Capítulo 1

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Junio de 2004. Era verano en la ciudad de Nueva York. Una época que, de pronto, se vio truncada por un clima gélido y atormentador fuera de su hábitat. Un año para no olvidar cuando la violencia en la ciudad en su más férvido apogeo, evolucionaba a lo inexplicable.


Su corazón se quebró en miles de pedazos que cortaron las fibras de su espíritu. Creyó morir sin comprenderlo. Ocurrió cuando la mano derecha se posó sobre su vientre imaginario de ocho meses. Hasta ese entonces era real. De pronto, la voluptuosa esfera de carne portadora de un milagro, ya no lo era. No había feto. No había más vida que su vida. No había señales de un orgasmo floreciendo en sus entrañas. Ni siquiera lo habitaba un maldito cólico.

Un grito onírico la arrancó de ese nefasto pensamiento, halando su cuerpo con fuerza para despertarla. Y un sudor frío corría por su rostro distorsionando sus facciones con el horror. No pudo evitar llorar sobre su vientre. Todavía era una esfera.

Era la tercera vez que sucedía en aquella semana... ¿Tendría relación con la repentina ausencia de su novio Leonzo Estepia? Una desalmada premonición difícil de explicar le congeló el poco entusiasmo que le quedaba. ¿De qué se trataba?

¿Alguna conspiración?

¿Un demonio suelto y lejos de su hábitat atormentando cada noche?

¿Un disgusto celestial?

Si. Probablemente Dios estaba enojado con ella por alguna tontería. Una cómoda y oportuna excusa para justificar su fe quebrantada.

No. Prefirió hacerse a la idea de que era un maldito sueño sin escrúpulos por acostarse con el estómago lleno. Tenía sentido. Tres sucesos anormales para tres antojos a horas indebidas de la noche. Un organismo irritado es capaz de cualquier cosa.

¿Estaba segura, o quería hacerse a la idea de que era así?

Era preferible la primera sensación para desvanecer las culpas que amedrantaran a su pequeño Marcus. Ya lo había sentido demasiado inquieto en su barriga.

Se santiguó como una consolación dando gracias por haber despertado. Un vaso con agua helada que tomó del refrigerador fue la evidencia, cuando le heló la lengua, puso a trepidar su cuerpo y hostigó su vejiga que la condujo al baño.

Igual que las veces anteriores, logró conciliar el sueño acompañada de Zior, que cuando tenía permiso de su ama, no titubeaba para subir a la cama y recostar su hocico en una almohada blanda y fina. Era mejor que su pequeño colchón esponjado. El tiempo para los tormentos ya llegaría... Un dolor sin palabras que no estaba pronosticado en sus planes irracionales, ni la pesadilla que debía presenciar al lado de su ama. 

Entre vientres de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora