— Todo está bien. Yo también estoy perdida aquí —su llanto se calmo.

Subsistir con Sebastian MichaelisWhere stories live. Discover now