C u a t r o

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El crepúsculo comienza a amenazar el día. No es que haya sido precisamente soleado, de hecho, lleva lloviendo tres días y ha parado hace unos minutos. Entra el relajarte olor a lluvia por la ventana pero no me hace sentir mejor. Aquí parece que estoy en tensión constante, incapaz de desconectar del todo. Doy un largo suspiro, se supone que vine aquí a trabajar y estoy haciendo de todo menos eso. No hago más que distraerme y dejar llevar por las malas pasadas que me juega mi mente. Frunzo los labios, cabreada y llevo mi vista a la bandeja de magdalenas de Mary, aún sin tocar. Y no sé si lo haré. Soy más de salado que de dulce, el único que tolero y, además con muchas ganas, es el chocolate. No puedo resistirme a un buen chocolate. Igual debería pasar las magdalenas a una bandeja y llevársela, para que no piense que soy una desagradecida. Sigo escudriñando mi propia cocina hasta llegar al paquete marrón que, por alguna extraña razón, aún sigue aquí. No he podido deshacerme de él y algo se encoge en mi estómago cada vez que lo pienso.
Lena Marston.
Por más vueltas que le doy, no me dice nada y al mismo tiempo, parece que quiera decirme algo. Repaso con mis dedos el nombre. Tal vez, debería preguntarle a Mary. Si esa mujer vivió aquí, ella tiene que saberlo. O, tal vez, debería olvidarme de ello y ponerme a escribir, que es para lo que realmente he venido. Apartó el paquete de mi vista con brusquedad y miro por la ventana, buscando inconscientemente los ojos verdes de Alex. No puedo evitar dejar escapar un suspiro de alivio cuándo veo que no está.
Suelto el vaso en la cocina y me dispongo a recoger, no sin antes dejar que la voz de Ed Sheeran resuene por la habitación. Tarareo Castle on the hill mientras termino de guardar los cacharros y finalmente hago lo que pensé en un principio. Paso las magdalenas a una bandeja y friego la de Mary. Se la llevaré esta noche y le agradeceré el gesto. Se lo devolvería, pero la verdad es que no soy buena repostera. Eso mejor se lo dejo a ella. Cojo uno de los dulces, tiene una pinta, con una capa de crema por encima y parece esponjosa. Pruebo un bocado y tengo que reconocer que, para no ser de chocolate, no está nada mal aunque probablemente estén más buenas recién hechas.
Lavo la bandeja con mimo y la seco.
Hora de ser amable. Nunca es que haya sido demasiado buena en materias sociales pero tampoco soy una ermitaña. Debo reconocer que disfruto la soledad, el silencio. Me proporciona paz, me deja volar la imaginación, darle rienda suelta a la palabrería sobre un folio en blanco, ¿qué puede haber mejor que eso? Sí, es genial pero aun así también sé disfrutar de la buena compañía. Aunque, en este caso, aún estoy decidiendo si mis adorables vecinos son una buena opción.
Meto la bandeja en una bolsa y salgo de la casa, sintiendo el olor a lluvia de pleno, abriendo mis pulmones. Me encamino hacia la puerta de Mary y llamo sin pensarlo dos veces, con la esperanza de que cierto chico no esté.
Escucho sus pasos detrás de la puerta y noto una mala sensación que solo hace confirmarse cuando Alex me abre la puerta. Disimulo la tensión con un suspiro desganado. Hoy no me apetece tener conversaciones incómodas ni que me planteen enigmas que no puedo resolver. Lleva una camiseta azul marino y unos pantalones vaqueros.
Me escudriña de arriba abajo, como si fuera la primera vez que me ve. Tengo el impulso de mirarme a mí misma para asegurarme que no llevo nada raro. No, no lo llevo. Vuelvo a mirarlo y me lo encuentro con un extraño brillo de diversión cruzándole los ojos. Decido acabar con esto rápido.
-¿Está Mary? - Enarca una ceja, mirándome inquisitivamente.
-Hola a ti también, Abby. Siempre es un placer verte. - Dejó escapar un gruñido que no oculta mi impaciencia. Y tampoco pretendía hacerlo.
