Capítulo 4 Leila

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CAPÍTULO 4

LEILA


        

Los días se hacían eternos y la tristeza se asomaba con su castigo silencioso al alma de la hermosa Ardith desde el día en que partió su adorado Edmund a pelear contra los invasores al sur de la ribera del Rin. Ardith temía por lo peor puesto que la región era una muy difícil. Estaba cubierta de espesos y peligrosos bosques copados por densa vegetación e inciertos terrenos. Los bosques a su vez estaban repletos de criaturas feroces y otras desconocidas que los habitaban causando terror y siendo la fuente de terribles leyendas.

Pero lo verdaderamente horroroso del asunto no era ni lo escarpada de la región, o lo traicioneros que podían resultar esos lares indómitos. El verdadero peligro radicaba en el enemigo a enfrentar. Por tradición, los ejércitos del antiguo imperio visigodo siempre batallaban con sangrienta crueldad y campal determinación. Todo esto aterraba a la joven Ardith pues no podría soportar perder a Edmund. Su corazón no lo resistiría.

         Ya hacían varias semanas desde que su amado partiera y la niña volvía a vagar como alma en pena por los pasillos de la mansión. Aguardaba tras la ventana la llegada de algún mensajero con noticias de éste o el milagro de verlo de vuelta antes de lo esperado. Pero a medida que los días seguían pasando, sus esperanzas se hacían más frágiles.

         Orla sufría al ver a su niña tan triste y Lord Aelderic no encontraba de qué manera consolarla. Todo en su vida se había vuelto color gris, como los cielos nublados de otoño que ahora asomaban sobre la cordillera del Harz. Ardith salía a rezar casi a diario a la iglesia que estaba junto al bosque muy cerca de donde estaba el cementerio de la familia y pedía por el alma de su madre y por la pronta llegada de Edmund. Una vez terminadas sus plegarias, salía de la pequeña capilla gótica a visitar la tumba de Doña Edwina y allí lloraba sin consuelo pues extrañaba a su madre y añoraba a su amado Edmund.

         La brisa soplaba fuerte en el camposanto y las nubes grises cubrían los escasos rayos del sol. Un gélido viento penetró hasta los huesos de Ardith haciéndola temblar. La joven cubrió su cabeza con su caperuza y apretó la marcha entre la arboleda que rodeaba la mansión para llegar a toda prisa al castillo.

         Aquel ventarrón presagiaba tormenta, así que apresuraba aún más su paso. Pero algo la detuvo.  Escuchó como el viento traía unos sonidos inusuales y se mantuvo alerta para poder descifrar que sería aquello. Era como un llanto... unos quejidos que venían del bosque. Ardith caminó hacia donde provenían los sollozos, cada vez más fuertes y sonaban quejumbrosos a medida que se acercaba a un enorme árbol de haya muy cerca a la orilla del camino.

          El llanto provenía del otro lado del tronco... y definitivamente era femenino. Ardith colocó su mano sobre el grueso y tosco tronco mientras lo bordeaba para no perder el balance mientras caminaba sobre las enormes raíces expuestas. Al rodear el árbol encontró una joven que lloraba desconsoladamente tirada en el suelo. Sus blancas vestiduras rotas y las manchas purpureas sobre su piel denotaban que había sido violentada.

         Ardith se paró frente a la joven de largos y negros cabellos y angustiada al ver tan terrible escena se dirigió a ella con ternura

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         Ardith se paró frente a la joven de largos y negros cabellos y angustiada al ver tan terrible escena se dirigió a ella con ternura. —Hola, mi nombre es Ardith y vivo cerca de aquí... He escuchado tu llanto y quiero ayudarte. ¿Quién eres y qué te ha pasado que has llegado hasta las tierras de mi padre en este estado?

