1. Te haré sufrir ( #1ª etapa del desafío).

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—Te voy a buscar y te haré sufrir, perra. No soporto que me interrumpan cuando cumplo con mi destino.

  Las cuatro en punto de la tarde, hora de mi descanso laboral y me entra esta llamada, como si fuese un intruso que golpeara a mi puerta.

  Creía que iba a ser la cruz de todo teleoperador. La típica conversación rutinaria que llega después de una inactividad prolongada, para fusilar, también, tu pausa. O de las que te cabrean por inoportunas y, además, porque te despersonalizan.

Mi nombre es Patricia García, llamamos de la compañía...

¡Qué pesada! ¡No quiero seguros! ¡Y no me jodas más, tía!

  El maleducado de turno que te interrumpe, bufando, y que te cuelga sin esperar a que le expliques que telefoneas para resolver su incidencia con Movistar. En esta ocasión la voz era plana y sin matices, como si hablara del pronóstico del tiempo: quizá por esto mismo arañaba las entrañas.

—Otro pirado más —susurro, poniendo el ordenador en pausa.

  La cafeína y las bromas de mis compañeros, consiguen que me olvide de todo, hasta arribar a casa.

  Allí, aprecio que en el porche me espera una caja con mi nombre y apellido. 


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  La cojo entre las manos y acaricio la superficie rugosa, desconcertada al no descubrir ningún sello o franqueo a máquina ni, tampoco, el logo de alguna empresa privada de mensajería. Solo mis datos escritos con un bolígrafo negro, que destacan sobre el material anaranjado.

  Traspaso la entrada. Camino pausada y la dejo encima de la mesilla. Apolo, mi bulldog, no ha venido a recibirme.

—Estará durmiendo —murmuro, para no despertarlo.

  Me tiro sobre el sofá, relajada, y lanzo un suspiro de placer. Pienso que el esfuerzo de hablar con extraños tiene esta recompensa: disfrutar del sabor de un té verde que pronto me haré, olfatear el aroma a canela del sahumerio, escuchar el tictac del cucú.

  De improviso, recuerdo el paquete. Reacia, me paro y lo cojo. Me percato de que desprende un olor metálico, como de mal presagio, mezclado con el perfume esperanzador de los libros nuevos. Lo abro con rapidez. 

 

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 Dentro aparece una pulsera de oro y brillantes, que me coloco en la muñeca, junto al reloj. Y una simple nota:

Tú has venido a mí, nuestros destinos están ligados. Espero que te guste mi regalo.

  Me desconcierto hasta que recuerdo a Alexander, el chico con el que salgo. Imagino que él ha elegido esta forma pintoresca para demostrarme su interés. Le devolveré el obsequio, se nota que es caro.

  Pero al entrar en el dormitorio, cargando la bandeja con la taza y un sándwich de queso, el corazón se me paraliza. Encima de la cama, abrazada a Apolo, hay una desconocida. Los labios pintados de rojo y, con el mismo carmín, le han escrito en la cara: 

Te voy a buscar y te haré sufrir, perra.

  Su vestido escarlata cae como sangre coagulada. La piel le brilla, embadurnada en aceite. ¡Y mi mascota! ¡Han matado a Apolo!... Ambos están muertos.

 Ambos están muertos

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Telepsicópata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora