Un hogar

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Tranquilamente se sentó en el amplio sofá de cuero negro de su oficina, mientras un par de donceles se acomodaban a cada lado, comenzando a repartir besos por su cuello y caricias juguetonas, dejándose hacer por aquellas manos expertas. Kurama disfrutaba de las atenciones cuando un fuerte golpeteo lo regreso a la realidad, haciendo que frunciera el entrecejo. Chasqueó los dedos e hizo un pequeño movimiento de manos y ambos donceles se levantaron saliendo de ahí en silencio.

—Kurama —Matatabi lo miró y frunció el ceño—. Tenemos un tramposo en el casino. Actualmente está encerrado en cuarto A.

—Matatabi —rugió encarando a la fémina con pura gracia y fuerza masculina que paralizarían a cualquiera—. Sabes el procedimiento: si hace trampa lo golpeas hasta casi matarlo, al final lo botas de aquí.

—¿Estás seguro que quieres que mande a golpear a un lindo doncel rubio de ojos azules, el cual es justamente tu tipo?

Una mueca maliciosa se formó en sus labios al ver la expresión de Kurama, quien no pudo evitar esbozar sonrisa al escuchar a Matatabi, esa mujer conocía a la perfección sus gustos y cada doncel que le regalaba era único e inigualable, todos rubios, delgados, con una belleza exquisita. La mayoría era de ojos verdes o ámbar, por lo que no estaría mal cambiar a azul.

—No entiendo por qué ese afán con los rubitos —se acercó a paso felino, sentándose en las piernas de Kurama que la sostuvo de la cintura—. Yo soy más bonita que esos donceles. Puedo complacerte mejor que ellos~ —le dedicó una mirada demasiado seductora. Lástima que Kurama no pensara igual.

—Sabes que no me gustan las mujeres —tomó un mechón de su cabello entre los dedos—. Y siempre me han fascinado los rubios.

—Estuviste casado con una mujer —le recordó con tono juguetón, acercándose a su rostro para rozar sus labios con los de Kurama—. Y tienes un hijo de ella.

—Es diferente —bramó poniéndose de pie.

La fémina arqueó una ceja por el cambio tan repentino de actitud. Le encantaba molestarlo pese a lo peligroso que era. No importaba su cercanía con aquel intimidante varón, mucho menos la amistad, ya que si lo hacía enojar moriría, aun así le era divertido jugar con fuego, a pesar de que acabaría quemándose.

—Te conozco desde que éramos adolescentes, yo una chiquilla de doce y tu un atractivo varón de dieciséis. Sé que a ti te fascinan las mujeres de grandes curvas, rubias, de ojos claros y carácter imponente… por eso te enamoraste de ella, aunque te casaste con Tsunade, justo tu tipo —miró hacia la nada—. Incluso puedo asegurarte que no hay poder en la tierra que te obligue a hacer algo que no quieres. Kurama… ¿todavía la amas? —sonrió antes de soltar una risa amarga, teñida de burla—. No me digas que dejaste de follar con mujeres por respeto a ella.

—Eres una maldita zorra —masculló mirándola amenazante—. Matatabi, no pretendo manchar mi oficina con tu inmunda sangre, así que cierra la puta boca.

Ella rió poniéndose de pie con elegancia cautivante, comenzando a curiosear todo como si fuera la primera vez que estuviera en la oficina de él, incluso desacomodo algunos libros y estatuillas.

—Puedes amenazarme todo lo que quieras —rió—. Pero aun te culpas por haber dejado morir a Tsunade… y el hecho de que no hayas estado con ninguna mujer después de su partida es la prueba de que la sigues amando —sus ojos ámbar se cruzaron con los carmesí de él—. Pero me intriga más otra cosa… ¿Por qué lo hiciste si la amabas? ¿Por qué la traicionaste?

En tan solo un parpadeo, Kurama la había empotrado contra la pared sujetándola del cuello en un despliegue de fuerza monstruosa. Pero lejos de intimidarse, Matatabi le miró con socarronería, esbozando una débil sonrisa mientras apartaba aquella mano de su cuello sin mucho esfuerzo, dirigiéndose a la salida.

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