—¿A qué te refieres?

     —Esto va a sonar mal pero... Ayer cuando me tocaste sentí algo extraño. Sentí placer. No sé qué ocurrió exactamente pero tus manos me ocasionaron una sensación grandiosa, es como si cada vez que tocaras lograras esa sensación en mí. Me sentí con ganas de seguir toda la noche pero tú... te desvaneciste.

      ¿Él podía confiar su secreto a ella? Era la única cuestión qué se presentaba en su mente.

     —Me sentía mal y apenas toqué la cama me adormecí.

      —Eso lo entiendo, claro, a mí me ha ocurrido... pero tu reacción fue instantánea. Creo que me estoy volviendo paranoica pero es cómo si tú lograras aliviarme. Eres mi ángel guardián, el que me cura de todo mal.

     —Yo no soy un ángel —dijo el chico a la defensiva. Tomó la manija de la puerta, listo para escapar como siempre lo hacía.

    —Nadie lo es.

     Pero no tuvo tiempo para escapar. Ella se acercó a él para besarlo y él respondió. Giovanni mantuvo sus manos alejadas de ella, pero con cada movimiento de ella para acercarse a él se le hacía casi imposible no tocarla. Su poder no funcionaba si ella no poesía nada qué curar.

     Por su mente cruzó la idea de qué podía tocarla porque hace dos noches la había curado, pero podría tener algún dedo lastimado, los tobillo hinchados por el trabajo, un dolor de cabeza, un espinilla escondida, una mínima cosa que podría activar su poder. Así que se alejó de ella antes de que fuese muy tarde.

     —Tengo que irme —dijo mientras abría la puerta del auto —. Gracias por el aventón. Buenas noches.

      —Buenas noches —susurró Sylvia antes cerrar la puerta y caminar por el camino de tierra hasta su casa.

     Mientras caminaba se regañó a si mismo por actuar de esa manera. Volvió la mirada y allí seguía el auto de Sylvia estacionado. Tal vez ella estuviera analizando la situación o tal vez se estuviera echando toda la culpa que lo ocurrido. Ella no era culpable, era él por ser tan cobarde.

     Corrió los metros que le quedaban para entrar en su casa. Cerró la puerta a su espalda de un golpe. Y cayó sentado allí mismo. Se golpeó la cabeza mientras se insultaba por lo tonto que había sido su actitud. Casi podría escuchar la voz de Sylvia diciéndose lo mismo que él se decía en aquel momento.

     —Idiota. Idiota. Idiota.

     —Oye, Giovanni —le llamó su madre —. Necesitamos hablar. Lo he pensado y quiero contarte por fin.

     Giovanni se levantó del suelo rápidamente y siguió el sonido de la voz de Paris Sprouse. La anciana estaba sentada en el sofá mirando por la ventana al cielo. Un verdadero espectáculo. El chico sabía exactamente de qué se trataría la charla.

      —¿Me dirás quién me otorgó esta maldición?

     —Bendición —corrigió su madre —. Y yo quiero hablar de tu padre, Marc. Al fin y al cabo, son la misma persona.

      —Lo sospechaba pero necesitaba que me lo aseguraras.

     —Él te amaba mucho —dijo su madre con un hilo de voz. Giovanni rápidamente se sentó junto a ella en el sofá y la abrazó mientras ella seguía hablando —. Él, como tú, sabía todas las consecuencias de mi embarazo. Me ibas consumiendo poco a poco, y con mayor frecuencia necesité de su don para no morir. El día del parto, él tomó mi mano en todo momento para no morir dando a luz.

     Giovanni se imaginaba la escena en su mente. Aunque no podía imaginar a su padre ya que no tenía ni una sola foto de él.

     —Naciste en la granja donde vivíamos en aquel tiempo —dijo ella despejándose las lágrimas y mirando al cielo —. Al terminar el labor de parto, yo rompí en llanto porque habías nacido muerto, Giovanni; además, Marc estaba, placenteramente, durmiendo justo a mi lado. Cuando él despertó me miró llorando con tu cadáver entre mis brazos. Él me besó en la frente y me dijo que nos amaba. Luego te tomó entre sus brazos y tocó tu corazón.

     Cuando la primera lágrima recorrió la mejilla de Giovanni, este se sorprendió.

     —Yo me quedé sentada llorando —continuó su madre —. Y tus llantos me detuvieron. Marc estaba sentado apoyado de la pared contigo entre sus brazos. Él estaba muerto y tú estabas vivo.

     —Por eso soy una maldición.

     —No, eres la única persona que pudo llenar el espacio que Marc dejaba, eres la bendición que me salvó. De pequeño, curabas todo y luego te dormías. Cuando creciste fue más complicado evitar que tocaras las cosas... y así, los vecinos sospechaban fácilmente. La única maldición de tu grandioso don fue que no encajabas en ningún lado.

     —Dios y el diablo me basaron...

     —Dios y el diablo te besaron —repitió Paris. Ella levantó la mano hacía la ventana —. Sé que una vez me dijiste qué las estrellas eran la misma cantidad de experiencias de la vida que te faltan vivir... pero para mí y para tu padre, las estrellas eran la misma cantidad que la esperanza de vivir. Tu padre vivió ciento seis años, ahora te toca a ti. Ten esperanza de vivir. Disfruta mientras esperas al amor. Porque esa situación es un siglo, todo vuelve a empezar cuando te enamoras.

     —Madre —dijo Giovanni mientras buscaba con su mirada a la de su madre —. No sé si así se siente estar enamorado pero creo que me gusta Sylvia Seyfried. La he besado en dos oportunidades, y ambas la he cagado. Primero me quedé dormido y ahora la dejé sola en el auto.

     Paris le apretó la rodilla y se levantó.

     —El amor es complicado pero hermoso.

La Maldición del BenditoWhere stories live. Discover now