Capítulo 11: Parte dos -Realidad o ficción-

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No sabía con exactitud dónde estaba

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No sabía con exactitud dónde estaba. Ni siquiera había abierto los ojos. Seguía sumido en un sueño muy profundo, con imágenes tormentosas y escalofriantes. Dentro de su mente él corría como nunca en su vida lo había hecho, pero se resbalaba y caía por un precipicio sempiterno, sin esperanzas de tocar el suelo. Era un ser insignificante que había muerto, caía eternamente adentrándose a las fauces de la muerte que esperaba su llegada, porque dentro de él sabía que estaba muerto, ¿cierto?

Se estremeció cuando sintió que el mundo en donde se hallaba se destruía como un vidrio dejando el estruendoso sonido del cristal caer en el suelo. Mientras que su imagen desaparecía le llegó el sonido de los alaridos de alguien, tan desgarradores que sintió cómo su cuerpo temblaba por el sonido. Pronto se convirtieron en gritos que hicieron eco en su mente y que le hizo estremecer del miedo. Reconocería esas voces en cualquier lado. Eran sus dos amigos.

Estaban sufriendo. ¿En dónde se encontraban? ¿Habían muerto igual que él? ¿Sería que todo aquello era la llegada al infierno? «¿Por qué? —Se preguntó—. No fueron malos chicos, ellos me quisieron, ellos no me miraban como alguien anormal, ellos no se alejaron de mí. ¿Por qué merecen ir a un lugar tan nefasto?» Él por en cambio, no podía decir lo mismo. Fue el culpable de todo aquello, si tal vez no hubiera ido, si no hubiera estorbado quizá sus dos amigos continuasen con vida. Por su culpa, por su enfermedad que se lo había llevado, había ocurrido ese desagradable episodio y sufrido de la forma más inimaginable sus últimos segundos de vida. Los más dolorosos.

«Mamá, papá... lo siento. No debí venir, no cumplí con mi promesa» Sintió un incontrolable deseo de llorar, pero no pudo, tal vez era el lugar en el que estaba, una soledad profunda, un vacío interminable que sería su nuevo hogar. ¿Era tal vez su infierno? ¿Y si para cada persona existía un infierno distinto? Ignoró sus pensamientos y se sentó acurrucado entre sus piernas y brazos. Cerró los ojos dispuesto a dormir —si es que se podía en ese lugar—. Afortunadamente lo logró. Sus párpados cayeron y se alejó de su imaginación, de sus pensamientos e ilusiones.

Cuando los volvió a abrir la luz del sol le encandiló. Hizo que cerrara los ojos de golpe y gimiera mientras se levantaba. Se sentía muy extraño, como si de alguna forma siguiera con vida, lo que era imposible. Él mismo había sentido como se entregaba a la muerte, él mismo había escuchado los gritos de sus dos amigos. ¿Cómo era posible? Seguramente era otro de sus sueños. Eso fue lo que creyó.

Se sentó y notó que estaba sobre un montón de tierra y hojas secas. Se encontraba sucio y algunas ardillas huyeron cuando lo vieron despertar. La cabeza le dolía, así que cerró los ojos de nuevo y se frotó las sienes. «¿Qué es esto? —pensó—. ¿En dónde estoy?» Gimió por el dolor de cabeza que se intensificó al hacerse las preguntas, su corazón se empezaba a acelerar y por instinto se repitió las palabras que le acompañaron toda su vida. Pero estaba muerto, ¿de qué serviría estar tranquilo?

Abrió nuevamente sus ojos. El mundo empezó a dar vueltas y por más que parpadeaba continuaba en un remolino de colores silvestres que en esos momentos no le resultaba agradable. El mareo era un síntoma que comenzaba a padecer por no haber comido; los niveles de glucosa se desequilibraron si mal no recordaba. «Eso es malo, muy malo» Se intentó levantar para buscar comida, mas no tenía fuerzas, estaba muy agotado y lo más seguro era que ni si quiera pudiera pararse a comer. Después de todo. ¿De qué serviría hacer un esfuerzo? Él tenía una enfermedad grave, una que le debilitaba considerablemente y que lo hacía inútil para múltiples cosas.

La diosa del bosqueWhere stories live. Discover now