-¿Está o no? - Sonríe imperceptiblemente y niega con la cabeza.
-Lo siento, te tendrás que conformar conmigo. - Genial.
-Dale las gracias de mi parte. - Le espeto bruscamente mientras le pongo la bolsa con la bandeja delante de sus narices. - Estaban muy buenas.
En cuánto coge la bandeja, me doy media vuelta, sin intención ninguna de seguir perdiendo el tiempo.
-¿En serio? - Lo oigo decir a mi espalda. - Qué raro. Juraría haberte visto pasar las magdalenas a una fuente. - Me doy la vuelta, con pocas posibilidades de disimular mi asombro.
-¿Qué? - Pregunto, dándole la posibilidad de explicarse o de retractarse.
Me regala una sonrisa cargada de egocentrismo, satisfecho al ver que ha conseguido que me quede.
-¿No te gusta el dulce, Abby? - Entrecierro los ojos, como si observarlo fijamente me fuera a dar la respuesta a las innumerables preguntas que se están formando en mi cabeza. ¿A qué demonios está jugando?
Me fijo en la ventana de mi cocina durante unos segundos, totalmente atolondrada.
-¿Me estabas espiando? - Mi voz se vuelve más aguda al final de la pregunta, como si tratara de demostrar mi indignación. - Deja escapar una risita que me eriza la piel. Y no sabría decir si es bueno o malo.
Este tío me da escalofríos.
-Eres más de salado, ¿verdad? No sé por qué pero lo suponía aunque me ha confundido el hecho de que te he visto comer chocolate más de una vez.
Doy un paso atrás y me paso una malo por el pelo. Él parece estar divirtiéndose de lo lindo con su verborrea. ¿Tendrá alguna enfermedad mental o algo así? O tal vez es un psicópata que se divierte con la nueva del pueblo.
No sé qué opción me gusta menos.
-Eso es aterrador. - Declaro por fin aunque, por mi tono, parece que me da más rabia que miedo.
Cierro mis manos hasta convertirlas en puños para no desvelar el temblor de éstas. De enfado, de miedo o tal vez de algo que no sé explicar.
-Cualquier chica diría qué es romántico. Ya sabes, que un chico se fije tanto en los detalles como para... - Debe estar tomándome el pelo.
-Da grima. - Le interrumpo. Esa misma sonrisilla pretenciosa vuelve a tirar de las comisuras de sus labios.
-Tú deberías entenderlo mejor que ninguna, eres escritora. Escribes cursilerías, historias inverosímiles en las que se hace cualquier cosa por la otra persona.
-Ninguno de mis personaje tiene una enfermedad mental. - Suelto sin pensar y me dan ganas de darme un guantazo a mí misma. Si es verdad que la tiene, mi contestación no le va a gustar absolutamente nada. Abro la boca para suavizar mi argumento pero una sonora carcajada por su parte interrumpe lo que fuera a seguir.
Es la primera vez que le veo todos los dientes, muy blancos por cierto, y es desconcertante. Porque no sé si realmente le ha hecho gracia o me debo preparar para el próximo ataque. Quizás, ambas. Me mira durante unos segundos, con la amplia y peligrosa sonrisa pintada en la cara.
-¿Crees que tengo una enfermedad mental?
Sí, lo pienso. Me encojo de hombros, restándole importancia a la situación.
-Lo parece. Aunque, si te soy sincera, parece más cosa de Greenwood. Es como si el pueblo sufriera una especie de histeria colectiva. - No sé que estoy diciendo. Pero Alex me pone nerviosa y, cuando eso pasa, tiendo a no decir una palabra o a decir estupideces. - Así que, supongo que te viene de serie. - Concluyo, trabándome cada vez más con mis propias palabras.
Cualquiera diría que soy escritora. Eso es un estereotipo que me aburre de sobremanera. Cada persona que ha leído mis libros, piensan que soy romántica, observadora y que dios, o quién sea, me bendijo con el don de la palabra.
