Capitulo 16 maratón 3/3

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Mañana sería veinticinco de nuevo.

Sabía lo que pasaba todos los veinticincos.

Mierda.

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Aún no entendía qué demonios era lo que pasaba. En primer lugar, él nunca perdía el control a tal punto de no cuidarse. Eso lo tenía claro, no quería hijos. Y en segundo lugar, sabía por experiencia que después de unos dos o tres revolcones con la misma mujer, se aburría de ésta, pero con Anastasia... Con Anastasia no se había aburrido, al contrario, quería seguir con ella, quería seguir acostándose con ella. Parecía que lejos de saciar su necesidad, solo lograba aumentarla.

De acuerdo, quizá esta vez, necesitaría unos cuantos revolcones más.

Pero aunque no tenía problema alguno en desearla de tal forma, no quería seguir necesitándola como estaba empezando a hacerlo. Y el verla durante todo el día caminando de aquí para allá con esas faldas que permitían observar sus encantadoras piernas y marcaban su encantador trasero, no le ayudaba mucho a disminuir su deseo.

Dio vuelta a la derecha, siendo detenido por un semáforo, estando ya a una cuadra del bufete y justamente la vio allí. Su hermoso cuerpo estaba envuelto en un traje simple; camisa blanca y falda negra y sus rizos estaban sueltos. Se encontraba en un café, de pie al lado de una de las mesas. Su expresión solo delataba una cosa; estaba molesta. Christian se sorprendió al ver que Anastasia tenía a un hombre en frente y la sorpresa aumentó al ver cómo ella lo cacheteaba, manoteaba en frente de él bruscamente, daba un pequeño golpe en el suelo con el pie, giraba de forma brusca y se iba del lugar.

No supo en dónde rayos se metió, pero lo cierto es que al girar a la izquierda, ya ella no estaba. Aceleró su marcha, pensando que quizá ya estaría en el bufete, pero al llegar allí, tampoco la encontró.

Oye, Andrea, ¿y Steele? –Le preguntó a una de las recepcionistas, tratando de parecer relajado.

–Llamó esta mañana, dijo que se sentía mal y por eso no vendría. –Le contestó sin darle la menor importancia.

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El día había ido como siempre iban todos los veinticincos de cada mes; pésimo. Su idea principal había sido ir a trabajar normalmente, encontrándose con él antes de iniciar su jornada, en un café cercano. Pero Raymond la había desequilibrado emocionalmente. Siempre lograba eso. Sus palabras eran como dardos que se clavaban lentamente en los pedazos, en las cicatrices de su corazón, volviendo a herirla.

La había ofendido y herido. Como siempre. 

Y allí estaba ella de nuevo, en aquella especie de plaza cercana a su casa, en frente de la iglesia. Sentada en uno de los tantos bancos. Sentía unas ganas inmensas de llorar, pero no lo haría.

No lloraría por las palabras de Raymond. No de nuevo. No otra vez.

Miró a la iglesia, preguntándose si entrar o no. Y entonces recordó la promesa que había hecho; ir a misa. La había cumplido por un par de domingos, pero el saber que Miguel estaba en la ciudad, había hecho que se olvidase de aquello. Lo cierto era que 'ir a misa' para ella, indicaba estar de pie en la parte trasera de la iglesia, escuchando las palabras del padre sin hacer acción alguna, pues no recordaba cómo rezar, ni qué hacer.

Apretó los puños, haciendo que los nudillos se le pusiesen blancos. Otra vez esa sensación de ansiedad, de quererse hacerse daño a sí misma, de quererse lastimar. Y estaba a punto de ceder a sus impulsos, pero fue interrumpida por un niño de unos siete años, estaba llorando, acercándose a ella. Anastasia se tragó el nudo que tenía en la garganta y trató de sonreírle, para calmarlo.

Las Heridas Del PasadoTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang