Crónica insignificante - Capítulo 4 (PARTE 1) - Domingo

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Domingo

Creo que eso que oigo es la risa de Diana.

Piensa, Marcelo.

¿Qué hora es?

El reloj de la mesilla dice que son las nueve.

Otra vez me cuesta trabajo identificar cuál es la cama que me acoge. Para variar. No suele durar más de tres o cuatro segundos, pero la sensación de desorientación es inevitable, cada mañana. Y tremendamente desapacible.

Inmediatamente después de esta ingrata y cotidiana primera experiencia, viene, pegando fuerte, la segunda. Ésta, más desagradable si cabe. Constato que, a pesar de las horas de sueño y de la amable distancia, mi coche debe seguir en el depósito municipal y mi expediente irremisiblemente manchado por la infracción.

Se me forma un nudo en la garganta a la vez que siento cómo se me acelera el pulso. A pesar de que no hace ningún calor, estoy a punto de romper a sudar. A esto se debe referir mi madre cuando habla, tan a menudo, del famoso «estado de nervios».

Diana continúa riendo en el salón.

Tareas para hoy: Comer con Don Severo y tratar de recuperar el coche de mi padre. En orden inverso al que me vienen a la cabeza.

Salto de la cama y comienzo a vestirme. No me apetece buscar algo limpio que ponerme, a pesar del intenso olor a humo y a bar que desprenden las ropas que anoche dejé tiradas en el suelo. Cuando me aclare un poco decidiré si me ducho y me cambio de ropa, de momento, es algo secundario.

Afuera, Diana juega en el sofá con el abuelo. A horcajadas sobre él intenta buscar sus puntos débiles para hacerle cosquillas. Mi padre ríe despreocupado. A pesar de la corta edad de mi hija, estaría dispuesto a asegurar que ya ha obtenido más dedicación del abuelo de la que he conseguido yo en cuarenta años de esporádica convivencia.

Me alegro por ella, tanto como lo siento por mí mismo.

Cuando la niña me ve, descabalga y se apresura a besarme.

―Papá, ayúdame tú, que el abuelo no me deja que le haga cosquillas.

Me coge de la mano.

―¿Dónde está la abuela?

―Haciendo el cocido, me ha dicho que venga a chinchar al abuelo.

―Ve a decirle que me he levantado ya, que me prepare café.

―No, ayúdame a hacerle cosquillas al abuelo.

―Venga Diana, hija, que ya estoy mayor para estas cosas…Abuelo, díselo tú.

Pongo cara de suplica.

―Venga anda, cariño, ve a ver a la abuela. Que le prepare el café a tu padre y que te enseñe a hacer cocido… ― como ve que la cría no se queda muy convencida… ― Luego después seguimos tú y yo jugando.

―¡Vale! ― solo así lo consigue.

Diana se pierde por el pasillo.

―No me digas que quieres más cuartos…

Mi padre se teme otro expolio.

―Verás padre. Ayer cuando volvía, después de ver a esta chica que os dije… Me pararon los municipales en un control.

―La jodimos.

―Más o menos.

―¿Te multaron?

Silencio.

―¿Te han quitado el coche?

Silencio.

Crónica insignificante - Emilio Casado MorenoKde žijí příběhy. Začni objevovat