—Soy normal —le aseguró a su reflejo.

     Salió de su casa antes de que su madre le pidiera que se quedara y no fuese. Pocas veces salía de su casa. Cuando lo hacía, en su mayoría, era de noche para evitar algún encuentro fortuito con algunos de sus vecinos.

     Llegó a la Tienda Deportiva Seyfried donde comenzaría a ser normal. Al entrar, nadie se fijó en él. Hasta que vio a Ed Seyfried, la persona con la que había hablado la última vez que tuvo allí. Se acercó a Ed y llamó de su atención colocándole la mano sobre el hombro.

     —¡Por fin llegas! —dijo emocionado —. Hoy llegó nuevos productos, mi hermana los está examinando para que no vengan defectuoso o para que vengan completos, luego tenemos que llevarlo al almacén del primer piso. Vamos, te llevaré para atrás.

     Caminaron detrás de la recepción de la tienda y entraron a una puerta que a simple vista no podía localizarse. La puerta la abrió un hombre moreno al salir.

     —Oye, Camilo, te presentó al joven de quién te hable ayer.

     —Un gusto, mi nombre es Camilo Renner —el joven moreno levantó la mano para estrechársela a Giovanni, al instante este no supo cómo reaccionar. Las pocas veces que había tocado a alguien sentía esa sensación de placer y luego de agotamiento, ¿le podía ocurrir algo en ese momento? Lentamente acercó su mano y se sorprendió de que no sucediera nada. Se sintió normal.

     —Giovanni Sprouse.

     Al entrar por la puerta escondida, Giovanni notó que el lugar era más grande de lo pensaba. La puerta llevaba a un pasillo que terminaba en la parte trasera de la tienda y también llevaba a unas escaleras para subir al primer piso.

     Ed caminó enfrente de él por el pasillo hasta llegar a la parte trasera de la tienda. Allí estaba un camión con unos hombres descargando unas cajas mientras una chica, peligrosamente hermosa, les indicaba dónde colocar las cosas.

     Cuando la chica se volvió, Giovanni pudo notar el parecido tremendo entre ella y Ed. Ambos tenía el cabello negro, la piel blanca y los míos ojos cafés. La chica se acercó a ambos chicos y miró a Giovanni con el ceño fruncido.

     —¿Eres Giovanni Sprouse? —preguntó un tono severo. Giovanni asintió lentamente —. ¿Qué esperas para ayudar a llevar las cajas adentro?

     —Por lo menos da una buena primera impresión, Sylvia —le regañó Ed.

     —Estoy un poco estresada en este momento —le aseguró Sylvia agitando unos papeles que llevaba en la mano —. Las pesas no son las que pedimos, y tres de cada cinco balones llegaron con hoyos.

     —Vamos, Giovanni, te ayudaré mientras conversamos —dijo Ed acercándose a una de las cajas más pesadas. Sin pensarlo dos veces, Giovanni se acercó al otro lado de la caja y entre los dos lo llevaron adentro. La peor parte fue subirlo por las escaleras —. Ella, naturalmente, es amable y divertida. Abrimos la tienda a las nueve de la mañana, tienes dos horas para almorzar y todo lo que quieras, luego reabrimos a las tres de la tarde hasta las seis de la tarde, ¿no tienes ningún inconveniente?

     —No, claro que no.

     —Me alegra escuchar eso —dijo mientas bajaban a por otra caja —. Mayormente, mi hermana y Camilo son los vendedores, yo estoy en la vitrina de pago, teníamos a Luis que se encargaba de todo lo referente al almacén, pero cómo no puede seguir ahora te tenemos a ti. Casi no haces nada.

     —¿Tú y tu hermana son los dueños?

     —Yo soy el dueño. Yo invertí la parte de mi herencia en esta tienda, ella trabaja para mí pero parece mi jefe. No le puedo reclamar nada porque se altera y me manda a la mierda —Ed se detuvo un momento y se volvió a verlo —. Bienvenido al trabajo. Espero que des lo mejor de ti.

     —Eso haré.

     Los minutos se convirtieron en horas, y las horas en días. Poco a poco, Giovanni, se fue adaptando a una vida normal. La primera semana fue agotadora porque tenía que llevar cosas de arriba abajo, y de abajo a arriba; a la final, Sylvia le indicó que se aprendiera algunos precios y hasta terminó limpiando las vitrinas con limpiavidrios y periódico.

     Ed tenía razón en algo, con el pasar de los días Sylvia se volvió más agradable. Todo se volvió tan sencillo para Giovanni, una persona que no había hecho vida social nunca en sus cincuenta años de vida.

     —Tengo una duda existencial —le indicó Sylvia un tarde antes de cerrar. Se encontraban todos cerca de la vitrina de pago —. ¿Qué edad tienes?

     —Veinte —respondió automáticamente como siempre lo hacía.

     —Yo tengo otra —Camilo frunció el ceño —. ¿Por qué tu cabello siempre se ve tan rejuvenecido? Además, puedo asegurar que era más corto cuando llegaste esta mañana.

     —No lo sé —Giovanni se encogió de hombros apenado como siempre hacía cada vez que lo cuestionaban —. No uso nada.

     —Suertudo —dijo Sylvia.

La Maldición del BenditoWhere stories live. Discover now