Capitulo XVI.

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A primera hora de la mañana hubo una misa funeraria al aire libre, el cadáver de Leo y el de Héctor, el mejor amigo de David, reposaban sobre una pila de madera vieja, con mantas blancas cubriéndolos por encima, las cuales cada una tenían una mancha roja en la cabeza.

— Dios mío, te pedimos que tengas en tu santa gloria a Leo, quien fue un gran vigilante, y a Héctor, quien fue un muchacho lleno de inteligencia y fuerza. Perdona sus pecados y ábreles las puertas del paraíso, pues este mundo ya ha sido lo suficientemente cruel. — El cura era un hombre robusto, de unos 40 años, de piel morena y enormes ojos oscuros que parecían observarlo todo, David me comento que cuando llego a la comunidad con su hija era un hombre muy rudo y salvaje, pero busco el camino de Dios con el tiempo debido a que se sintió muy agradecido de conseguir un lugar seguro donde su hija pudiera crecer.

Cuando termino de hablar, se hizo a un lado y le dejo espacio a David, para que se parara en frente de todos los presentes y dijera unas palabras.

— Todos en esta comunidad hemos pasado por cosas terribles, hemos perdido a seres queridos, pero aun así nos esforzamos por seguir adelante, nos esforzamos en aferrarnos a la vida para hacer un buen lugar para los que vengan después de nosotros. — dijo con voz solemne. — Héctor era mi mejor amigo, a pesar de haber perdido a sus padres y su hermana, él era una persona alegre, positiva. Ayudaba en todo lo que podía, a veces salía conmigo como explorador, a veces ayudaba a los constructores, e incluso llego a ayudar a fabricar nuestras preciadas balas que nos protegen cada día de los infectados. Lamentablemente, su tiempo aquí tuvo que terminar, demasiado pronto para mi gusto, pues extrañare su positivismo, su alegría, sus bromas estúpidas que ni risa daban. — David comenzaba a hablar con dificultad, así que hizo una pausa y se aclaro la garganta. — Y rezo, que de verdad luego de la muerte, exista un paraíso, donde pueda encontrarse con su familia, pues se lo merece, todos nos merecemos eso aunque sea, después de todos los horrores que hemos tenido que pasar. Él siempre decía que todos merecíamos vivir con tranquilidad, pues yo digo entonces que todos merecemos reencontrarnos con quien alguna vez perdimos.

Luego de que David volvió a su asiento al lado de la chica bajita, esta lo rodeo por los hombros y ambos tenían el rostro lleno de lágrimas. Aparte mi mirada e intente centrarme en el hombre que se encontraba hablando sobre Leo.

—...Ese día Leo estaba muy preocupado. — lo escuche a mitad de su relato. — decía que no deberíamos dejar a las niñas solas, pero yo le insistí que las puertas estaban bien trancadas, que nada malo les pasaría, que necesitábamos conseguir algo de comida si no todos moriríamos. — hizo una pausa y apretó sus labios con fuerza mientras las lagrimas se escapaban de sus ojos. — cuando regresamos. — su voz estaba totalmente quebrada. — mi hija Susan estaba en un rincón, llorando descontroladamente mientras apuntaba a un cuerpo ensangrentado con el arma que le había dejado por si acaso, y la pequeña de Leo, su dulce Kelly, estaba en el suelo, al lado del cuerpo inerte de un infectado. Estaba muerta. — sollozo. — Desde aquel día, Leo no fue el mismo. — se limpio las lagrimas. — y no lo juzgo, pues si hubiera sido mi Susan, yo no estaría aquí hoy. Leo fue fuerte, a pesar de que su razón de existir ya no estaba, siguió luchando. — dijo con fuerza. — Nunca se dejo vencer, nunca. Y lo admiro por ello.

Sus palabras me pegaron muchísimo, yo entendía perfectamente a Leo, yo también había perdido mi razón de existir, pero había obtenido otra. William.

Lo observe a mi lado, y lo abrace con todas mis fuerzas, él estaba llorando, como casi todas las personas presentes. Yo le había insistido que se quedara en casa, pero él no quería separarse de mí, y si soy sincera, yo tampoco me quería separar de él.

Solo sobrevive.Where stories live. Discover now