Elevo la mirada hacia el semáforo y en ese mismo instante el verde se ilumina, la interminable necesidad de rodar los ojos me provoca y mientras lo hago, retomo mi marcha y cruzo a paso lento la calle. No es como que si fuera a comenzar a bailar, tan solo hay que llevar el ritmo de la canción.

En unos segundos mi vista se nubla de luz blanca por un momento y encima de la música, escucho un terrible chirrido de neumáticos. Retrocedo involuntariamente y me tropiezo cayendo en el pavimento, el terrible dolor que me provoca el impacto y el ardor de las palmas de mis manos al apoyarme en ellas. Me desespero por dentro al ansiar recuperar la respiración y mi visión se aclara de nuevo un tanto turbia. El color deja mi rostro, mucho antes de hallar una motocicleta a unos centímetros de mí.

Dios, estuve a punto de ser atropellada...

Mi corazón late con desesperación qué percibo cada una de las palpitaciones con sacudidas. Mi respiración es acelerada como si mis pulmones ambicionaran con desespero el oxígeno a mí alrededor y lo acumularan inconteniblemente. Me apoyo de mis brazos temblorosos y cada parte de mi cuerpo percibe que el acto es dificultoso debido a lo que ha ocurrido. Creo que me pondré a llorar pero el golpe mantiene las lágrimas a raya y solo cristaliza mis ojos acompañados del nudo que se aprisiona en mi garganta.

Cuando me pregunté si "Mi día no podría ser peor" era una pregunta retórica, no un reto, vida.

El individuo que conducía la intimidante motocicleta, se apresura a desmontar el vehículo que casi me ha atropellado y su silueta es una amenazadora figura que transcurre frente a sus luminosas y chillonas luces. Finalmente, antes de alcanzarme, tira de su casco en un momento deliberado. Advierto en cámara lenta sus facciones y rasgos, e inmediatamente la gruesa y sutil voz de mi padre retumba en advertencia en mi cabeza, recordando cuan claro fue cuando me impidió a toda costa acercarme a ellos. Ojos azules y pelo negro. Su descripción se acerca frente a mis ojos y no puedo dejar de deducir que debo mantener la lejanía hacia ellos que le prometí a mi padre.

La respiración me falla cuando su presencia ataca mi espacio personal, alterándome mucho más de lo que antes ha logrado. Se posiciona a mi lado con una expresión fruncida y me cuesta deducir si es preocupación o enojo lo que reflejan sus ojos. Sus manos están heladas cuando la yemas de sus ágiles dedos me recorren la mejilla en busca de alguna minuciosa herida. Sus labios se mueven y no capto sus palabras por que la canción que aun penetra mis oídos e impide cualquier ruido del exterior coexista en mi cerebro, eso parece molestarlo porque arruga aún más la cara y de un tirón me arrebata los auriculares.

—¿Estás bien? —me preguntó cuándo por fin pude escucharle con claridad, su voz intuyendo en mis tímpanos, provocándome estremecer con su acento. Intento persuadir su expresión pero aún me es difícil acertarlo.

Me tardo en contestar a su interrogación porque he perdido el habla y al ser completamente inútil asiento de respuesta mientras repaso en mi mente si cada parte de mi cuerpo aún se encuentra en su lugar.

Repentinamente, capto que su inatendible expresión se forma en pura contrariedad e irritación. Arrugando el entrecejo con fastidio y centellando sus cautivadores ojos azules.

—Pude haberte atropellado ¿sabías?—articulo con un notable deje de enfado.

Estuviste apunto...

—No debes andar por la vía con estas cosas —levantó al aire mis auriculares con repugnancia— ¿Sabes lo peligroso que es que andes en la calle escuchando música a todo volumen? —finalizó de quejarse impertinente.

Me encuentro de inmediato anonadada antes sus palabras, se ha atrevido a decirme que es peligroso ir escuchando música a todo volumen por la calle, cuando él anda en su motocicleta a toda velocidad. Estuvo a punto de atropellarme y ¿esto es mi culpa? No, no, no es mi culpa; es únicamente e irreparablemente, suya. Lo admiro irremediablemente perpleja porque me cabrea que se fastidie conmigo, cuando ha sido su culpa. No soy capaz de detener mi cólera, así que le arrebato mis auriculares con brusquedad y lo fulmino por completo, mientras sus ojos se iluminan de un repentino desconcierto. Aprovechando su conmoción, desafiante, señale su trampa mortal.

Black AngelsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora