Capitulo XII.

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Recuerdo que no podía parar de gritar, mi padre me sostenía fuertemente, pero aun así yo seguía luchando con él, golpeándolo fuertemente en el pecho con mis puños cerrados mientras que él aguantaba todos mis golpes y me susurraba que me calmara. No fue sino hasta que mis manos dolieron que deje de golpearlo, y luego de un largo rato de gritar, ya de mí garganta no salía ningún sonido. Me sentía como si me hubieran tomado bruscamente y hubieran hecho una fisura en mí, estaba estropeada.

— Papi...— susurre y mi voz se escucho tan ronca que era irreconocible. Mi padre me acaricio con dulzura el cabello y juntos nos sentamos en la cama, mi rostro oculto en su cuello.

— Katia, ¿Qué pasa? — escuche la voz de mi madre, distante. En ese momento solo quería concentrarme en la seguridad que me brindaban los brazos de mi padre.

— No la fuerces. — le dijo mi padre, y escuche sus pasos alejarse de mi habitación. Mi padre me tomo del mentón para mirarme a los ojos llorosos. — Esos hermosos ojos grises parecen estar pasando por una tormenta. — solté un sollozo que me hizo temblar y mi padre volvió a abrazarme, con sus manos acariciaba mi espalda.

— Papi...— articule con dificultad. — Grecia se suicido. — me aferre con fuerza a él, sentía que si lo soltaba, caería al vacio. La caricia en mi espalda se detuvo por un momento y fue seguido de un pesado suspiro.

— No sé qué es lo que está pasando ahí afuera, pero lo que si se, es que es horrible, una pesadilla total. — me separo de su agarre para así mirarme a los ojos. — Lo siento tanto, Katia. — acuno mi rostro con su mano, cerré mis ojos y me concentre en la caricia de mi padre, ahí con él me sentía a salvo.

Mi padre no se despego de mi por todo lo que restaba del día, yo solo lloraba entre sus brazos mientras él me susurraba que todo estaría bien. Intentaba creerle, y lloraba aun más al darme cuenta de que era en vano, realmente no podía creerle...

***

Me desperté sobresaltada a mitad de la noche, mire frenética a mi alrededor y me encontré recostada en mi cama, mire el reloj que colgaba en mi pared, eran las 2 de la madrugada. Me arrastre hasta la orilla de la cama y me coloque mis zapatos, no podía recordar el momento exacto en el que me quede dormida. Mi estomago rugía y mi garganta dolía demasiado, mis ojos tampoco estaban muy bien, los sentía pesados.

Camine hasta la puerta de mi habitación, intente cerrarla al salir, pero fue imposible, ya que mi padre había roto la cerradura al entrar a la fuerza. Llegue a la cocina y me encontré a Ken, observando a través de la ventana que daba hacia la calle, todo estaba oscuro, solo la luz de las farolas de la calle iluminaban el lugar.

— Wanda te guardo comida. — me dijo en un tono de voz sumamente bajo sin despegar la vista de la ventana. Me acerque a él para observar lo que miraba, coloco un dedo en sus labios, en señal de que guardara silencio.

Nuestro vecino, el señor Mendoza, se encontraba en el medio de la calle, caminando de un lado a otro. De su estomago colgaban sus intestinos, y su rostro estaba lleno de sangre negra, apreté mis manos fuertemente contra mi boca para evitar gritar y vomitar. Si no hubiese sido por sus típicos pantalones marrones y su calva inconfundible, nunca hubiera pensado que se trataba de él. Quería hablar con Ken, preguntarle muchas cosas, pues él había visto todo muy de cerca, pero mi garganta dolía demasiado.

— Katia, lamento lo de Grecia...— lo interrumpí con una seña de mis manos y negué con la cabeza, haciéndole entender que no quería hablar de eso. Cuando recordaba a Grecia mi pecho se apretaba y no podía respirar. — Lleva así ya 30 minutos. — cambio de tema. — Es una locura...— se retiro de la ventana y saco un plato del horno. — La calentare por ti.

— ¿Como esperas que coma luego de haber visto eso? — señale hacia la ventana, mi voz sonaba tan ronca e irreconocible que mi hermano se sorprendió un poco, asintió levemente y nuevamente guardo el plato.

