I. Visita nocturna

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Dionisio agradeció el mutismo del espeso cañaveral, solo quebrado por el sonido de las hojas siendo cortadas, precediendo la caída de la caña de azúcar. A ningún jornalero le estaba permitido hablar en el trabajo. Sin embargo, le fue imposible no reparar en las miradas inquisidoras de los otros peones.

Los gestos eran demasiado claros, para disgusto de él. Seguramente querrían saber el porqué de su deplorable aspecto. Los contempló lleno de rabia. Llevaban martirizando su existencia tanto tiempo, pero no al punto de erosionarlo de esa forma. Y eso debía tenerlos intranquilos. Por lo visto no toleraban la competencia.

Sonrió desganado, el escarnio provenía de otra fuente, algo que ni él mismo comprendía, pero que le aterraba más que cualquier insulto o desprecio humano.

Alzó la vista, un inusual tono carmesí coronaba el cielo. Quitó el sudor de su frente, trémulo. El poco sosiego se esfumó, aquel firmamento era un presagio de lo que sucedería en la noche.





El reloj marcaba la una de la madrugada. El astro lunar exhibía su faz cadavérica en lo alto del oscuro cielo, desgarrando la densa niebla y la torturada alma del protagonista.

Un extraño visitante y lo que fuera que acompañaba a éste, volvieron a poner en jaque a Dionisio.

Los lúgubres pasos de un ente sobre el techo de la casa sacudieron el cuerpo de ese pobre infeliz. El miedo empezó a tejerse por las terminaciones nerviosas, lento y tenebroso.

A continuación vendría la voz cavernosa y sibilante. Se arremolinó en una esquina en posición fetal, creyendo ilusamente que el espanto sería menor.

—Dionisio... —se oyó un golpe en la puerta—. ¿Ya me vas a dar lo que quiero?... —preguntó una voz masculina, con aire gentil y garboso.

—No... no puedo... Busca a otro —farfullo él, la voz entrecortada.

—No podrás resistirte por mucho tiempo. Entrégame lo que te he pedido —insistió.

—¡No lo haré! —se rebeló.

La figura en el techo detuvo su danza espectral. Al no escuchar más ruidos, Dionisio creyó que ambos seres se habían marchado, pero antes de que pudiera emitir un suspiro de alivio, un susurro infernal le golpeó los tímpanos.

—¡Estúpido! Tarde o temprano tendré lo que quiero. Aunque preferiría que fuera por libre elección.

—¿Libre elección? —Un atisbo de esperanza surgió en Dionisio—, entonces date por vencido. Nunca obtendrás lo que quieres.

El desconocido rio, poniéndole los vellos de punta.

—No me desafíes, tus posibilidades de salir victorioso son escasas. No puedes luchar contra mí.

—He... buscado aquí y en el pueblo vecino y... no hay ninguna criatura con las características que... quieres —susurró con la respiración agitada.

—Tal vez no estás buscando bien —desdeñó el esfuerzo—. Tienes una semana, al séptimo día tu tiempo habrá terminado.

El techo se hundió, como si algo hubiera tomado viada antes de emprender el vuelo. Esa cosa y la silueta humanoide que se reflejaba bajo la puerta desaparecieron dejando un sórdido silencio.

Dionisio quedó temblando en el rincón, igual que una presa aguardando a ser devorada.







Continuará...

Palabras: 499

Al caer la noche  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora