Capítulo 27 Mal Herida

12.6K 754 43
                                    

Capítulo 27 Mal Herida

—¡Qué haces Leila! ¡Sal de encima de Edmund!— Lord Aelderic le ordenaba a Leila y se acercaba a la mujer, que en frenesí por la sangre en la mano herida de Edmund, le había saltado encima como una fiera salvaje.

Leila inmovilizaba a Edmund colocando ambas piernas como tenazas a cada lado de su cintura y luchaban férreamente en el suelo ante los ojos atónitos de los espectadores. El duque colocaba su mano sobre el hombro de Leila que a toda costa intentaba morder al joven general. Leila se volteaba hacia el furiosa dejándole ver sus afilados colmillos mientras profería sonidos de felino salvaje. El duque retrocedía dando un brinco y volvía a colocarse junto al sacerdote.

En aquél lugar todo se había vuelto un caos. Unos corrían despavoridos dando alaridos de terror al ver el monstruo en el que se había convertido Leila. Otros, los más curiosos y valientes, se escudaban detrás de alguna de las mesas derribadas para poder ser testigo de aquello tan aterrador e inverosímil. Mientras, en el frío piso empedrado se retorcían y se revolcaban Edmund y Leila. Leila para matar Edmund y Edmund para defenderse.

El duque contemplaba estupefacto la escena de terror que tenía frente a sí. No podía creer lo que estaba presenciando. A su memoria confundida por la conmoción la asaltaban recuerdos insólitos y horribles de confesiones y tragedias, muertes como la de la joven sirvienta y la de Orla y súbitas enfermedades, incluyendo la de su hija. Las palabras de aquella bruja a la que había condenado a muerte hacían un eco ensordecedor en su cabeza. Antes, todo aquello parecía una serie de malas jugadas del azar, pero ahora tenían su explicación frente a él en el suelo, en la forma de un monstruo transformado en mujer. ¿Cómo había podido haber estado tan ciego?

Sólo habían pasado unos segundos, pero para el pobre Edmund estos parecían interminables horas en la que batallaba por su vida. Los soldados avanzaban desmontando sus corceles y rodeando a su general y a la endemoniada mujer que ya acercaba peligrosamente sus colmillos a la base del cuello de Edmund. Uno de los soldados dirigía su espada hacia Leila y casi cuando le estocaba, esta se levantaba en el acto de un solo y veloz movimiento, dejando tirado en el suelo a Edmund. La mujer encolerizada, lanzó un zarpazo al soldado que le apuntaba con la espada, haciéndolo volar por los aires y cayendo varios metros atrás inconsciente.

Lord Aelderic por fin reaccionaba y corrió a tomar la espada del soldado caído. Inmediatamente se unía al grupo de legionarios que aun permanecían en pie alrededor de Leila. La vampiresa permanecía en actitud defensiva, como un animal acorralado por los soldados que atrechaban el cerco de lanzas y espadas. Ella lanzaba manotazos al aire y los soldados reaccionaban retrocediendo unos pasos para luego acercarse nuevamente. Era una danza de muerte y supervivencia en la que quien fallara el paso, sería el perdedor.

Edmund se levantaba del suelo reponiéndose y sacando un frasco de cristal de una bolsita amarrada a su costado, la abrió y lanzó su contenido hacia Leila. –'Vade retro satana... In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti.'– El general vaciaba por completo el líquido consagrado sobre la mujer que se retorcía de dolor y se cubría a medias el rostro, dejando ver sus colmillos afilados sobresalir de su boca.

Los pocos presentes que quedaban salían huyendo. La escena era demasiado aterradora como para quedarse allí. El instinto de supervivencia podía más. El obispo se arrodillaba en una esquina detrás de unas bancas y rezaba cuanta oración conocía. La fe en Dios no debía ser abandonada. –¡No deje de rezar padre! ¡Peleamos contra un demonio!– Edmund ordenaba al cura que se aferraba a su biblia y a su crucifijo y rezaba en voz más alta, aunque quebrada por el miedo.

Lord Aelderic abría sus ojos de par en par y su gesto reflejaba una mezcla de asombro y terror, furia e impotencia, mientras Leila profería insultos y maldiciones en lenguas demoniacas. Edmund agarró su espada y aprovechando que la vampiresa pelinegra tenía su rostro parcialmente cubierto y aún se retorcía de dolor, la hirió en el costado.

Sangre negra y hedionda burbujeaba fuera de su herida creando de inmediato una enorme mancha oscura en su blanco vestido de novia. Leila descubrió su rostro al saberse herida. Sus ojos brillaban de un rojo intenso y sus blancos colmillos se alargaban aún más, pero su rostro reflejaba un dolor intenso mientras bajaba la cabeza para contemplar su herida. Leila daba un grito chillón que dejaba sordos a los presentes, tal como la Banshee gaélica.

El cerco compuesto por los soldados, Lord Aelderic y Edmund se cerraba más. Leila se sintió perdida. Era obvio que cansada, herida y rodeada por más de diez hombres nada podría hacer. Así que decidió que lo más lógico era la retirada. De un solo impulso dio un salto por encima de los soldados de manera sobre humana y como un animal rastrero trepó la muralla en patio trasero hasta posarse sobre ella. Volteando su rostro hacia el grupo de hombres, volvió a producir un horrendo chillido y se lanzó hacia el otro lado... Leila había escapado.

–Edmund, ¿qué es lo que está pasando? Qué es eso... qué es Leila?– Lord Aelderic se agarraba el pecho por la terrible impresión que había causado todo aquello, mientras interrogaba a Edmund.

–Leila es una vámpir. Es una criatura maléfica, que se alimenta de sangre y tiene poderes sobrenaturales.- Edmund explicaba a un anonadado Lord Aelderic que intentaba procesar todo aquello que se le decía. –Lord Aelderic debe resguardar a todos sus invitados y no dejar que ninguno salga. Selle todas las puertas y ventanas. Proteja el castillo con sus hombres y estén alertas en caso de que vuelva ese demonio. Pídale al sacerdote que tenga a la mano su agua bendita y sus rezos. Yo saldré a buscar a Leila para acabar con ella. Está herida y no legará muy lejos así.

Lord Aelderic asentía y se apresuraba a proteger a los suyos dentro de la mansión. Edmund ahora se dirigía a los soldados. –¡Hombres, a sus caballos! Hay una fiera que atrapar.

Edmund y sus hombres salían raudos y veloces galopando fuera del castillo hacia el bosque donde seguramente Leila estaría. El general solo pensaba una cosa mientras pedía el favor de Dios en esta empresa tan terrible: 'Una fiera acorralada y herida, suele ser la más peligrosa.'

Ardith (Español) [Historia destacada-Featured]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