— Tu voz esta del asco, igual que tu aspecto. — me sonrió levemente, así era mi hermano. — Escucha, Katia— se puso serio. — Necesitamos irnos de aquí, no es seguro, ese virus se está esparciendo demasiado rápido, y cuando menos lo esperemos estaremos rodeados por ellos. — me tomo por los hombros. — Debes hablar con papá, él no quiere irse.

— ¿Por qué no hablas tú con él? — me soltó de su agarre y se cruzo de brazos.

— A mi no quiere escucharme, pero si se lo dices tú... — al ver mi cara de confusión soltó un exasperante suspiro. — Katia, eres la niñita de sus ojos.

— Lo sé. — eso era obvio, yo era su única hija. — pero el siempre ha disfrutado mas de tu compañía. — se llevo ambas manos a la cabeza, era una señal de que nuestra conversación lo estresaba.

— Eres idiota, ¿Lo sabías? — coloque mis ojos en blanco. — Era a ti a quien él quería llevarse a vivir con él. — dijo en un susurro, me sorprendí al escucharlo, pues siempre pensé que había sido a Ken el que quería a su lado. — Pero yo no soportaba a mamá, y extrañaba demasiado a papá, siempre fui más cercano a él. — se rasco la cabeza, incomodo. — Como sea, lo que trato de decirte es que si se lo dices tú, con las palabras adecuadas, se animara a hacer lo correcto.

— De acuerdo, hablare con él. — dije después de un rato. — Pero Ken, salir es peor, ¿No crees? — el negó con la cabeza.

— Escuche por la radio que hay campamentos que están siendo protegidos por el servicio militar, debemos ir hasta allá, es lo más seguro. Aquí estamos solos y no tenemos como defendernos, si una de esas cosas rompe una ventana estaremos perdidos. — asentí, comprendía lo que Ken decía. Grecia se suicido porque sus padres se habían infectado y destrozaban la puerta de su habitación, desesperados para convertirla en una de ellos. ¿Qué le impediría a un grupo numeroso de esas cosas irrumpir en nuestra casa? Nada.

— Tienes razón, debemos ir a un lugar más seguro. — mi hermano asintió con la cabeza, me dio la espalda y tomo un cuchillo de la cocina.

— A esas cosas solo las mata un daño en el cerebro, nada más. — dijo al entregarme el cuchillo. — Podrá faltarles el cuerpo entero, pero si su cerebro está intacto, siguen con vida. — Medito un momento. — o más o menos con vida. — se encogió de hombros.

— Ken, no sé cómo clavar esto en la cabeza de alguien. — coloque el cuchillo en la mesa.

— Deberás aprender, Katia. — tomo el cuchillo y me lo tendió para que lo tomara por el mango. — De ahora en adelante, el cuchillo será tu mejor amigo, tu vida dependerá de él. Katia, escúchame bien, si una de esas cosas llegara a mordernos, aunque fuese solo un poco, estaríamos perdidos, así se contagian las personas, lo vi con mis propios ojos. — me observo serio, estudiando mi rostro, esperando que le prestara toda mi atención. — Una vez que las personas se infectan, dejan de ser personas. Se convierten en monstruos, que lo único que desean es arrancarte la carne a mordiscos. — aparto la vista de mi rostro, su cara reflejaba una preocupación enorme y lo hacía parecer mucho mayor que un chico de 19 años. — No quiero que nos pase nada malo. — me abrazo fuertemente, mi cabeza pego de su pecho, yo era alta, pero mi hermano lo era mucho más. Le devolví el abrazo y lo sentí temblar. — Mamá, papá, Khal, tú... e incluso Wanda. Quiero que todos estén a salvo, no quiero que pasen por nada de lo que está allá afuera, y me siento tan impotente, Katia. — su voz temblaba. — Soy solo un chico, no puedo hacer casi nada por protegerlos. — me separo de su agarre para así mirarme a la cara, su rostro estaba húmedo por las lagrimas. — Pero prometo que hare todo lo que esté a mi alcance por protegerlos. — Tome sus manos y las apreté con fuerza.

— No estarás solo, Ken. Yo te ayudare, tú me protegerás y yo te protegeré a ti. Es una promesa. — El asintió con fuerza y me dedico una media sonrisa. — Juntos somos fuertes. — le sonreí ampliamente.

Recuerdo que esa fue la última vez que vi llorar a mi hermano.

Solo sobrevive.Where stories live. Discover now