¿Se frustrarían sus planes?

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Alcanzó a llegar a la ciudad ya de madrugada. No saludó a los guardias y caminó con los ojos cerrados entre las calles. Se guiaba por la luz que lograba ver con los parpados cerrados. Escuchó algunas conversaciones, sobre todo despedidas que parecían extenderse una y otra vez. Caminó hasta casi llegar al centro de la ciudad y a pocas calles del bar se quedó parado en un cruce, en medio de la avenida, y tomó un gran respiro. Abrió sus ojos y extendió sus brazos.

El cambio de temperatura se notó en el viento. Las paredes empezaron a sudar y la niebla helada recorría lentamente el cruce hasta que entró por las cuatro calles y se fue perdiendo la vista de todo.

El cachorro tembló dentro de su gorro.
— ¿Mmh...? — Se levantó un poco el gorro y le acarició el pelo al cachorro. Dejó de temblar y dejó salir un poco su lengua sin abrir los ojos. — No pasa nada, tendré más cuidado.

Tan pronto como lo dijo, volvió a cubrirse la cabeza con el gorro azul y empezó a caminar, sin que la niebla dejase de propagarse pero surgiendo más rápido a su al rededor.

— No hay de qué preocuparse.

Y a partir de los siete metros ya era imposible verle. Escuchó a gente correr y se preguntó a dónde se dirigían y por qué tanto ajetreo.

— ¡Es Kozo, le tiraron la barra! — Gritó un elemental de tierra, con un grito que se oiría desde la lejanía de tres calles pero inconsciente de la niebla.

— ¿...Kozo? — Se preguntó, inquieto, pues hacia allá se dirigía.



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