Nada más lejos de la realidad, puede que sepa dar rienda suelta a mi palabrería sobre un papel en blanco, pero en persona tengo la habilidad social de una piedra. Y más si tengo a Alex delante, que es tan siniestro que parece sacado de La Matanza de Texas. Me pregunto si estará preparando su siguiente jugada. Y si yo estaré involucrada en ella.
-Todo el mundo padece de un poco de locura; si no, el mundo sería de lo más aburrido. - No sé por qué me da la sensación de que esta absurda conversación es más trascendente de lo que parece. Pero, de todos modos, ¿qué demonios hago filosofando sobre enfermedades mentales con el pirado de enfrente?
Estoy a punto y lista para rebatirlo cuando una tercera voz, mucho más dulce y amable, se me adelanta.
-Oh, Abby, estás aquí. - Miro en dirección al sonido solo para confirmar lo que mi mente ya sabe. Mary. Sonrío cordialmente. - ¿Qué tal estás? ¿Se te ofrece algo?
Niego con vehemencia.
-No, Mary. Solo pasaba a agradecerte las magdalenas. Estaban buenísimas. - Una risa mal disimulada brota de la garganta de su nieto. No me molesto en mirarle.
La adorable mujer esboza una sonrisa limpia y sincera.
-Me alegro de que te gustaran, cariño. - Nos quedamos en silencio unos segundos, tiempo que yo aprovecho para empezar a formar una excusa en mi mente para retirarme. - ¿Por qué no te quedas a cenar? He hecho lasaña y, aunque mi nieto suele comer por dos, dudo que incluso él pueda acabarse toda la que he preparado.
Oh, no.
Le ofrezco mi mejor sonrisa de disculpa.
-Lo siento, Mary pero...
-Oh, vamos, no acepto un no. Me encantaría conocerte un poco más. Al fin y al cabo, no todos los días una le alquila una casa a una escritora famosa. - Emite una risita nerviosa.
-De verdad, Mary, que te agradezco la invitación pero...
-Vamos, Abby. No acepta un no. Acabarás antes si te quedas. - La burla que destila su tono se podría vislumbrar a kilómetros de distancia. Choco con sus ojos verdes, furiosa, solo para perderla un segundo después.
-Pero...
-Oh, venga, vamos, que está empezando a llover.
Mary da por terminada la conversación y prácticamente me empuja hacia su casa. No es hasta que cruzo el umbral de la puerta cuando me doy cuenta de dos cosas: la primera, que ambas casas son prácticamente iguales, con el mismo aire rústico y un mobiliario casi idéntico; la segunda, es que fuera hace un frío tremendo que apenas he notado hasta que me ha invadido el calor de esta casa. Supongo que estar en constante tensión anula mis sentidos más básicos.
Mary me guía hasta el acogedor salón y me pone una copa de vino blanco en la mano sin preguntarme nada. Ni siquiera si me apetece. Enciende el horno mientras me habla de lo que le gusta cocinar, de lo que le gustaba preparar recetas para su difunto marido y de lo sola que le dejó cuando se marchó. No menciona su muerte pero entiendo que ha fallecido. De todas formas, no me atrevo a preguntar, parece como si lo tuviera muy reciente.
-Un momento, cariño, voy a soltar esto arriba. - "Esto" es una caja de cartón completamente sellada. - Son algunos libros que a los que no consigo dar salida. - Sonríe cortésmente mientras le doy una mirada de disculpa, sintiéndome un poco violenta por haber parecido demasiado curiosa.
Me quedo en silencio, ligeramente incómoda por estar en una casa que no es la mía, bebiendo un vino que no he pedido y escuchando historias cuyos protagonistas son desconocidos.
-La muerte del viejo Rick sigue siendo un tema duro para ella. - Casi me atraganto cuando escucho la voz de Alex, al que había perdido de vista desde que me vi obligada a entrar en esta casa.
-Ya, bueno, si no hace mucho tiempo... - Comentó estúpidamente. Frunce ambas cejas, mirándome como si fuera tonta.
-Hace algo más de 15 años. - Me aclara. - De hecho, casi no tengo recuerdos de él.
