4-¡Otra no, por favor! (#4ª etapa del desafío).

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  Desde que los investigadores tienen conocimiento del secuestro, revolotean alrededor de mí como mamás gallinas

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  Desde que los investigadores tienen conocimiento del secuestro, revolotean alrededor de mí como mamás gallinas. Por este motivo me sorprende que, mientras recorro el pasillo de mi planta, encuentre una cartulina sobresaliendo de una mesilla con ruedas. Tiene un dibujo, sin duda obra de Aroa, y escrito lo siguiente:

Tu amiga está bien y te manda esto. Te espero a las 18:00 hrs en la Playa Samil, al lado de la piscina de niños. Ven sola y no se lo digas a nadie o mato a esta otra perra.


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  ¿No podría ser un delincuente más normal? Por ejemplo, haber dejado una foto de ella sosteniendo un periódico de hoy. Como es lógico, me dirijo apurada hacia donde está Bouzas y se la entrego.

—No se preocupe, Patricia, hoy lo atraparemos —me informa, convencida.

  Y yo reflexiono sobre qué mente tan pobre tiene o, quizá, cansada por su trabajo cotidiano, repetitivo, que le impide recordar que todas estas comunicaciones obedecen a un simple juego, para hacerme sufrir más y más. Porque si no damos con él y algo falla, a la llegada de la noche Aroa será pasto de su furia, igual que las brujas ante el patíbulo, por la acción despiadada de los cazadores.

  Esther pone al tanto a sus superiores y, desde este instante, comienzan a montar varios operativos simultáneos para pillar al psicópata. Uno de estos planes me incluye: los médicos se ven obligados a darme el alta.

  Cerca de las seis de la tarde subo a mi coche y lo guío hacia el lugar que el asesino me ha indicado. Aparco y empieza la parte más difícil: la espera. Bajo y voy hacia la alberca. Camino una y otra vez de un extremo a otro, observando con desconfianza a la gente que se halla en el sitio, la mayoría infantes.

  Me encuentro tensa, deseando reunirme con mi amiga. Muy dentro de mí me cuesta creer que el desenlace sea tan sencillo. No siento miedo porque sé que hay policías plantados en toda la zona. Algunos, incluso, apuntando desde los tejados a los sospechosos que se me aproximan.

  El revuelo cerca de la piscina llama mi atención. Un aullido inmenso y desesperanzador, formado por los gritos de decenas de niños desesperados quienes, igual que diminutas lechuzas, anuncian una fatalidad. Llego hasta allí antes que nadie. Aroa flota boca abajo, su cuerpo deja un reguero de sangre cuyo olor se mezcla con el cloro del agua. 

  Tiemblo de pies a cabeza: el pelo rubio oscuro con mechas, decorado con caracoles, el vestido azul que lleva puesto, me indican que es mi compañera aunque no le vea el rostro. Ignoro cuánto tiempo lleva así, pero sea el que sea es culpa mía. ¡Qué tortura!

—Me han dado esto para ti —expresa una pequeña, alcanzándome una nota.

Tú la has matado. Te dije que no le avisaras a nadie, perra.

  El infortunio se cierne más sobre mí. Miro hacia el mar: la marea asciende, igual que mis pensamientos suicidas...


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Telepsicópata.Where stories live. Discover now