La Orden del Fénix

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- ¿Por qué habrían de? – preguntó ella con la voz temblorosa – ¿están bien?

- Es algo que no puedo precisar – informó Dumbledore.

- ¡¿Cómo que "no puede precisarlo!?, ¡Dígame que sucede! – bramó ella poniéndose de pie. Sirius imitó su reacción y la tomó de los hombros con cuidado, intentando que volviera a sentarse.

- Por favor, Isadora, primero necesitas escuchar – pidió el director – Vincent y Ágape son miembros de la Orden del Fénix, supuse que te lo habrían mencionado, somos un grupo grande, formado por personas que efectivamente buscan la caída de Voldemort. Ellos debían de presentarse en una reunión esta mañana, pero fuimos a tu casa y no hay noticias de ellos, de verdad lamento decir esto, pero por el momento se encuentran desaparecidos. Ya eres mayor de edad y no voy a ahorrarte detalles, es peligroso en estos tiempos estar del lado bueno, el Señor Tenebroso sabe de la existencia de la Orden y busca disolverla. Creemos que – hizo una pausa como debatiéndose en qué decir – está buscando información de directo de la fuente.

- Es una sutil manera de decir los secuestraron para sacarles información, Profesor – respondió ella con frialdad – debo encontrarlos – determinó poniéndose de pie nuevamente.

- Es imperativo que estés segura – respondió Dumbledore – no debo retenerte aquí, pero lo considero necesario, sólo serías una herramienta para él. Si te encuentra a ti, tus padres tendrían que revelar los secretos de la Orden...

- ¡¿Qué se supone que haga?! – gritó llorando histéricamente - ¿Que espere?, ¿Me está diciendo que morirán de todas formas?, ¿Es eso?

Isadora se encaminó hacia la puerta con prisa mientras buscaba la varita en el bolsillo interno de la campera de verano que llevaba. Sirius la alcanzó antes de que llegara a la puerta y la rodeó con los brazos impidiendo que se fuera, al mismo tiempo, la puerta se abría, la profesora McGonagall entró por ella con los ojos vidriosos, detrás de ella Lily, Remus, James y Peter llegaron y se quedaron parados mirando a la pareja sin decir nada. Minerva negó con la cabeza a Albus, quien fijó la vista en el suelo y luego en el fénix que colgaba de una percha. Cuando un patronus con forma de comadreja entró en la habitación y dejó el mensaje, ya no quedaron dudas.

- Lo lamento – se limitó a decir Dumbledore – eran dos miembros muy valiosos de la Orden.

- ¡Es mentira!, ¡Tengo que ir a buscarlos!, ¡Sirius, suéltame! – vociferó la pelinegra mientras las lágrimas no cesaban de caer. Sus gritos alertaron a todo el grupo y Lily se acercó con los ojos llorosos, sumándose a contenerla en un abrazo, pues su amiga intentaba librarse de los brazos de Sirius que no la dejaban escaparse. Instintivamente Remus, James y Peter hicieron lo mismo. Sintió un gran nudo en el estómago y la sensación de que algo dentro de ella la abandonaba para siempre, un vacío espantoso que parecía quemarle iba ganando más y más lugar en su cuerpo. Pasados unos largos segundos ella dejó de sacudirse de un lado a otro, aceptando que no la dejarían irse a ningún lado por mucho que intentara deshacerse de ellos. Los gritos se convirtieron de a poco en temblores y débiles quejidos, hasta que sólo Sirius la sostenía, ambos sentados en el suelo, ella con el rostro oculto en el pecho del muchacho y él acariciando su cabello con serenidad. En ese momento Alice, Frank y Alaric, entraron en la habitación. Sin saber mucho que hacer se quedaron junto a los demás.

Isadora se levantó lentamente del suelo y detuvo la mirada en su profesor.

- Quiero entrar – requirió con los ojos hinchados y enrojecidos – Soy mayor, puedo hacerlo.

- No te lo iba a negar – respondió el anciano con docilidad.

- Y quiero que me lleven con ellos, saben dónde están, ¿Verdad?, quiero saber qué sucedió – exigió.

- Hay cosas sobre la Orden que debo explicarte antes – Dumbledore retomó su paseo de una punta a otra del escritorio.

En cuanto el director terminó de explicar las características más generales de la Orden, se hicieron unos segundos de silencio.

- De acuerdo – dijo Sirius – lo haré yo también – Rodeó a su novia con un solo brazo y le dejó un suave beso en la sien.

- Nosotros también – agregó Remus. James Peter y Lily asintieron enérgicamente. Los tres restantes dieron un paso al frente.

- También lo haremos – dijo Alice. En ese momento Isadora juró que lo único que la sostenía de pie era Sirius, pues sus piernas estaban lejos de funcionar.

- No tienen que hacerlo, chicos...

- No cambiaremos de opinión, ni lo intentes – dijo James con una sonrisa amable.

La muchacha resolvió que era inútil pedirles a sus amigos que se arrepintieran, no intentaría persuadirlos, sólo quería ver a sus padres cuánto antes o al menos lo que los mortífagos le habían devuelto. Se le revolvió el estómago de sólo pensarlo, la fuerza de sus piernas la abandonó por unos segundos y tuvo que aferrarse a Sirius para no desplomarse. Pero no podía quedarse allí, no importaba el estado en el que se encontrase. Poco a poco el dolor fue convirtiéndose en resentimiento, por un momento deseó tener a Voldemort y todos sus seguidores frente a ella, deseó poder matarlos a todos a la vez con una sola maldición asesina. Se apresuró hacia la salida del despacho. Dumbledore intentó retrasar su partida.

- El expreso de Hogwarts saldrá en unas horas – le recordó – creo conveniente que lo esperes. – Isadora miró por encima del hombro a su profesor y luego de meditar unos segundos asintió con un hosco cabeceo al mismo tiempo que la profesora McGonagall abandonaba la habitación. – Isadora – dijo Dumbledore logrando que la muchacha deje de darle la espalda – Creo que no deberías quedarte en tu casa estos días.

- No le tengo miedo a los mortífagos, profesor. – replicó con brusquedad, pues no podía evitar molestarse con Dumbledore

- No es lo que he dicho – Albus la miraba con curiosidad – Pero son impredecibles, y no tienes por qué facilitarles el trabajo, en caso de que se les ocurra hacer más daño.

- El profesor Dumbledore tiene razón, Isa – señaló Remus con timidez – puedes quedarte con cualquiera de nosotros.

- Quédate conmigo – solicitó Sirius. – es eso o tendrás que aguantarte que acampe afuera de tu casa hasta que accedas – bromeó intentando, con éxito, que ella al menos le devolviera una sonrisa apagada.


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Sirius Black: el velo de la muerte¹Where stories live. Discover now