C i n c o

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Dos semanas.

Ese es el tiempo que ha pasado desde mi último y desagradable encontronazo con el psicópata de en frente. Mary vino a buscarme al día siguiente con cualquier excusa que no llego ni a recordar para pedirme disculpas por el comportamiento de su nieto.

"-Siento mucho lo de anoche, Abby. - Me da una mirada de arrepentimiento. - Alex es un encanto pero es demasiado protector. - Disimulo mi desacuerdo y bebo un poco de té. - Sé que no fue tu intención, pero tocaste un tema bastante delicado y él se puso a la defensiva".

Demasiado protector. Debe ser el nuevo término para decir que está como una puñetera cabra.

Cuando los conocí, casi sentía pena porque una mujer tan agradable como Mary tuviera que soportar continuamente a alguien como él pero no parece tener ningún problema con ello. En realidad, Alex no parece tener problemas con nadie excepto conmigo, trabaja de cara al público y por lo poco que he podido observar sin que él se de cuenta, en general es agradable y simpático. Siempre que vuelve tiene que pararse varias veces en la calle porque alguien interrumpe su camino para saludarlo. Sí, se podría decir que Alex es un tipo normal y corriente, educado y perfecto generador de sonrisas falsas, como la inmensa mayoría de los ingleses.

Lo es. Con todos, menos conmigo, lo que me lleva a pensar que es algo personal. Y, sinceramente, estoy poco acostumbrada a esto. No es que suela caer bien, es que, simplemente, la mayoría de las veces he sido invisible. Tengo mis amigos, sí, esos típicos que son desde pequeños, y a los que sigo viendo cuando voy de regreso a Irlanda; pero, en general, aparte de eso, nunca he sido muy popular, ni para bien ni para mal. Además, los ingleses están demasiado educados en los buenos modales, lo que implica dos cosas: que nunca te van a decir algo de frente y que, si tú lo haces, se van a ofender terriblemente. Algo que me hizo rodar los ojos y frustrarme en más de una ocasión cuándo llegué.
Y, por eso, entiendo aún menos la actitud de Alex, un tipo que no puede ser más inglés.

Ni más imbécil.

Me detengo un instante en mitad de la plaza para abrir la mochila y meter la compra en ella, mucho más cómodo. Odio comprar. No lo haría si no fuera necesario para vivir. La cierro y estoy a punto de ponérmela en mi espalda cuando alguien me da un toque en el hombro. Me giro para encontrarme con una gran sonrisa.

Derek.

Sonrío involuntariamente y termino de ponerme cómoda con mi nueva estrategia de cargar las cosas.

-¿Qué tal? Hacía tiempo que no te veía. - Comentó a modo de saludo. Él sonríe y se rasca la nuca.

-He estado fuera unos días. - Asiento. - ¿Tú qué tal? - Me paro un instante a pensarlo.

Nunca he necesitado demasiada gente a mi alrededor, de hecho, creo que me muevo mejor en la soledad pero, también he de decir que, desde que vivo aquí, echo de menos alguien con quién conversar. Alguien que no me mire como si me hubiera salido una segunda cabeza.

A todo este estúpido pueblo parece extrañarle mi presencia a excepción de Derek, que actúa con naturalidad.

-Bien. - Contesto por fin.

-¿Has escrito mucho? - Tuerzo el gesto y desvío la mirada. Él suelta una pequeña carcajada. - Me tomaré eso cómo un no. - Doy un suspiro de frustración.

-No me lo recuerdes. Creía que venirme a pueblo tan pequeño y aislado me iba a servir para inspirarme y concentrarme pero... - Dejo la frase en el aire. - ¡Por dios, ni siquiera hay cobertura en la mayoría de lo sitios! - Intenta disimular una carcajada para no ofenderme. Tengo la tentación de decirle que no se preocupe, que no me va a ofender.

El Secreto de GreenwoodWhere stories live. Discover now