Mi corazón sube hasta mi garganta y lo busco, le tomo su mano y lo miro. Sus ojos verdes están llenos de miedo y confusión. Aprieta su quijada y pone una mano sobre la mía, su contacto me sirve para tomar un respiro.

Escuchamos un par de golpecitos que provienen de su ventana. Fuera está un hombre vestido de traje y corbata, tocando el cristal. Mueve sus dedos en señal que bajemos.

- Asaiah... — Jadeo.

- Esta bien, Christina. — Asiente. — En cuanto bajes colócate detrás de mí. — Me toma ambas manos y yo asiento. — No dejaré que nada te suceda, ¿sí?

El mismo hombre vuelve a tocar el cristal y Asaiah me suelta, para bajar de la camioneta. Yo espero a que baje para salir. Asaiah camina hasta mí y yo me coloco detrás tal como lo había indicado.

Justo detrás de la camioneta que nos cortó el paso, esta otra segunda. Tenemos dos hombres a cada costado, todos vestidos de trajes oscuros. De la segunda camioneta se abre una puerta y desciende un quinto hombre, este se destaca de los demás, no solo por ser bastante joven, sino que muestra una actitud relajada y va vestido más elegante que nadie más.

Casi instintivamente Asaiah me cubre con su brazo derecho, asegurándose que esté detrás de él, que nadie puede tocarme. Llevo una mano a su espalda, para hacerle saber de alguna manera que estaba bien, que estaba ahí con él.

El quinto hombre camina hasta nosotros, con una enorme sonrisa pintada en el rostro. Es alto, casi tan alto como Asaiah y con una musculatura similar. Su cabello está echado hacia atrás en uno de esos típicos cortes de cabello que están tan de moda. Su edad no puede ser mayor a la de Asaiah. ¿A caso ese es Pablo Bianchi?

- ¿Iban a algún lado? — Él dice burlonamente. Abre sus manos y después las junta frente a él. — Tú debes de ser Sat, ¿no es así? — Asaiah no responde, pero no es necesario que responda a una pregunta a la cual el otro sabía la respuesta. — Mi padre tiene interés en hacer tratos contigo.

- Yo no hago tratos con la mafia. — Asaiah sisea.

- ¡Auch! Si lo dices así suena muy mal. — Sacude la cabeza y se cruza de brazos. — Hablemos tranquilamente, no hay necesidad que las cosas se pongan... Complicadas. — Sonríe con ironía, como si hubiera soltado el mejor chiste del siglo. — Vamos, portémonos como caballeros, hay que darle una buena impresión a la señorita. — No despega los ojos de mí al decir eso y mantiene su sonrisa. — Aceptaré un café. Dios, tuve que despertarme temprano para esto.

El miedo me invade, pero una parte coherente en mi cerebro gritaba que probablemente era mejor hacer lo que él decía, al menos por ahora. Hasta ahora no había hecho nada personal contra nosotros y eso tenía que permanecer así el mayor tiempo posible.

Jalo del brazo de Asaiah para hacer que me mire y con solo hacerlo él entiende perfectamente lo que pienso, y lo odia, pero también entiende que por ahora es lo que debemos hacer.

Comienza a caminar con renuencia, pero no me suelta la muñeca ni, aunque estemos dentro de su casa. Detrás de nosotros entra el muchacho junto con otros dos sujetos que se mueven mecánicamente.

Yo sigo a Asaiah hasta la cocina y yo comienzo a preparar el café. El joven no nos deja de mirar, se sienta en un sofá de la sala y cruza una pierna.

- Sé que debería parecerme un honor que la mafia sepa mi nombre. — Comienza Asaiah. — Pero si quieres hablar conmigo, lo mínimo que podrías hacer es presentarte, ¿no? ¿O esa ropa cara no viene con modales?

- Bien. — Se pone de pie de un brinco y se acerca a la cocina, a donde estoy yo. Tomo la taza de café preparado y lo dejó sobre la barra. Él lo toma y asiente en agradecimiento, sirviéndose dos cucharaditas de azúcar. — Soy Marco Bianchi, el hijo de Pablo Bianchi. — Extiende su mano derecha hacia Asaiah y hace una mueca al ver que este no le corresponde.

- ¿Qué es lo que buscas, Marco? — Pronuncia su nombre como si fuera un insulto y este lo nota, pero decide ignorar ese gesto.

- Es un buen negocio. — Toma un sorbo de café y luego deja la taza sobre el mesón. — Como ya sabes, Massimo, tu padre, nos debe bastante dinero. Y estoy aquí para recuperarlo de una forma u otra. — Y sonríe, mostrando una hilera de dientes blanquísimos y perfectamente alineados. — Debe de ser difícil ser hijo de un cobarde como ese, ¿o no, Civatti? — Marco imita el mismo tono de Asaiah y lo usa para burlarse de él. — En cuanto fuimos a hablar con él, no dudo en decirme tu dirección.

Mi corazón cae al suelo. Es como si no pudiera creer lo que había escuchado. Yo misma había considerado a Massimo como un hombre cobarde, pero no había pensado nunca en lo que sería capaz con tal de salvarse a si mismo. No le importa nada, ni siquiera arriesgar al hijo al que le arruinó la vida.

- Yo no voy a hacer nada por ese hombre. Así que, si eso es lo que tenías planeado, puedes recoger todo y largarte ya mismo de mi casa.

- No tengo intenciones de quedarme aquí más de lo debido, créeme. — Miró a su alrededor con asco. — Como sea. — Sacude la cabeza y vuelve a mirarlo. — Tu padre nos debe una enorme cantidad de dinero y solo perdería mi tiempo si te dijera cuanto es. — Se cruza de brazos. — Lo único que te pedimos es que pelees para nosotros.

- No. — Asaiah enseguida se niega.

- ¡Tranquilo, hombre! Ni siquiera has escuchado lo que te tengo que decir. — Marco sonríe y deja caer sus brazos a sus lados. — Dentro de dos semanas habrá una pelea muy importante, conta un chico de Leone, de Chicago. Y como verás, no queremos perder. — Yo enarco una ceja y miro con el rabillo del ojo a Asaiah, pero es imposible imaginar lo que debe de estar pensando. — Te he visto pelear, Sat. Y sé que tú puedes vencer sin problema al idiota de Leone. Si ganas el dinero no solo saldará la deuda de tu padre, incluso tendrás una fracción para ti, para que lo gastes en lo que tú quieras.

- ¿Y si decido no hacerlo?

- Bueno... — Marco vuelve a mirarme a mí y siento como su mirada cae hasta mis manos, hasta mi anillo. — Para casarte necesitas que tu prometida esté presente, ¿no es así? — Le devuelve la mirada a Asaiah y sonríe con triunfo. — Tienes tres días para pensarlo. — Mete una mano al bolsillo de su abrigo y saca una tarjeta de presentación que deja sobre la mesa. — Esperamos tu llamada, no tardes. — Da dos pasos atrás y se gira en dirección a la puerta, que ya estaba siendo abierta por los otros dos sujetos. — Y no trates nada, no somos una pandilla cualquiera. — Dice como despedida antes de salir de la casa.

En cuanto se cierra la puerta, mi mirada conecta con la de Asaiah. Los dos jadeamos en busca de aliento. Decir que estoy muerta de miedo es poco y Asaiah, tiene sus ojos llenos del mismo sentimiento, llenos de terror y preocupación. Jamás lo había visto así, jamás lo había visto tan perdido y tan aterrado.

Ángel - (Tercera parte de Bestia)حيث تعيش القصص. اكتشف الآن