Capítulo 5 Protegida

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CAPÍTULO 5

PROTEGIDA


PARTE I  

El médico había entrado a la habitación donde Leila descansaba. La joven llevaba varias horas dormida. Su tez lucía pálida, solamente interrumpida por el purpúreo color de sus ojeras que denotaban la extrema falta de sueño y debilidad en su cuerpo. Parecía que un ángel de obscuros cabellos dormía plácidamente en aquella alcoba. Algo en Leila irradiaba divinidad, claro que era hija del conde de Suavia, por sus venas corría sangre noble y para muchos esto era sinónimo de estirpe divina, razón por la cual había reyes por todo el mundo sentados en sus tronos.

El Barón Ascili, un médico reconocido, estudiado en la Scuola Medica Salernitana y quien era amigo de la familia, acudió al llamado de inmediato. A la mañana siguiente, ya arribaba a la mansión Cuthberht. Esta era la mejor opción disponible si en algo se quería ayudar a aquella pobre mujer, porque esperar por el cura encargado del método limitado establecido por el imperio eclesiástico, era algo inconcebible para Ardith. La duquesa estaba sumamente preocupada por la situación de la recién llegada.

Barón Ascili tomaba la muñeca de la joven y hacía gestos de asombro. Puso su mano sobre la vena palpable en su cuello y retrocedió con una expresión de total incredulidad.

—¿Hace cuánto está dormida la joven?—, preguntó Ascili sin despegar los ojos de Leila.

—Desde ayer en la tarde. Llegó muy débil. Orla y yo la bañamos y luego se quedó dormida.

—¿Tenía apetito?—, volvió a inquirir el médico, ahora mirando a la joven Ardith.

—No, bueno, le trajimos un caldo de pollo y especias, pero no se lo comió porque se quedó dormida entonces—, contestó Ardith.

—Interesante... Y me han dicho que la joven manifestó que había sido violentada por varios hombres y dejada en el bosque.

—Eso dijo ella—, Orla ahora era la que respondía la pregunta al médico. Su tono denotaba cierta incredulidad. La desconfiada mujer no estaba totalmente convencida de la veracidad de la historia que les contó Leila.

—Pues entonces debo hacerle un examen minucioso.

De inmediato, el hombre procedió a levantar con cuidado la sábana que cubría el cuerpo de Leila, haciéndola a un lado. Tomó con su mano el pliegue de la camisa de dormir que vestía la hermosa joven para descubrir sus piernas y revisarla. Con cuidado fue subiendo la falda hasta llegar a la altura de sus muslos. En esos instantes, Leila abrió sus ojos, sus negras pupilas estaban dilatadas llenas de terror. La mujer se sentó de manera súbita con un solo movimiento, haciendo que Ascili diera un brinco hacia atrás espantado y se alejara de ella. Leila se arrastró rápidamente hacia atrás imitando el movimiento de un arácnido, hasta que llegó al espaldar de la cama y casi agarrándose de la pared emitió un sonido aterrador, casi felino, ante la mirada atónita de todos los presentes.

—¡No me toque!— el grito de Leila fue casi un chillido—. ¡No quiero que nadie me toque!

Ardith trató de calmarla, —Leila, él es Baron Ascili, un médico serio y muy experimentado que viene a revisarte. Sólo queremos saber si estás bien.

—¡Es que no quiero que ningún hombre me toque!— Leila habló en sollozos y sus facciones cambiaron drásticamente. De parecer una fiera acorralada, ahora se sentaba en medio de la cama meciéndose ella misma hacia adelante y hacia atrás luciendo como una indefensa y asustada niña para luego mirar a Ardith como pidiendo protección.

—Barón Ascili, Leila está muy afectada con todo lo que le ha pasado. Debió haber sido horrible para ella. Si estima usted que ella se puede reponer con los cuidados que se le brinden en esta casa, no voy a forzar tal revisión.

