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Un columpio se mecía al momento que un reloj de muñeca daba las 6. Fernando se levantó y el mismo columpio quedó abandonado y meciéndose suavemente mientras él se alejaba. Sin amanecer, con un montón de humedad en el clima y frío que se siente pegado al cuerpo. Fernando se dirige hacia casa de un amigo, pisa charcos, con sus manos se cubre el cuello con el cuello de su abrigo y entrecierra sus ojos mientras sigue caminando. La casa es de un piso, el piso está sucio y la puerta no está cerrada con llave. Justo en la entrada, Fernando se mantiene de pie, todavía sujetando la perilla y abriendo la boca para intentar recuperar el aliento y sentirse un poco cálido. La sala está limpia, la cocina y el comedor también. Hay una caja de plástico que guarda un montón de platos de cristal y de vidrio, todos están secos. Fernando cierra la puerta y se sienta en un sillón que no desprende olores. Cierra los ojos, deja caer su cabeza en el reposabrazos y se queda dormido, todavía con la chaqueta helada y el cabello húmedo.

Su gran amigo se llama Orlando. La casa es suya, él lava los platos y Fernando limpia el piso. Viven juntos hace mucho pero todavía hay sólo una cama. Fernando despierta de madrugada y sale a caminar, Orlando duerme hasta tarde. Fernando es amigable, Orlando también. Ambos viven solos, uno con el otro, se ven todos los días, no tienen auto y su mayor preocupación es que la casa tenga fugas. Orlando despertará a la una de la tarde, por ésta ocasión, Fernando también. Saldrán a caminar, tomaran la misma ruta hacia la tienda y hablarán como amigos. Ahí es dónde empezamos, el día en que salen de casa, dejan la puerta abierta y no vuelven a ella durante mucho tiempo.

BrisasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora