Crónica insignificante - Capítulo 2 (PARTE 3) - Viernes

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―¿Tienes una niña? Yo también… ― muy interesado. No sé si debería haberla mencionado. Cuando hablo de música me emociono. Tampoco creo que pase nada, me parece muy aceptable la idea de cercanía psicólogo/paciente. En el informe no dice nada de que Bruno Montalvo tenga una hija.

―Sí, Diana, tiene siete años. Vive con mi mujer. En cuanto tengo un rato me gusta pasarlo con ella. No dice nada aquí de que tengas hijos... ― miro interesado en el portátil a la vez que hurgo entre los papeles.

―¿No? Bueno, no sé. La verdad es que no estoy casado y la mujer con la que la tuve me abandono hace unos años. Se llevó a mi hija con ella. Alguna vez he ido a verlas, sin que se enteren. Sé dónde viven ahora y a qué se dedican, pero no quiero entrometerme. Lo mejor que pudo pasar fue que mi chica se la llevara y la apartara de toda esa mierda que nos rodeaba. Pero de eso ya hablaremos con más calma. ¿Qué me dices de poner música en mi IPod? ― hoy, por ser el primer día de clase, dejaremos que los alumnos decidan sobre qué tema hacemos las redacciones.

―Mira Bruno, la verdad es que soy interino, llevo aquí unos pocos años, pero no soy fijo. No soy el «propietario» del trabajo. Hace un rato que acabo de encontrarme con el señor al que estoy sustituyendo y me ha dicho que le van a dar el alta médica. Es posible que no vuelvas a reunirte conmigo. Porque si este señor se reincorpora al puesto, a mi me mandan a mi casa. Sin tercer grado ni nada. A casa de cabeza. Completamente libre. Así que a lo mejor lo del IPod y lo de hablar con más calma de la familia se podría quedar colgado.

Bruno permanece unos segundos mirándome. Después mira de nuevo hacia la ventana. Acto seguido vuelve a mirarme a mí.

―Podemos hacer una cosa. La próxima vez que tenga cita, me traigo el reproductor  ― me mira inquisitivamente.

―Eeeh… El lunes, creo.

―El lunes. Si vuelvo a verte por aquí el lunes, te lo llevas o usas tu ordenador portátil o yo que sé y me metes un montón de esa música buena y nueva que tú conoces. Si no vienes, pues me quedo con el cacharro en el bolsillo y a otra cosa mariposa.

No me parece mala idea. No hay compromiso.

―Trato hecho.

Una amplia sonrisa ilumina su rostro. Hace ademán de tenderme la mano pero el tiro de las cadenas es bastante corto, así que se queda en eso, en un gesto raro. No tengo intención de levantarme para estrecharle la mano. Como bien ha dicho él mismo, hay que dejar algo para el resto de la relación, si enseñas todas tus cartas en la primera cita, el misterio se desvanece rápidamente y el resto de encuentros pierden interés. Hago como que no me he percatado del movimiento y vuelvo a sumergirme en la documentación que sobre él tengo en mi ordenador portátil.

Cinco minutos después Bruno, custodiado, vuelve camino de su celda y yo salgo de la sala hacia la oficina. Creo que es un tipo peculiar, diferente. Para nada parece que bajo esa inocente apariencia de progre inofensivo se esconda un controvertido delincuente, frío e inteligente, sorprendentemente dotado para el crimen. Aunque no debería dejar de pensar en ningún momento que esto es así, que es un hecho probado por el que además cumple condena entre los muros de esta cárcel.

Me sucede con cierta frecuencia, mientras converso con los reclusos, que olvido dónde y por qué nos encontramos en esta situación. Es inevitable que me relaje ante personas con las que hablo con cierta confianza, personas con las que, en algunos casos, llego a empatizar. Después de escuchar las historias que les han traído aquí o las circunstancias en que éstas se han producido, puedo sentir cómo, a veces, se desenfoca la percepción que tengo de ellos. Es difícil mantenerse neutral durante todo el recorrido, se convierte en obligatorio recordarme a mí mismo, continuamente, cuál es mi cometido aquí, para no perder peligrosamente la perspectiva. Normalmente termino tratando de convencerme de la probada utilidad de mi trabajo. Me replanteo una y otra vez la testada necesidad de la esperada curación, del bendito perdón y de la necesaria reinserción que aguarda a toda esta gente. Aunque nunca he terminado de satisfacerme con las conclusiones a las que llego o con las pruebas que tengo a mi alcance para entender que todo esto funciona como es debido. También es cierto que he sido testigo, en más de una de dos y de tres ocasiones, de los estragos que causa la injusticia en estos individuos. Y sucede, con más frecuencia de la que me gustaría admitir, que hablo con gentes injustamente tratadas, injustamente juzgadas y, lo que es peor para ellas y para mis temblorosas convicciones, injustamente encerradas.

Crónica insignificante - Emilio Casado MorenoTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang