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Una vez me dijeron que, si quería superar un bloqueo creativo, tenía que dejar de pensar en ello, tenía que ocupar la mente en otras cosas, evitar presionarme. Y eso es justo lo que llevo haciendo en mis últimos días. Dejé aparcado el tema del encontronazo con el vecino, probablemente lo exageré, soy muy dada al drama, desde pequeñita. Estaba cansada, acababa de hacer un viaje muy largo, soy nueva aquí y la gente se sorprendió porque es un pueblo pequeño y estamos fuera de temporada de turistas, eso es todo. Además de despejar mi cabeza de paranoias e historias más propias de un libro que de la realidad, me he dedicado a ordenar y tirar cajas, a llenar la nevera y a irme a correr.

Y no, no es solo por seguir mi propio consejo, ni porque necesite desesperadamente organizarme, sino porque me da un miedo terrible ponerme delante del manuscrito y no tener ni idea de cómo terminarlo. Aún me pregunto cómo me metí en este lío, si lo mío era el romance cursi y sin sentido. Resoplo y me sacudo el polvo de las manos. Obviamente, no es la primera vez que me quedo en blanco en una historia pero creo que es la que más me molesta. La obsesión llegó a ser muy oscura, al punto de quitarme horas de luz, de sueño y comidas, estuve mucho tiempo en el que vivía más Greenwood, que en el mundo real.

Salgo de la casa para apilar las últimas cajas en el cubo de basura. Miro a mi alrededor sin ningún interés especial, la urbanización es bonita aunque hay funerales más animados que este lugar. Me paso una mano por el pelo enmarañado, con la esperanza de mejorarlo cuando sé que lo que necesito después de todo el día organizando la nueva casa, es una buena ducha.

¿Qué demonios...?

El tiempo parece detenerse por un instante, incluso la brisa que mece mi pelo parece ralentizarse por unos segundos. Un momento que parece alargarse indefinidamente. Un desagradable escalofrío me recorre la espalda acompañado, como si fuera una confirmación de que algo no va bien. Paseo mis iris grises por todo el lugar pero no me atrevo a girarme. No hay nada, nada distinto a lo que había cinco segundos antes. Me tomo un poco más antes de girar la cabeza hacia a mi izquierda, hacia la casa que siento como mía a pesar de llevar unos días. Examino todas las ventanas y huecos pero no veo nada. Suelto el aire con parsimonia y reinicio mis movimientos dónde los dejé: cierro la tapa del cubo de basura y me sacudo las manos. Me giro sobre mí misma solo para estar segura de que la sensación de que me están apuntando con un revólver en la nuca es solo eso: una sensación. Veo el primer signo de vida del día: un vecino paseando a su perro que no parece haberse dado cuenta de que estoy aquí. La última parada me lleva a la casa de Anne, me detengo detenidamente en cada parte, como si buscara algo. Fijo mi vista en la ventana de la cocina, la más grande, igual que la de mi casa y el nudo de mi garganta se aprieta un poco más, como si alguien me hubiera estado observando desde allí, aunque no hay nadie. Me llama la atención que, siendo ambas casas de Anne, haya tanta diferencia entre una y otra. Todas son exactamente iguales, como el resto de la urbanización, pero la mía está más vieja, con la fachada cascarillada y le hace falta una buena mano de obra. Lo único que está bien cuidado es el jardín y porque el grupo de mantenimiento del vecindario lo hace.

Me viene a la cabeza el encuentro del otro día en la librería, la encantadora señora Saxton y su extraño hijo. Recordarlo hace que la desagradable sensación de tener un cañón apuntándome a la nuca vuelva a mí, es como un pequeño aguijonazo constante, invisible y parece tan real que es casi físico. Trago duro cuando me viene la imagen de él mirándome directamente a los ojos, casi como si quisiera hipnotizarme, intentaba devolverle el gesto de forma neutra pero estaba bloqueada de tal manera que dudo que lo consiguiera, casi podía ver como sus ojos se volvían más oscuros, más opacos, de forma casi instantánea.

Ese chico me produce algo más que una incómoda sensación, me provoca curiosidad, una curiosidad enferma; todo porque, de alguna forma retorcida, creo haberme cruzado con él antes, sin embargo, ahora preferiría que no volviera a pasar.

El Secreto de GreenwoodWhere stories live. Discover now