T r e s

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No ha sido un sueño.

Por muchas ganas que tenga de creerlo, tengo que aceptarlo. No fue un sueño, estuve en el perímetro del bosque, vi algo, y escuché el grito más aterrador que he oído alguna vez.

No ha sido un sueño.

Me niego a creer que ocurra algo raro en el bosque, no quiero ser la protagonista de una historia de terror. Debe haber sido mi imaginación, estoy demasiado estresada con todo esto del libro. Quizás, debería relajarme un poco, disfrutar un poco de la tranquilidad de este pueblo antes de volver a intentarlo, o quizás debería coger el portátil ahora mismo y escribir el maldito final de una vez.

Si no fuera tan exigente conmigo misma, nada de esto pasaría, habría dejado cualquier final de los 7 que he escrito y se lo habría mandado al pesado de Mike de una vez. Pero soy totalmente incapaz de enviarle algo que no me convence, algo que no esté revisado mil veces y, aún así, muchas veces, no estoy contenta con mi trabajo.

El silbido del hervidor de agua me hace dar un respingo, sacándome de mis atormentados pensamientos. Está claro que estoy muy susceptible. Sí, eso es, no hay nada raro en el bosque, ni en el vecino de enfrente, simplemente todo este lío de Greenwood me está volviendo paranoica.

Alex es raro, sí. Pero nada más. Tampoco es cómo si estuviera obligado a ser amable conmigo, seguramente le caeré mal y ya está. Y en el bosque no hay nada, probablemente fuera mi imaginación.

Nada más.

Al final, voy a tener que darle la razón a Jace cuando me decía que soy demasiado fantasiosa, que siempre estoy en un mundo aparte que parece que he creado solo para mí. Y ahora he tomado Greenwood como el nuevo escenario para mis paranoias.

Nada más.

Vierto el agua hirviendo en la taza de cerámica, concentrándome en ello como si fuera la primera vez que lo hago en mi vida. Miro por la ventana de la cocina, fijando la vista en la de mi vecino. No está. O, al menos, eso parece. No sé por qué lo hago, ya he acordado que aquí no pasa nada raro, solo es mi mente jugándome una mala pasada, ¿verdad? Aun así, el hecho de no ver a Alex hace que me sienta más segura cuando cojo mi portátil y mi taza de té y me encamino hacia mi porche.

Tropiezo con algo que casi hace que me estampe contra el suelo, miro al suelo solo para encontrarme con una caja. La caja me trajo el chico del otro día, Derek creo que se llamaba. Frunzo el ceño, ¿no le dije que se la diera a Mary? Suelto el portátil en la como se me contrae el estómago en una sensación que no sé describir con palabras. Por más que me concentro, este nombre no me dice nada pero tampoco puedo evitar el escalofrío que me recorre la espalda.

Basta de paranoias.

Sacudo la cabeza para alejar pensamientos absurdos y entro en la casa de nuevo para dejar el paquete sobre la mesa de la cocina. Estiro la espalda hasta que la oigo crujir y me encamino de nuevo hacia el porche.

Es pequeño, hace frío y está lloviendo pero me gusta. Está techado, el suelo es rústico y de madera oscura, el sillón para dos personas y la mesa son más que suficientes para mí. Me resulta perfecto para trabajar. O para intentarlo. Me acomodo en el hueco del sofá y me echo una manta por encima. Mi aspecto no es lo más glamuroso que digamos pero tampoco creo que en este pueblo haga falta. Enciendo el portátil y empiezo mi rutina de revisar correos y páginas absurdas. La conexión es increíblemente lenta, aunque teniendo en cuenta la poca cobertura que hay aquí, lo que me sorprende es que haya.

Cuando me doy por satisfecha, cierro todas las ventanas y me voy directa al archivo que me trae va a hacer que se me rompa la cabeza: Greenwood. Doy un suspiro y estiro la espalda antes de mirarlo si quiera.

El Secreto de GreenwoodWhere stories live. Discover now