Crónica insignificante - Capítulo 2 (PARTE 1) - Viernes

1K 5 4
                                    

Viernes

No termino de convencerme de que el ruido que me taladra el córtex a través de los tímpanos pueda significar lo que me temo que significa.

No consigo obtener ninguna certeza de los pocos pensamientos, parsimoniosos, que circulan por mi cabeza. En principio no estoy seguro de casi nada. No sé dónde estoy, no sé qué hora puede ser, no sé qué paredes me rodean… Todo es muy lento y pesado. Y luego está este dolor de cabeza, como si alguien intentara atravesarme las sienes presionándolas con un clavo romo.

Veo una luz tenue, que se cuela por entre las rendijas de una persiana a medio cerrar. Poca luz, tímido amanecer.

¿De dónde viene el pitido? ¿Pudiera ser posible incluso que todo esté pasando dentro de mi cabeza, parte de algún mal sueño? Reconozco que el zumbido me resulta familiar, el de siempre. Pero la luz que se cuela por esa persiana no está en el sitio que suele estar habitualmente. Hay algo que me dice que no estoy donde suelo estar, aun así me cuesta un trabajo enorme escuchar esa voz interior. Cualquier cosa me supone un esfuerzo terrible ahora. Tengo primero que convencerme de que ésta no es mi cama de siempre, porque hace unos meses que ya no vivo en mi casa. Inmediatamente después tengo que seguir esforzándome en el análisis, porque la cama que me acoge tampoco es la de la casa de mis padres, la de mi infancia, la que he estado ocupando de un tiempo a esta parte. Demasiadas camas para tan poco tiempo. Entonces, si no estoy en mi casa… ni en mi otra casa…

Sigue sonando la alarma del móvil, rasgando impertinente el silencio de la estancia.

Ahora sí, de repente, descubro el mapa del tesoro. Estoy en casa de Domingo tratando de convencerme de que ese ruido no proviene de mi teléfono y de que no es hora de levantarse para ir a trabajar y de que hoy no es aún viernes por la mañana, que ha llegado el sábado, y de que hace un rato no estaba bastante borracho y drogado. Por mucho que me duela, todo es cierto. Hay una verdad que tengo que asumir, compleja y dolorosa pero inevitable. Es hora de levantarse para ir a la cárcel. Muy bien el pedo, la compañía, la cocaína, las copas, el champán y el sexo. Ahora todo pasó.

Esos golpes secos que oigo son los nudillos de la cruda realidad llamando a mi puerta.

Joder.

Habré dormido como mucho dos horas.

Después de buscar infructuosamente el interruptor de la luz de la mesilla decido que lo mejor es levantarme y dirigirme hacia la línea de luz que se filtra por la ventana para conseguir ver algo y poder buscar la fuente del pitido, donde quiera que esté.

No sé exactamente con qué, lo cierto es que tropiezo con algo irregular e inestable, probablemente un zapato, y me abalanzo sin control, hacia adelante, haciendo aspavientos con las manos, hasta que me detengo contra la pared. Entre el muro y yo hay algún mueble que impacta directamente en mis testículos. La parte buena de la jugada, si la hay, es que mi mano derecha ha conseguido alcanzar la cuerda de la persiana. Una mano en la entrepierna y la otra iluminado un poco, solo un poco más, la habitación.

La historia se va aclarando. Mientras el dolor va reptando sinuoso hacia mi estómago, diviso sobre la cama el cuerpo desnudo y solo parcialmente tapado de mi acompañante. En el suelo, entre mis pantalones, el causante de tanto estruendo. Como en un documental de felinos, me abalanzo sobre él, tan rápidamente como soy capaz  y, de una vez por todas, hago que el maldito ruido cese.

Victoria. Primera batalla.

Entre las sabanas Sofía se revuelve, dormitando. Calculo que el despertador habrá sonado, como mucho, treinta segundos, durante los cuales ella no ha movido ni una pestaña. Ahora que el ruido cesa, se agita intranquila. En la penumbra acierto a ver su espalda desnuda, desde el cuello hasta las nalgas. Más de un director de fotografía mataría por una escena como ésta en el clímax de cualquiera de sus películas. Y yo con estos pelos.

Crónica insignificante - Emilio Casado MorenoWhere stories live. Discover now