2- Incógnitas y más incógnitas (#2ª etapa del desafío).

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—No permitiré que vaya a trabajar, Patricia —expresa la policía nacional, mi sombra.

  Desde que se presentó hace dos noches y me dijo su nombre, Esther Bouzas, le cogí antipatía.

—Tenga la seguridad de que iré. ¡Sí o sí! Usted pretende taparme la boca y cambiar de manera irremediable mi vida —La enfrento, concentrando mi odio hacia el psicópata y volcándolo en ella.

—No puedo impedir que lo haga —Replica, con gesto molesto.— Pero necesito que entienda que mató a cinco chicas sin proporcionarnos ningún dato relevante. Esta comunicación con usted es la primera pista certera. La seleccionó para el juego, su sufrimiento le proporciona placer. Atendió la llamada en la casa de la víctima, en Madrid, y, desde ahí, se vino a Vigo. Averiguó su dirección, una incógnita que no hemos despejado, y todo para asfixiar a la joven en su hogar. Analizamos las cámaras de la autopista y los vuelos pero lleva tiempo, aunque creemos que condujo.

 Analizamos las cámaras de la autopista y los vuelos pero lleva tiempo, aunque creemos que condujo

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—¡Riesgo asumido! —exclamo, desafiante, preciso mantenerme atada a la normalidad.

  Al principio, en el call center, consigo engañarme. Además de trabajar en las pausas hacemos chistes, nos contamos historias. Excepto la del asesinato de la muchacha y de mi querido Apolo, como si negando la realidad los devolviese a este mundo.

 Excepto la del asesinato de la muchacha y de mi querido Apolo, como si negando la realidad los devolviese a este mundo

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  No obstante ello, casi en la mitad de la jornada mi coordinadora me anuncia:

—Patricia, tienes una llamada. Tu hermano parece preocupado. Cógela en mi oficina, creo que es urgente.

  Me dirijo hacia allí con rapidez. Imagino que alguien les ha informado de lo que sucedió y cómo me enredé en la investigación que tiene en vilo a toda España desde hace meses. Inmolada por una lotería siniestra que puso mi nombre en el bombo.

  Vuelvo a escuchar la voz gélida del extraño. La piel se me eriza: ahora sé que es un asesino múltiple y no un fanfarrón.

—Te dije que ibas a saber de mí —expresa, seco, y la amenaza latente provoca que el corazón me palpite más rápido.

—¿Por qué... —empiezo a preguntar.

  Pero él no me permite continuar y corta, dejando el suspenso en el aire, que hasta lo puedo olfatear a través de la línea.

  Sigo sin decirle nada a mis jefes y compañeros, a pesar de que el miedo me recorre como las ráfagas de un huracán. Con terquedad, me empeño en mantener nuestras rutinas.

  A la hora de la salida, mientras todos se retiran, una anciana me entretiene contándome sus enfermedades. Escucho por educación. Hasta que percibo que alguien me enreda el cable del casco alrededor del cuello. No puedo zafarme pero sí girar.

  Un hombre moreno, joven, me mira fijamente.

—Te encontré, perra.

  Y mientras pronuncia estas palabras me ciñe con crueldad. Me quedo sin oxígeno y las imágenes de insectos carroñeros gigantes se mezclan con cadáveres putrefactos, cementerios abandonados, pintalabios rojos, Apolo, gusanos removiéndose, autopsias, las notas que él me ha dejado y pegatinas de washi con diseños florales, de un verano que jamás llegará para mí.

    Su regalo: la muerte...


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Telepsicópata.Where stories live. Discover now