         —Oh, joven Ardith, me ha acontecido una desgracia—, la maltrecha joven hablaba y descubría su rostro al remover de sobre este sus desaliñados cabellos con sus delicadas manos.  Ardith quedó impactada puesto que era una jovencita impresionantemente hermosa. Sus enormes ojos negros como el ónix resaltaban de manera casi mágica de su pálida tez. Tenía una nariz pequeña y puntiaguda y unos pómulos sobresalientes. Un rastro de sangre seca en la comisura de su boca reafirmaba la teoría de que la  doncella había sido brutalmente golpeada y violentada.

          Ardith se arrodillaba compungida y conmovida frente a la mujer mientras le interrogaba. —Pero, ¿quién te ha hecho esto tan terrible?

          —Unos vándalos... eran varios... Fui secuestrada. Mi padre es el conde de Suavia. Yo cabalgaba en el bosque que rodea las tierras de mi padre.  Me encontraron sola y me raptaron. ¡Ha sido horrible! Mi padre me debe dar por perdida... peor aún, por muerta. Me ultrajaron entre todos y me dejaron tirada. Creo que creyeron que estaba muerta. Luego me arrastré por el bosque y llegué hasta aquí. ¡No puedo más! Me duele todo mi cuerpo. ¡Esto ha sido una pesadilla!— la joven hablaba ahogada en llanto y muy exaltada. No dejaba de mirar fijamente al rostro de Ardith quien parecía perderse en un trance en aquellos ojos negros como la noche; obscuros como un sufrimiento prolongado. Esos ojos parecían reflejar la misma muerte, pero eran hermosamente cautivadores e hipnóticos.

          —No me has dicho tu nombre, pequeña.

          —Mi nombre es Leila... Leila Von Dorcha—, luego de decir su nombre, la joven pareció desmayarse pues era evidente que estaba muy débil.

          —¡Leila, no te desmayes! Trata de reponerte. Ven, vamos a ponerte de pie con cuidado... Apóyate en mí.  Mi castillo no está lejos. Te llevaré conmigo para que te descanses y te revisen.

         —Oh, gracias Ardith. Has sido mi salvación.

         Ardith ayudó a levantar a Leila. Su cuerpo era sumamente liviano. Al juntar su cuerpo junto a de ella para servirle de apoyo, una sensación extraña y escalofriante, como si a ella hubiera entrado una corriente de aire helada por su piel y recorría sus venas y cada fibra de su ser. Ardith pensó que era parte de la impresión tan horrible que daba tener a esta joven junto a ella sabiendo por todo lo que había pasado. <<Pobrecita>>, pensaba mientras caminaban el tramo que las llevaría hasta la mansión Cuthberht.

Orla y un sirviente salían corriendo a recibir a la joven Ardith cuando vieron que venía cargando a la maltrecha joven.

          —Orla, hay que mandar a buscar al médico para que revise a esta joven. La he hallado en el bosque junto al cementerio. Está muy mal herida—, ordenaba la duquesa.

          —¿Pero quién es y qué le ha pasado?—, preguntó Orla algo desconcertada.

         —Su nombre es Leila von Dorcha, condesa de la región de Suavia. Ha sido violentada por un grupo de vándalos que la han secuestrado y dejado tirada en el bosque.

         Mientras el sirviente ayudaba a llevar a la joven en brazos al interior de la casa, Orla miraba con suspicacia examinando a la joven, mientras pensaba, <<Está muy lejos de su región... muy lejos para haber llegado hasta aquí. Todo esto me parece muy extraño>>.

         —Orla, no te quedes allí, hay que preparar un baño con agua tibia y suficientes toallas  para lavar bien las heridas de Leila—, Ardith llamaba la atención de la sirvienta que se había quedado meditabunda.

         —Si mi niña Ardith, voy enseguida—, Orla respondió y entró a prisa detrás de Ardith a cumplir con diligencia más con cierto recelo lo que le habían ordenado. Delante de ellas el criado cargaba el cuerpo de la joven herida escalera arriba.

Ardith (Español) [Historia destacada-Featured]Where stories live. Discover now