—La joven está muy débil, debe haber perdido mucha sangre. Debe alimentarse bien y descansar y si ella pone de su parte mejorará pronto—, el doctor hablaba con Ardith, pero miraba a Leila de reojo.

—¿Escuchaste las palabras del médico? Él no

te va a tocar—, Ardith se sentaba junto a Leila en la cama. La pelinegra recostaba su cabeza del hombro de la duquesa, mientras esta última acariciaba sus cabellos para confortar a la alterada joven—. Pero me tienes que prometer que vas a comer y a quedarte en cama tranquila el tiempo que sea necesario.

—Lo prometo... Voy a hacer todo lo que me digan, pero por favor, que no me toque ningún hombre.

—Calma, Leila. Nadie te va a tocar. Ya estás a salvo aquí en mi castillo.

Luego de dar las instrucciones necesarias para el cuidado de Leila, Barón Ascili salió de la habitación, acompañado por Orla. Ardith se levantaba de la cama y se dirigía a Leila, —Voy a pedir que te preparen algo de comer y a preparar algunas infusiones para que recuperes tu fuerza. Yo vendré enseguida. Promete que te quedarás en esta habitación y que me esperarás hasta que vuelva.

—Te lo prometo Ardith—, Leila contestó brindándole una escueta sonrisa. Parecía una niña caprichosa recién regañada.

Ardith asintió satisfecha y salió de la alcoba para preparar parte de los ungüentos e infusiones que le recomendó el médico.


PARTE II


Lord Aelderic abría la puerta de la habitación donde Leila dormía muy apaciblemente, El duque entraba prácticamente de puntillas para no hacer ruido y así no molestar a la jovencita que estaba ahora bajo los cuidados de su hija. La noticia de que esta joven había sido hallada muy mal herida en sus tierras había conmocionado a todos en la mansión. La curiosidad por conocer a la recién llegada forastera lo había vencido y tenía que verla con sus propios ojos.

El padre de Ardith caminaba con cautela hacia la cama donde Leila estaba recostada. Al irse acercando se fue percatando de lo bella que era la joven. Sus facciones exóticas, su inusual palidez y sus largos y negros cabellos le llamaban tanto la atención que permaneció por unos minutos contemplándola en silencio. No sabía con exactitud qué, pero Lord Aelderic sentía como la débil figura de esta mujer provocaba fuertes sensaciones en su cuerpo. Era una mezcla de ternura y compasión que no comprendía. Le urgía un deseo de abrazarla y reconfortarla que era prudente contener. Lo más probable era el instinto paternal en él, porque bien esta joven, podría ser su hija. Mientras más le contemplaba y se acercaba a ella, más hermosa le parecía.

Lord Aelderic no se había vuelto a casar, aun estando en derecho ante Dios y los hombres por haber enviudado. Tampoco pretendía a ninguna mujer de entre la nobleza germana. Aunque bien era conocido que muchas damas lo veían como un buen candidato para esposo. Era un hombre aún joven, guapo, con grandes riquezas a su haber y muy influyente en el ámbito militar y político en el imperio.

Y allí permanecía Lord Aelderic contemplando a Leila. La mujer de cabellos de azabache aun dormía, no movía ni un dedo y era increíble como había despertado en él en esos momentos una serie de pensamientos y deseos carnales que ya había pensado sepultados con su viudez, pero que de pronto surgieron de la nada. Lord Aelderic se acercaba aún más a la cama, y murmuraba,

—A la verdad que eres bella—, una y otra vez como un rezo—. Malditos los que te hicieron esto mi virgen de los bosques. Cómo ultrajaron tan hermoso y cándido cuerpo... Si Dios los pusiera en mi camino de seguro los haría pedazos. Yo te protegeré y nadie más te lastimará muchacha—. El duque se inclinó para acariciar el cabello de Leila cuando en ese instante la puerta de la habitación se abría a sus espaldas.

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Ardith (Español) [Historia destacada-Featured]Where stories live. Discover now