Capítulo 3 Despedidas

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CAPÍTULO 3

DESPEDIDAS

— Pero, ¿por qué no puede ir otro? ¿Por qué tienes que ser tú el que lidere la batalla?—, preguntó Ardith mientras caminaba de un lado a otro del jardín, muy afectada por la noticia tan triste e inesperada que acababa de recibir. Su propio Edmund le había notificado que tendría que participar en un conflicto bélico muy lejos, al sur del imperio—. ¡No vayas por favor! ¡Quédate conmigo y que vaya otro en tu lugar—. Ardith abrazaba fuertemente a Edmund por la cintura, implorando a su amado con voz quebrantada y sus ojos llorosos para que desistiera de ir a la guerra.

—Sabes que es mi deber como el heraldo del Rey Enrique. Para esto he entrenado toda mi vida. Es mi responsabilidad y tengo que cumplir. No hay otra alternativa—, Edmund se paró frente a Ardith y mirándola fijamente a los ojos le hablaba con ternura de las razones imperantes que le obligaban a partir—. Amor, a mí también me entristece todo esto. Jamás quisiera separarme de ti. Pero entiende, la situación es muy delicada. Tal vez no comprendas de asuntos políticos, pero en esta ocasión nos estamos enfrentando a una invasión que hay que detener inmediatamente. Una facción muy violenta de visigodos ha llegado hasta la ribera al sur del Rin, arrasando con todo a su paso y causando gran caos y destrucción.

        —¿Cómo es posible? ¿Visigodos en tierras germanas? Yo no sabré de política, pero de historia conozco algo. ¿No cayó su imperio cuando los árabes paganos los expulsaron de Iberia? Pero de eso hace ya dos siglos.

       —Aparentemente quedaron dispersos, escondidos en los Pirineos y en los bosques impenetrables del sur de las Galias. Han estado intentando recuperar Tolosa desde entonces causando grandes destrozos a su paso. Se han fortalecido en armas y en número y se han convertido en un gran problema, tanto para el reino de Francia como para nosotros en estos instantes.

         —¡Pero esto es terrible! ¿Cómo es que han avanzado tanto siendo esas tierras del sur tan hostiles?

         —Son guerreros sedientos de sangre y de poder. Su motivación va más allá de la política o la religión. Estos visigodos quieren recuperar lo que era de ellos... O lo que ellos creen les pertenece de aquí hasta pasadas las fronteras. Lo increíble de todo esto, que sinceramente no si me causa gracia o me preocupa, es que estas filas visigodas aseguran ser guiadas por los generales Ardo y Pelagio.

         —¡Por Dios, eso es imposible! Ambos están muertos. Fallecieron luego de la batalla de Guadalete.

         —Sí, eso lo sabemos, pero ellos afirman vehementemente que sus generales han regresado de la muerte y lideran las filas visigodas con una fuerza sobrehumana y poderes sobrenaturales.

         —¡Son unos herejes... unos brujos paganos! Aún peor que los bárbaros.

         —Sí. Es por esto que debemos detenerlos. Han causado líos y desasosiego en el sur del Sacro Imperio Germano. Se han convertido en una terrible amenaza.

         Una cabizbaja Ardith, enterraba su mirada en el suelo. Estaba destrozada pues era inevitable que su adorado fuera a la guerra contra estos visigodos sanguinarios. Edmund tomaba la barbilla de Ardith y delicadamente levantaba su rostro hasta que sus ojos se encontraron nuevamente. Edmund se dirigió a ella con la ternura que lo caracterizaba. —Amor... entiende que es nuestro deber defender el Sacro Imperio de la invasión visigoda. Si no los detenemos en la ribera del Rin, cruzarán El Bosque Negro, y llegarán hasta los ducados del norte. El Rey Enrique necesita todo el apoyo de los condados y provincias y yo tengo que ir representando a mi padre. Yo no puedo permitir que lleguen hasta aquí esos salvajes. Me moriría si algo te pasara—. Edmund acariciaba suavemente la mejilla humedecida de su prometida, impidiendo con su pulgar, que la lágrima que caía por el rostro de Ardith siguiera bajando.

         —Promete que volverás pronto—, dijo Ardith con voz entrecortada ya convencida que nada podría evitar que su amado se fuera.

         —Te prometo por mi vida que así será. Y tan pronto llegue juro nos casaremos. Tú serás mi esposa y seremos muy felices, mi pequeña hermosa.

        —Te amo, Edmund.

        —Yo te amo más Ardith.

         Los labios de ambos se juntaron para producir un hermoso y apasionado beso

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         Los labios de ambos se juntaron para producir un hermoso y apasionado beso... un largo beso que no quería hallar su fin. Los dos enamorados se despidieron entre lágrimas y sollozos y eternas promesas de amor. Edmund se retiraba caminado dando la espalda a su prometida. No podía mirarla a la cara sin quebrarse.

          Ardith lo veía partir. Los ojos de Edmund eran los que lloraban y su pecho apretaba fuerte. No quería ir a batalla, pero la lealtad al imperio y su deber como futuro heredero del Rey Enrique, requerían que se alejara de la mujer que amaba, sabría sólo Dios por cuánto tiempo...

         Ardith en su habitación miraba tras el barandal impotente y llorosa, mientras la figura a caballo de Edmund se perdía en la espesura del bosque junto al resto de la comparsa. Aquel final feliz que ella había soñado se alejaba con su amado. Su cuento de hadas se estaba quedando inconcluso y su caballero cabalgaba hacia el ocaso... a un horizonte lejano, sin ella.

Ardith (Español) [Historia destacada-Featured]Where stories live. Discover now