-Supongo que cada uno guarda el luto que cree necesario. - Respondo sin pensar.
-¿Tú crees? - Inquiere en un tono intenso, como si quisiera ir más allá de lo que realmente me estás preguntando.
¿Por qué todas nuestras conversaciones, por llamarlo de algún modo, son así?
-Sí, lo creo. - Bebo un sorbo de vino. - Nadie debe decidir por ti el tiempo que necesitas para recuperarte de algún acontecimiento. - Asiente, con la mirada perdida y los labios apretados.
-¿Alguna vez has pasado por algo así? - Hace una pequeña pausa y carraspea. - Ya sabes, algo como la muerte de alguien cercano.
-No. - Contesto casi inmediatamente. - Soy afortunada en ese sentido. - Concentra su mirada en mí, como si estuviera intentando descubrir si estoy mintiendo.
No lo he hecho pero, de todos modos, ¿a él qué más le da?
Sin mediar palabra, da media vuelta y sale de la cocina, justo cuando Mary vuelve con las manos vacías y la sonrisa en su cara. No me da tiempo a reflexionar sobre el extraño comportamiento, uno más, de su nieto porque ella vuelve a captar mi atención enseguida, hablándome del tal Rick. Yo asiento de vez en cuando, dando a entender que le sigo la conversación.
-¿Y tus hijos? - Menciono de pronto, dejándola muda por unos largos segundos. Debí haberme callado.
Su expresión se torna triste, con una pizca de amargura, como si hubiera tocado un tema difícil y espinoso. Me muerdo el labio, reprendiéndome internamente por atreverme a preguntar sin penar. Ella junta las manos delante suya, cómo si estuviera intentando sacar fuerzas para responder y sus ojos se vuelven casi vidriosos.
-Oh, querida, es un tema un poco difícil. Solo teng... Tenía uno, el padre de Alex. - Me resulta extraño que se refiera a él como el padre de su nieto, sin mencionar su nombre. - Pero es complicado, cielo. - Insiste, haciendo crecer mi curiosidad.
-Sí, Abby, es complicado. Será mejor que no te metas en asuntos que no te conciernen. - El tono gélido de Alex a mi espalda hace que un escalofrío me recorra la espalda.
-Alex. - Le reprende Mary, adoptando una pose seria.
-Solo digo que es mejor que busque historias para sus putos libros en otro lugar, sino quiere crear una situación incómoda. - El tono es tan afilado que corta.
Me doy la vuelta para enfrentarlo. Sé que yo tengo la culpa por ser tan curiosa pero tampoco veo motivo para que se comporte como un gilipollas.
-¿Cómo la que estás creando tú ahora, dices? - Pregunto en su mismo tono. El aprieta la mandíbula y me da una mirada dura como el acero, listo para contraatacar.
-Vamos, vamos, chicos, dejemos el tema. - Interviene Mary. Alex va a hablar de nuevo pero ella no lo deja. - Alex, ¿has puesto la mesa cómo te dije? - Éste asiente, quedándose con la palabra en la boca. - Bien, vamos a comer, que ésto se enfría.

La tensión va desapareciendo gradualmente a medida que Mary habla. Es la única que parece tener ganas de mantener una conversación banal e insustancial, cosa que agradezco. Me llevo el vino a los labios, aún no he acabado ni la primera copa y saboreo un trozo de lasaña. La verdad es que está buenísima. No estoy acostumbrada a comer comida casera desde que me independicé ya que no se me da demasiado bien ni me molesto en aprender.
-Oye, Mary, ¿sabes si podría poner una línea de Wi-fi aquí? No es que sea una adicta, pero no me vendría mal para comunicarme con... - Alex suelta un bufido y yo ruedo los ojos.
No puedo abrir la boca sin que él haga algún gesto despectivo.
-Ni siquiera hay cobertura. - Espeta sin retirar la mirada del plato. Es lo primero que le escucho decir desde que nos sentamos a cenar y es casi como si me estuviera insultado.
