5- No hables, no respires, no vivas (#5ª etapa del desafío).

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  Permanezco hipnotizada mirando a Aroa boca abajo. Mientras, la policía desaloja la zona y la acordona.

  Las lágrimas me bañan las mejillas sin que las consiga controlar. Desearía llorar a gritos para desahogarme; dar salida a la rabia, el odio y la frustración que siento. Pero el horror de los últimos tiempos me impide hacerlo, carezco de fuerzas. Bastante difícil me resulta levantarme cada mañana y comprobar que esto no es una pesadilla sino la despiadada realidad: los pensamientos suicidas continúan presentes.

  Si no fuese por las medusas sanguinolentas que se mueven con el vaivén del agua de la piscina y desprenden olor metálico, parecería que está buceando en algún campeonato de apnea, de esos que conllevan aguantar la respiración al máximo. O, quizá, desplegando los brazos y las piernas en caída libre, antes de que el paracaídas se abra.

  Es una libélula, etérea. Su vestido azul claro ondea lanzando destellos con el brillo del sol, que lo transforma en turquesas. Los extremos del foulard, que le caen sobre la espalda, se asemejan a pequeñas alas batiéndose con delicadeza, convirtiéndola en la heroína de una historia fantástica. También es un hada. Me cuesta hacerme a la idea de que esa cucaracha, ese gusano infecto que todo lo corrompe, le ha arrebatado la vida por un simple capricho.

—Vamos a girarla —Me comunica Esther con pesar, mirándome cariñosa.— Ya han terminado de sacarle fotos.

  Varios forenses, enfundados en sus monos blancos, se acercan a la alberca. Entre todos tiran con cuidado y la colocan sobre una camilla, haciendo que recién ahora parezca humana. Una pobre chica asesinada en vez de la protagonista de una novela, mi estrategia para permitirle a mi amiga existir dentro de un libro.

  Casi en cámara lenta la giran. Lanzo un suspiro de alivio: a pesar de vestir la ropa de Aroa, no lo es. Sin embargo, no hay motivos para festejar: la Parca se ha cobrado su cuota de dolor y prepara otra maldad.

  Me extraña la sensación de paz que emana del semblante, como si sus últimas reflexiones estuviesen orientadas hacia el poder superior que gobierna el universo, en lugar de concentrarse en esa alimaña. ¿Para no darle el placer de que disfrute con su sufrimiento? Una última rebeldía, quizá.

  La boca está cerrada en una diminuta sonrisa. ¿Porque se aproximaba el final de la agonía? No sé, algo no encaja. Esperaba en su rostro un ataque de pánico congelado, esbozado con firmeza, o una mirada de terror inmortalizada por la muerte. Esta calma absoluta me desconcierta. Yo viví una experiencia similar aunque con distinto desenlace. Sé lo espeluznante que puede resultar ese engendro, no entiendo cómo ella ha mantenido la calma.

  Viéndola, una idea empieza a anidarme en la cabeza, como si fuese un implante cerebral: por la forma en la que he encontrado el mensaje en el que me citaba aquí, el psicópata debe de tener cómplices entre los enfermeros o los médicos.

  Imposible escurrirse en el edificio sin ayuda del personal hospitalario... 


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Telepsicópata.Where stories live. Discover now