-Supongo que tendré que conformarme. - Le respondo con una sonrisa tan falsa que siento que se me va a romper la cara. Él me devuelve el gesto con el mismo cinismo y sigue a lo suyo.
Tengo que insistir a Mary varias veces para convencerla de que, aunque está buenísima, no podría comer más aunque quisiera. Ella se enfurruña pero se acaba rindiendo.
-Espero que al menos te haya gustado. - Dice con un deje de decepción. De verdad que no puedo comer más.
-Estaba buenísima. - Le respondo con una sonrisa.
Nos quedamos en silencio durante unos segundos mientras yo me preparo mentalmente para salir de una de las cenas más incómodas del último tiempo. Mary parece leerme el pensamiento porque rellena la copa de vino, aún sin acabar. No me veo en predisposición de decirle que no después de cómo se ha tomado mi rechazo a seguir comiendo lasaña. Suspiro y lo dejo estar.
¿Podré salir alguna vez de aquí o me quedaré secuestrada?
Estoy segura de que, si fuera por Alex, ni siquiera me secuestraría, solo enterraría mi cadáver en algún lugar profundo del bosque de Greenwood.
El vino me infunda valor para hacerle otra pregunta a Mary, aunque no sé por qué le doy tantas vueltas, sino tiene nada de malo.
-Oye, Mary, ¿quién es Lena Marston?
La aludida desvía la mirada inmediatamente, incómoda. ¿Pero qué demonios pasa aquí? No me da tiempo ni a pensar sobre su reacción porque hay otra que me preocupa bastante más. Alex deja caer los cubiertos sobre el plato haciendo más ruido del necesario y deja caer su mano en puño sobre la mesa.
-Es mejor que te vayas, Abby. - Suelta sin más, disfrazando pobremente su ira con sus educadas palabras.
¿Qué he dicho ahora?
Aprieto los labios y suelto la copa de vino, cabreada de verdad. ¿Qué le pasa a este tipo? No puedo preguntar nada sin que se lo tome como un ataque personal, como si detrás de cada una de las palabras que digo, hubiera una historia que no quiere contar. ¿Es que todo el puñetero mundo está relacionado con él? Casi se me escapa una risita pero me contengo. Ya le falta poco para tirarme el plato a la cabeza, así que no creo que sea mi mejor opción.
-Alex, para. - Le riñe Mary que no parece salir de su ensoñación. - La chica no sabe nada de...
-No digas nada. - La interrumpe. ¿Qué no se nada de qué? Vuelve a centrar su mirada en mí, levantándose de su silla. - Es tarde, te acompaño a la puerta.
Bufo imperceptiblemente y lo imito, levantándome.
-No es necesario. Gracias por la cena, Mary.
Le doy una sonrisa obligada y salgo del salón antes de que Alex reaccione. Creo que por hoy ya he tenido suficiente. No quiero más adivinanzas.
Salgo de la casa y cuando estoy a punto de cruzar la calle, suspirando de alivio por creerme salvada, Alex me agarra del hombro sin ninguna suavidad para darme la vuelta. ¿Cuándo ha salido de la casa?
-¿Cómo sabes quién es Lena? - Me mira de una forma que no logro acostumbrarme.
-No sé quién es, por eso he preguntado. - Aclaro con condescendencia. No parece gustarle mucho mi actitud, porque suspira pesadamente.
Tampoco se me escapa que la llame por su nombre de pila en vez por su nombre completo, como si le fuera alguien familiar.
-¿Cómo sabes de su existencia? ¿Es que acaso...? - Deja la pregunta en el aire. Y decido acatar las reglas de su juego, evitando dar explicaciones.
-¿Es que acaso qué? - Abre la boca pero vuelve a cerrarla inmediatamente, frunciendo los labios en una dura línea.
-Nada.
¿He dicho ya que no quiero más adivinanzas por hoy?
-Bien. Ten buena noche, Alex.
Me alejo antes de que pueda decir nada más, antes de que salga del trance en el que parece estar. Aligeró el paso y no me detengo hasta que llego a casa y cierro la puerta.
Con llave.

El Secreto de GreenwoodWhere stories live. Discover now